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Mensaje por Invitado Lun Jun 10, 2019 3:22 am

Detente ahí y continua leyendo esto por unos minutos más, deja que la imaginación sea la guía de tu camino; observa a tu al rededor, mira como las paredes que te rodean caen lentamente, pronto verás el exterior y como este se llena de vida, plantas y árboles que jamás has visto cubren por completo el entorno, pronto, todo se divisa como un gran e inmenso bosque que no tendrá fin. Hace calor, aunque no el suficiente para causar incomodidad, el perfecto clima para el perfecto día. El olor a humedad inunda tus fosas nasales, el suave aroma a tierra mojada te rodea y pronto aquella sensación cubre por completo tu paladar, hay sonidos que tan pronto como los percibes son reconocidos. Algunas aves cantan por encima de tu cabeza, agitando con lentitud las ramas y hojas de los frondosos árboles, observas al cielo y a prisa levantan el vuelo dejando atrás los nidos temporales, algunos rayos de luz a penas y pueden pasar a través del verde que cubre todo; pisadas a tus espaldas, el rápido caminar de algunos siervos que se alejan de tu posición, en tu izquierda, muy a la lejanía el aullido de un perro, o tal vez un lobo. Entre más te esfuerzas por percibir más todo parece nuevo. Entres los árboles un caballo de color perla te observa, y con forme más te esfuerzas por verlo más características se observan, como su pelaje que por momentos parece brillar, o un gran y único cuerpo que adorna su cabeza. A la derecha unos pequeños insectos se esconden entre los árboles, ríen entre sí y cubren sus rostros con sus manos, parecen pequeños humanos con alas que brillan a destiempo. La figura de un tigre cubierto por rayos se aleja en lo fondo del bosque. Pronto todo aquello que antes podías sentir se apaga, tus cinco sentidos se alertan, algo no anda bien, el sonido se esfuma y la visión se nubla, lentamente pierdes el calor que el sol propagaba. Hay un frío que eriza la piel, un frío que jamás habías sentido. La felicidad que alguna vez sentiste se esfuma de pronto, como si todo se apagara y no hubiese más nada. Observas a los lados buscando una explicación, alguien que te auxilie, más no hay más nada, incluso aquellos animales que te acompañaban se esfumaron. Todo está apagado como si el sol se hubiese extinguido. En el fondo, aunque con mucha dificultad, una sombra se puede notar, se mueve de lado a lado como si el viento la llevase, lentamente se acerca a ti. Inexplicablemente el miedo se apodera de ti, no te puedes mover; a pesar de que tus piernas tiemblan estas no responden, ya es muy tarde, se encuentra frente a ti. Una gran persona encapuchada se detiene frente a tu cuerpo, observa, no tiene rostro, no tiene pies, levita a escasos centímetros del suelo, las flores caen marchitas, tu piel se torna pálida, pronto, la criatura extiende su brazo cubierto por la capa más oscura que la propia noche hasta ti, del fondo se extiende una mano con los dedos alargados y grisaseos, una mano esquelética que a penas y podría llamarse piel a aquello que la rodea se aproxima, las uñas desprenden un aroma a la mismísima muerte, cierras los ojos y ... Despierta, has vuelto a tu hogar.

En el principio de los tiempos, la magia cubrió alguna vez los bosques y selvas del planeta, más lentamente el hombre comenzó a cubrir el hogar de aquellas criaturas con las enormes construcciones sobre las que nos encontramos, sepultando todo rastro de aquella existencia. Lentamente las criaturas tuvieron que adaptarse para sobrevivir, ocultando su existencia a los ojos de aquellos que les arrebataron su hogar, su vida. Ahora solo quedan plasmados en las páginas de viejas leyendas que con el tiempo lentamente comienzan a desaparecer, a extinguirse.

En el fondo de la ciudad, al extremo opuesto de la isla, más allá de la lejanía, una casa abandonada se puede divisar, expuesta a todo aquel que desee hacerle frente a sus peores pesadillas. Se escucha el crujir de la madera incluso desde el exterior. Una cerca de metal oxidada rodea la casa, y su único acceso, una puerta de metal que está a punto de caerse lleva consigo un viejo cartel con letras rojas que a penas y pueden ser perceptibles, cada letra se une en conjunto para formar un par de palabras de color rojo a penas perceptibles por el polvo que le rodea que advierten al público en general: "C id do. Zon d pe igr .". Frente a dicha advertencia sobre el oxidado metal, se observa un joven cubierto por una sudadera de colores grises. Su cabello es cubierto por la misma. Observan el camino de piedras que cubre el suelo que con una ligera curva lleva directo hasta la vieja casa de madera. Pronto lleva su cuerpo hasta el interior de la zona aproximándose hasta la casa, el cielo cubierto por las nubes oscuras anuncian la muerte, anuncian el llanto que pronto tendrán y los hecho que se aproximan. Cerca de la casa, el olor a hierro golpea con fuerza el viento. Parece una buena tarde para morir.
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Mensaje por Invitado Jue Jun 13, 2019 6:34 am

Uno de los paisajes más maravillosos y majestuosos se abren ante la mente. Cada detalle, color, tonalidad, temperatura está ahí. El brillo de las hojas de los árboles ante la luz solar, el aroma húmedo, el crujir de las hojas ante el caminar del pie de madera. Todo esplendoroso, brillante, único. Una vista sobrecogedora, sin duda alguna. Un hombre, un ser huesudo cercano a la muerte se aproxima. El color negro de un aura más nefasta que los demonios es todo lo que puede apreciar, un color negro que devoraba el gris de los árboles, el tenue azulón de los animales inocentes. Pero de pronto, todo desapareció. ¿Qué era tan poderoso como para engañar incluso su percepción de almas?

... Sin embargo, el ronin ignoraba cada palmo de ello. Luego de todo, era un hombre encerrado en la cofia del destino de su cuerpo. Una cápsula sin música, sin luz, sin aromas, ni voz. Sellado en una cofia de sombras de alma, resguardado por un destino cruel, un destino injusto. Él no tenía sus cinco sentidos, aunque si bien había recuperado uno de ellos relativamente hace poco. Cuestión de días, él realmente no portaba noción de ello.

Era la vida del cazador de demonios, noble de corazón, pero con una insaciable sed por recuperar lo arrebatado por aquel destino.
Ahora estaba ahí. Luego de un caminar errante poco recompensante, y un encuentro desastroso donde había recuperado el sentido del dolor, y del que se había salvado de milagro.

Entonces, él andaba. Como el alma en pena que era. La ropa rasgada, la piel blanquecina de espanto. Sus ojos de vidrio eran tan inexpresivos como los de un cadáver. La mirada inerte de un hombre más muerto que vivo. El semblante del ronin traído de allende, un hombre que respondía al nombre de Hyakkimaru, hijo abandonado y maldecido de Daigo Kagemitsu. En otra era, traido como asesino de Asgard por un ofrecimiento imposible de rechazar.

Y él andaba. Andaba hasta que el nuevo e indeseable sentido del dolor le indicó que había golpeado su rodilla de carne y hueso contra un material duro y seccionado en virotes delgados. Eso era una verja metálica, pero él ni siquiera tenía el concepto de una verja. Apenas y podía reconocer que aquello poseía una textura tan similar a la de sus armas que debía estar hecha del mismo material. El dolor también le había traído de vuelta el sentido del tacto, a pesar de que sus huesudas manos de madera aún eran inútiles en tal materia.

- . . . -

Pero lo que le hizo detenerse, era el rojo. El rastro rojo de un alma que se ocultaba en una especie de instalación. Seguramente lo que era llamado una "casa". Un hogar, como el de la persona que le acogió y crió cuando tenía aún menos que sí mismo. El rojo, el rojo de los demonios que le quitaron el todo.

Abrió la boca, y llevó el brazo derecho a la misma. La mordió y tiró hacia el mismo sentido.
El antebrazo se desprendió.
Prótesis. Debajo de un antebrazo de madera de buena funcionalidad, había una hoja de katana engarzada al muñón del brazo. Sería lo mismo de siempre. Cortar el rojo. Matar el demonio. Recuperar otra parte de su cuerpo.
Parece una tarde normal.
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