¡Bienvenidos al maravilloso mundo de los pokémon! (Lowell, Jyugo)

Esta es la historia de tres héroes que nacieron en un mundo lleno de caos. Es una historia emocionante, llena de criaturas fantásticas que llenaban este mundo con su luz y calor. De personas que amaban convivir con ellos, de amistades inquebrantables y lazos más allá del tiempo y del espacio. Pero es también una historia triste. Una historia de personas que hacían cosas horribles en un intento por hacer lo correcto. De personas que, intentando salvar su mundo, estuvieron a punto de llevarlo a su destrucción. Ese, amigos míos, es el mundo en el que nacerían nuestros protagonistas.


El primero de tres niños era una chica. Una niña de piel clara como la humilde luna. De ojos dorados y ardientes como el imponente sol, y de cabellos largos y azulados como el firmamento mismo. Su nombre era Rimuru, y vivía en un pueblo lejano antes de mudarse al centro de los acontecimientos, la gran región de Hoenn. Toda su vida la había pasado en un pequeño pueblo de una región llamada Jotho, que se encontraba separada por cientos de kilómetros de extenso mar.

Rimuru pasaba las noches en vela desde muy pequeña, soñando con el día en que pudiera ser como su padre, el gran entrenador pokémon que pronto sería líder de gimnasio. Su más grande deseo era ser la más fuerte entrenadora que el mundo hubiera visto jamás. Deseo que, sin saberlo, más tarde que temprano tendría la oportunidad de cumplir.

La joven llegó, a sus quince años de edad, un día viernes por la mañana a la región de Hoenn, en el último camión de mudanza. Sus padres habían llegado la noche anterior, y habían organizado ya la gran mayoría de los muebles en la casa. En realidad, no tenía mucho tiempo que el padre de Rimuru acababa de irse cuando este llegó, solamente para encontrarse con la preocupada madre, quien temía en todo momento que el camión fuera a tardar más de lo esperado. Sin embargo, la niña llegó justo en tiempo. Cuando las puertas se abrieron, aquella iba plácidamente sentada en un sofá, con las piernas cruzadas, hablando por teléfono con el profesor Abedul, un viejo amigo de la familia, experto en investigación de campo, que habría de recibirles en aquel pueblo llamado “Villa Raíz”.

Bajó entonces del camión la peliazul, colgó el teléfono, y dirigió una mirada a su madre como la que pondría un adulto al ver llegar a su fiesta a un payaso con pokémon de globo. La madre abrazó a la chica, le expresó cuán feliz estaba por su sana llegada, se disculpó por dejarla en el último camión de mudanza... Pero Rimuru ni un gesto realizó. Una sola pregunta realizó al finalizar todo el parloteo de la madre, y no fue en un tono precisamente amable.

- ¿No iba a ser papá quien me recogiera al llegar? -

La madre puso un rostro de tristeza al escuchar esas palabras. No era raro que su hija actuara tan cortante con ella, pero no terminaba de acostumbrarse. Después de todo, no es como que fuera su culpa no ser una entrenadora pokémon también. Sin embargo, la hija no aceptaba eso. No aceptaba que su madre fuera una simple ama de casa, y más aún, no soportaba tener que pasar el tiempo con ella, cuando podría estar con su padre, aprendiendo más de los pokémon a través de la experiencia propia y no solamente con lo que en los libros aparecía, que ciertamente le parecía una forma tediosa de aprender de los seres con los que bien podría estar interactuando en ese momento.

Sea como fuere, Rimuru optó por escuchar los motivos por los cuales su padre había tenido que irse antes y, con la promesa de que en unos minutos podría verlo competir por televisión, entró de mala gana en la casa para organizar sus propias cosas.

- Qué tontería... -

La joven de ojos dorados mencionó para sí misma mientras movía todas sus cosas. El cuarto estaba perfectamente organizado, pero simplemente no lucía como la chica quería. Así que cambió de lugar todos sus posters, cambió las sábanas de su cama, movió hasta la esquina su escritorio, ordenó sus libros en diferente orden, y finalmente puso a andar el reloj de pared a la hora correcta.

- ¡Rimuru! ¡Tu padre está en la tele! -

Un solo grito hizo falta para hacer que la chica reaccionara inmediatamente, colgando el reloj y corriendo escaleras abajo, para así poder llegar cuanto antes al televisor que recién había sido encendido. Sin embargo, cuando por fin llegó a su punto de destino, solamente se encontró con una de esas chicas de la tele, con su micrófono en mano, dando por terminado el programa de ese día.

La madre temió lo peor. Era culpa suya no haber estado pendiente del televisor, o ese era su pensamiento al menos. Estaba preparada ya para que su hija le dirigiera alguna s palabras crueles y se encerrara en su habitación hasta que alguien encontrara la forma de abrir esa puerta, como había sucedido la última ocasión que Rimuru se había perdido de uno de los combates de su padre.

Sin embargo, Rimuru no dijo nada durante varios largos segundos. Su mirada seguía fija al televisor, y más tarde simplemente se cruzó de brazos, cerrando los ojos. Nadie podría saber lo que aquella estaba pensando sino hasta que esta lo dijera. Y eso fue lo que sucedió cuando finalmente tuvo habla para expresarse, con el mismo tono frío que siempre tenía para con su madre, sin dirigirle la vista siquiera.

- El profesor me dijo que fuera a verlo luego de desempacar. Volveré más tarde. -

Y la chica salió de la casa inmediatamente, cerrando la puerta de forma tan airada que si no se quebraba del golpe, lo haría de temor. Así pues, Rimuru Tempest se dirigió al laboratorio de investigación del profesor Abedul. Sin embargo, encontraríase aquella con que el hombre no estaba. Por ninguna parte. Así que, comenzando a preguntar a la gente del pueblo por su paradero, terminaría por enterarse que este se encontraba investigando a la entrada de la ciudad, ya en la ruta que se encontraba a las afueras.

Pero por supuesto, el destino es grande y la vida es un misterio. Con lo que la joven no esperaría encontrarse, es al profesor siendo acorralado por tres pokémon salvajes, completamente desprotegido. La mirada del hombre se cruzó con la de la chica, y entonces aquel gritó con fuerza y temor.

- ¡Ustedes tres, abran mi mochila! ¡Dentro hay tres pokéball, ayúdenme por favor! -

- ¿“Ustedes tres”, dijo? -