Do it like a samurai. (Libre.)

 
 
 
 
 
 
La concentración había sido un punto clave durante sus prácticas de kendo, fortaleciendo su mente de manera constante y mejorando su fuerza física al mismo tiempo, siendo el motivo por el cual se hallaba practicando en un área ciertamente despejada, balanceando la espada de madera entre sus manos con movimientos con firmes al ejecutarlos.
 
Sin embargo; frunció el ceño al notar un gesto casi imperceptible durante sus movimientos, pues una de sus manos tembló por apenas unos segundos, provocando que bajara su único material de práctica, y torciendo levemente la boca, suspiró rendido al saber que no continuaría al hallarse tan tenso.
 
En su lugar, dejó sobre el césped su "arma" y adentrando su diestra en el lado izquierdo de su vestimenta, buscó el último vestigio de aquello que añoraba, una vez logró hallarle, extrajo un pequeño pañuelo que al desdoblar con cuidado, descubrió un pequeño objeto que apreciaba en demasía.
 
Extrajo entonces la diminuta flauta tallada en madera, y a pesar de su aspecto algo maltratado, las facciones en su rostro cambiaron al mostrar una expresión dulce y al mismo tiempo melancólica, pues aquel sencillo objeto, a pesar de solo producir una nota, encerraba demasiados pensamientos suyos cuando producía aquel curioso sonido.
 
Y al verse a solas, sonrió levemente al sostenerlo de manera gentil, reprodujo una vez más, la melodía de una sola nota que evocaba los recuerdos de su infancia, haciéndole ignorar que por un momento se hallaba en un jardín, terminando al cabo de un minuto, antes de proceder a guardar el objeto.
 
– Hoy, el día ha sido tranquilo...–
 
Musitó pensando en que su llegada, a pesar de ser reciente, no le impediría continuar con su meta autoimpuesta por el nexo tan profundo que sentía en lo más profundo de su alma.
 
– Seré el segundo mejor espadachín del mundo.–
 
Expresó firmemente antes de volver a tomar su espada y blandirla como si fuese un arma forjada en acero, esta vez tomando una de las posturas más básicas de kendo.
 
Finalmente sonrió, aún cuando sus ojos lucían levemente cristalizados por el cúmulo de emociones devueltas por el regalo que protegía como el tesoro que era.