Caída (Momo)

Suspiró profundamente mientras su vista se difuminaba. Cuatro veces. Una quinta más y no logró abrir el refresco energético. Estaba cansado, con sus hombros pesando toneladas y sus piernas atornilladas al suelo. Tanto cansancio hacía mella en su cuerpo y mente que parecía estar apagándose al desmayo mientras se apoyaba en la baranda de aquel muelle.

El sol ya le decía adiós a esa parte del mundo, y el telón de la noche, perforado por decenas de luces estelares, se cernía sutilmente sobre el firmamento rosado del crepúsculo. La vista era preciosa, pero el joven Todoroki tenía sus pensamientos clavados en la refriega sucedida durante prácticamente todo el día. Derrotó a los malhechores, pero la factura a pagar fue altísima y padecía las consecuencias de ese enfrentamiento tan implacable. Sus brazos le dolían y su mente estaba perdida en el vendaval de tristeza. Ahora estaba por su cuenta y luchaba a solas, pero así de cruel era el mundo.

No. Ya no podía más. Se estaba desmoronando del cansancio. Todo parecía ir en cámara lenta, y de pronto, las bocinas de las lanchas, los graznidos de las gaviotas y el rugir del mar; todos esos sonidos parecían reducirse a mero ruido blanco. El bicolor cedía.

Sus manos ya no le respondían, y estas, ya blandas, se despegaron de la baranda. Su cuerpo se inclinó hacia adelante y resbaló a lo que era una caída de tres metros de altura desde el muelle. Antes de desmayarse, lo último que vio fue el inmenso océano matizado por los dorados rayos del sol que se diseminaban libremente. Se estaba cayendo... y entonces...