Oscuridad de los Templarios (Enjin) (S*)

Bajo la  Iglesia de San Marcos, la que estaba abandonada tras un bosque de pino, rezaba la leyenda, que había una serie de túneles que se dirigían a una gran recámara, y allí se hacían sacrificios al diablo. Jellal, movido por su sentido de la justicia, fue a averiguar para ver qué pasaba. Solo se vistió con ropa muy cómoda y llevó consigo una mochila con cámaras fotográficas y algunos cuantos libros que pudieran guiarle sobre lo que de verdad pasaba por estos misteriosos lugares.

La fachada de la iglesia era la típica, salvo por la corrosión, el musgo que la iba comiendo lentamente desde los talones, las enredaderas triturando las imágenes, todo era como si fuera la casa de un asesino en serie, un pedófilo psicópata o algo por el estilo. Entró por las puertas, y en el piso solo había manchas negras de algo que no lograba reconocer. Caminó por esa alfombra roja que daba al altar, y vio allí en la mesa un crucifijo invertido. Lo tomó, y vio la cara de Cristo, mirando hacia arriba, como queriendo saberse entendido y comprendido por una inteligencia superior, con heridas y una faz de eterno sufrimiento.

La colocó en la mochila. Jellal no entendía las religiones de la Tierra, pero sí las respetaba y consideraba sus símbolos como catalizadores mágicos. Lo mismo haría con una estatuilla de Buda o el Corán de los musulmanes. Así luego, vio que había una escalera que se extendía hasta abajo, y así llegó a un estrecho camino cavernoso, llena de antorchas encendidas. Su cabeza comenzó a dolerle, sabía muy bien que este lugar apestaba a una pútrida magia negra, de la peor.

— No quiero hacer nunca más maldades. La justicia vive en mi corazón. Vivirá allí por siempre. — Se murmuraba a sí mismo, pues no quería caer en sus antiguos pasos. Entonces, y a punto de llegar a la recámara principal, siente una presencia a sus espaldas, una inmensamente poderosa. Se da media vuelta y logra captar una estatua de un hombre barbado y con tres caras, y alrededor de éste un pentagrama rojo. — Ése debe ser el tal Bafomet. — señaló con curiosidad. Así, la presencia se hizo mucho más fuerte, se giró y dio un golpe al aire como para tratar de atacarle. ¿Quién era?

La Iglesia de San Marcos era conocida como una estructura maldita que por túneles subterráneos llevaban a recamaras usadas para rituales oscuros, pero hace muchos meses atrás se reportaron informes escalofriantes de personas desaparecidas que hacían expediciones a aquella estructura abandonada a la merced de dios... o tal vez a algo mas. Las personas que lograban salir de aquella estructura, salían pálidos del miedo que según testimonios de los sobrevivientes habían visto una sombra y un mal que impregnaba toda la iglesia, y eso que antes se decía que era simplemente una estructura abandonada hace muchos años, ahora había algo que se había apoderado de ella.

Era otro día cualquiera y aquella iglesia apenas le llegaba la luz del sol, que a causa de la vegetación que lentamente parecía tragarse aquellas ruinas la volvían un sitio muy espeluznante, pero tampoco eso impedía que hasta los magos expertos con el mejor sentido de la justicia se adentraran en las entrañas de la maléfica estructura para revelar sus secretos, o a menos así lo veía aquella sombra que observaba al joven hechicero que se había adentrado.

Cada paso que daba el chico de cabellos azules hacia retorcer el suelo de madera que con el tiempo se había podrido y que curiosamente había tomado objetos de la capilla principal, haciendo que aquella sombra conocida por los pocos que lograron escapar de ella intentara corromper su alma sin que el se diera cuenta. El chico se adentro mas hasta uno de los túneles que llevaban a una de la cámaras que hace tiempo se usaron para hacer rituales satánicos con el fin de desatar un mal en el mundo. Aquella sombra cada vez se acercaba mas silenciosamente por detrás, el joven mago no sabia que aquella presencia que lo estaba siguiendo era nada menos que un ser muy poderoso que con el fin de apoderarse de la estructura se alimentaria de la putrefacta magia oscura que escondía el lugar, pero justo antes de que esta sombra pudiese tocar el hombro del hechicero para inundarlo en la oscuridad, este sintió su presencia y temerosamente este intentaba atacarlo, pero aquella sombra vio algo en el que le llamo mucho la atención y entonces la sombra justo antes de mostrarse al joven que sospechaba de su presencia esta masa de oscuridad a los ojos del joven hechicero le mostró una apariencia como de una mujer de hermosos cabellos blancos, con un abrigo de pieles extrañamente familiar para el joven mago y una oscuridad que impregnaba cada extremidad de la dama que a pesar de su aparición algo paranormal, esta misteriosa mujer a los ojos del chico parecía sonreirle tiernamente como si esta le diera la bienvenida.

-Tu... Veo tu oscuridad... Que te hace sufrir... Yo... Puedo...Ayudarte- Aquella oscura dama, le hablo al joven como si se tratase de una alma en pena que ofrecía ayudarle a liberarse de aquella oscuridad que parecía estar sellada en el cuerpo de hechicero, pero este no se daría cuenta que aquella personificación oscura que emanaba un abrumador poder era una simple marioneta de un ser que estaba intentando corromper el alma del chico para sacar aquella oscuridad que tanto reprimía, ¿Donde se encontraba este ser? probablemente estaba oculto en la iglesia esperando que el joven cayera ante su trampa.

Una bella dama albina, con un tono maternal se le apareció. Aunque Jellal no había bajado la guardia, la miró con algo de compadecimiento o comprensión. Sí, el corazón del peliazul todavía seguía con grandes parches de oscuridad allí, en lo profundo de su pecho. Una especie como lodo de pantano que quería expandirse. Así pues, el joven Fernandes, con una mirada que mostraba algo de miedo en sus ojos, le pregunta: — ¿Qué hace una pura mujer en un sitio tan profano como éste? Porque siento algo muy malo acá. — le respondió, y retrocedió un paso, y otro, y otro... y entonces...

Algo choca con su espalda.


Se dio vuelta, y eran tres estatuas, y dos antorchas a ambos lados. El astromago quedó petrificado ante esa estatua que parecía estar hecha de yeso o algo así. Era un hombre con cabeza de chivo, y un pentagrama en su frente, y una serpiente "fálica". A los costados, dos niños que parecían admirarse por aquella figura del mal, como si fueran corrompidos por este ser de las tinieblas. Jellal, miró hacia la mujer un segundo, y luego, de su puño aparece un fuego verde. Cierra su mano, y le da un golpe a la cabeza a la figura de bafomet, decapitándolo.

— En este lugar ya no se adorarán más íconos del pecado. — y el aire, que estaba tan helado y putrefacto, comienza a aliviarse poco a poco. Así que la misma estatua irradiaba una magia maligna. Sí, efectivamente el mal existía. Se le quedó mirando a esa mujer, y esperó cuál era su reacción.