Autopista al infierno (Kuki)

Ainchase caminaba con paso firme por la desolada autopista, sus pisadas estaban resonando en el silencio helado que envolvía el lugar. Las hojas secas de los árboles se deslizaban con suavidad sobre el suelo, arrastradas por la brisa gélida.

Alzó la vista y observó a lo lejos el perfil imponente de Tokio, una ciudad ahora sumida en la oscuridad y el caos. Sus luces amarillas y coloridas de neón parecían una esperanza. El viento susurraba mensajes de desolación y desesperanza en sus oídos, recordándole la urgencia de su misión.

La intuición del ángel le advirtió que no estaba solo. Un escalofrío recorrió su espalda, erizando los vellos de su nuca. Sacó su espada de su funda con elegancia, preparado para cualquier eventualidad. Su mirada escudriñó los alrededores, buscando el origen de la inquietante sensación. Se ocultó rápidamente detrás de un frondoso árbol, aprovechando la cobertura que le brindaba para evaluar la situación con más cautela.

Silente. Callado. Desde su escondite, Ainchase observó detenidamente el escenario que se desarrollaba ante sus ojos. Aunque a lo lejos divisaba un camión cisterna de combustible aproximándose a toda velocidad, su atención se desvió hacia la percepción de otra presencia. La energía que emanaba era turbia y opresiva, generando un nudo en su estómago. Temía que aquel ser estuviera bajo la influencia de la Dictadura de Ossor, un enemigo implacable que amenazaba con sumir al mundo en la oscuridad.

- ¡Aparece ya, sucio ser de las tinieblas! Mira que no tengo toda la noche -La dualidad del momento llenó a Ainchase de determinación. Sabía que no podía permitir que Ossor cumpliera sus oscuros propósitos. Con su espada en mano y su corazón lleno de valentía, se preparó para enfrentar cualquier desafío que se interpusiera en su camino. Era el deber de la Academia Legacy, y de él como ángel espadachín, proteger a la Tierra de cualquier amenaza, incluso si eso significaba enfrentarse a un ser poderoso bajo el yugo de la dictadura.

Sobre el tejado cobrizo unos mechones verdes descansan plácidamente observando las luces neón de la ciudad de Tokio ¿De quién serán aquellos mechones verdes?, que bailen conforme al viento le daba que bailase ¿Será un bicho raro? ¿Acaso será venoso?. . .
Probablemente es algo peor o algo bueno, sin embargo, esa verde cabellera le pertenece a una joven de piel semejante a la porcelana, estatura media de metro cincuenta, short y top con cuello de tortuga, ambos corto en color negro con detalles en violeta y oro cubrían esa cintura de reloj de arena, sudadera con capucha color morado con una manga extendida y la otra severamente doblada, una hombrera de armadura de samurai descansaba en su hombro izquierdo, medias largas en color vino, además unas sandalias japonesas que hacían el toque perfecto, sin dejar de lados unas "rodilleras" de la armadura de un samurai a nivel del muslo, sin dejar de lado unos guantes en color negro que deja a la vista sus dedos meñique y anular, los demás estarán cubierto por esta tela. Un gran listón vino rojizo sujeta la desordenada cabellera verde, con un accesorio de oro como toque especial. . .

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Su rostro no era capaz de ver el exterior por culpa de una máscara que poseía, desde ese punto podía escuchar como el viento aullaba en su oído, algunas hojas eran obligadas a embargar un nuevo destino, a veces las circunstancias nos obligan a cambiar nuestras vidas por el bien común ¿no?. . . 
En esta vida existen personas buenas y malas o simplemente estás en una historia mal contada, por lo tanto los buenos son los malos y los malos son buenos. Irónico ¿no?. . .
La sumisión de Tokio ante la oscuridad es algo deleitable por algunas horas, esa perspectiva que llena de regocijo a ciertas personas o animales con solo poder deleitarse ante una vista tan sublime, pocos son las personas que la pueden entender.

Amatistas felinas a unos veinticinco metros podía visualizar como unos cabellos blancos se escondían cual ratón miedoso, un suspiro fue liberado por sus fauces pero no emitió sonido alguno, obviamente su velada se veía ofendida con aquel espectro. Pies, veloces en su andar se levantaron de su reposo y con un salto en tierra estos descansan pero al igual que su boca sus movimientos fueron sutiles y sin sonido. Esa joven se mantuvo por un par de segundos con una postura como el de una rana; sus piernas dobladas y su palma derecha sobre el suelo. Como segundo acto su postura fue corrigiendo según las dictaduras de su columna vertebral, por lo tanto sus pasos silenciosos comenzaron a emerger cortando distancia entre su adversario, a su vez, los dedos de su mano derecha igualaron el movimiento de sus pies, en este caso las partículas subatómicas de la atmósfera originarios de rayos cósmicos, serían recolectados como un imán por la energía de fricción producida por aquellos bailarines delgados y finos.
Sus pensamientos comenzaron a hacer de las suyas y ante este acontecimiento, sus cinco sentidos estaban alerta, el tiempo de este recorrido fue incógnita, a lo lejos se podía escuchar un camión de combustible seguramente le causará un susto al ratón escurridizo, por obvias razones su posición era esquina opuesta al ajeno ocultándose entre las sombras, en este punto dieciocho metros era su posición actual. 

Debido al movimiento que anteriormente fue descrito, chispas lila comenzaron a florecer de esos delicados dedos, su mirada frívola y  sin vida, no destilaba ni un poco de su compasión, el viento recio que resopla despeinada cada vez esa cabellera, haciéndola mover de un lado hacia otro y más árboles comenzaban a despojarse de sus vestiduras. . .

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Ainchase colocó sus manos juntas y liberó una deslumbrante ráfaga de luz que impactó al lado de esa siniestra figura. Tenía el pelo verde, ojos violetas y también su rostro estaba parcialmente cubierto. Era como una especie de ninja. El destello fulgurante iluminó la oscuridad de la noche en la solitaria carretera rural, sirviendo como un enérgico aviso. Este era un tiro de advertencia.

- Date media vuelta o entraremos en batalla -En medio de la negrura nocturna, un incómodo silencio se apoderó del ambiente. Las luces parpadeantes de Tokio, a lo lejos, parecían apenas un destello distante en comparación con el conflicto que se estaba gestando en aquel lugar abandonado. La voz de Ainchase resonó de forma serena mientras apretaba sus puños.

- No tengo otra opción- No había caso. Así pues, el ángel se aproximó rápidamente, corriendo con determinación. El albino sintió la adrenalina fluir por sus venas mientras lanzaba un golpe directo al estómago de su oponente.

- Esto lo hago por Aimée -Cada puñetazo y bloqueo evocaba recuerdos de su amada, una motivación que lo impulsaba a enfrentar cualquier obstáculo con valentía y convicción. Recordaba a Aimée. Era su prometida.