Duelo de Caballeros (Con Raizel)

En cierto modo me relajaba caminar por las calles cuando la lluvia caía torrencialmente; me ensimismaba observar la poca actividad de la ciudad de Yokohama en momentos así. El ambiente citadino podía ser hermoso cuando se encontraba sin un alma que le perturbara, como solía ser costumbre al tiempo de los diluvios. caminé tranquilamente por las barriadas mas externas de la periferia de la ciudad, pasando por diversos negocios con el propósito e cruzar a pie la ciudad.

Me encontraba regresando a la academia desde mi última incursión a las tierras de Asgard con motivos de espionaje. Se trataría de otro simple viaje de rutina si no fuese por un pequeño inesperado que me haría estar alerta incluso en tierras tan cercanas como lo era Yokohama; vi a un Asgardiano en la cafetería. Al pasar por aquel lugar de finos acabados japoneses, abierto y con un par de personas debido a la lluvia, logré divisar en uno de los divanes al último expediente de Asgard que había revisado, Cadis Etrama Di Raizel. De inmediato llegó a mi mente la duda sobre sus motivos al lugar, impulsándome a entrar, interrumpiendo, por ahora, mi regreso hasta la Academia.

Arribé hecho un charco andante, tanto así que tuve que esperar un par de minutos en el pórtico de aquel establecimiento para que entrase toda el agua que cargaba entre mis ropas. Posteriormente, al entrar, observé fijamente a aquel hombre con cierto estupor e incredulidad en mi persona ¿Qué era lo que estaba haciendo ahí? ¿Acaso me esperaba una contienda en un lugar como este? Sin darle más vueltas, procedí a caminar hasta la caja y pedir un té de azares caliente, indicando que lo llevaran a la mesa que ocupaba Raizel. Finalmente, me dirigí hacia el y me senté en el extremo opuesto de la mesa, saludándole con una sonrisa entusiasta.

—El cielo se ve hermoso cuando derrama sus lágrimas de profunda nostalgia ¿No lo cree usted?— Dije a la par que extendía mi diestra para saludarle.

Al punto de estar ahí, dediqué un momento para analizar a mi contrario. Tener el privilegio de estar frente a frente me hizo observar la delgadez y el largo cabello negro que acompañaba a sus ojos escarlata; no eramos tan distintos en complexión. En ese momento, llegó una camarera, de cabello castaño y ojos verdes que acompañaban a su delicado rostro ovalado de piel apiñonada, a entregarme el té de Azares que había pedido hace un momento.