bitch better have my money [Overhaul]

Suigintou iba y venía, desaparecía y aparecía; ella era como un cáncer que se rehusaba a desaparecer. El clásico “yerba mala nunca muere” aplicaba para ella quien en el fondo deseaba ser arrancada de raíz porque ese ir y venir le tenía hastiada, los humanos le repugnaban y su misma existencia le asqueaba aún más. Sus amigos muertos, su propósito apagado ¿sus deudas? Esas seguían acumulándose. Alzó su copa y la bebió de golpe, la sustancia amarillenta le quemó la garganta, frunció el ceño y con un gesto de sus manos le indicó al cantinero, le echó un vistazo al lugar y resopló por lo bajo.

—Este lugar solía ser más… divertido —mencionó cuando el cantinero le sirvió un nuevo vaso de whiskey, él joven la ignoró y solo alzó los hombros como a quien no le importa la charla de una vieja ebria.

Porque eso era, una pobre vieja ebria y melancólica a quien hasta satanás la había olvidado.

Movió su cabeza a los lados provocando que sus huesos crujieran, incluso estaba fuera de forma, si sus antiguos enemigos la vieran se reirían e incluso ella acompañaría las risas. Pensó en sus enemigos e inevitablemente sus pensamientos viajaron a Legacy. —Ah la maldita familia dorada —dejó escapar una sonora risa y el cantinero le echó una mirada —¡Por la maldita familia dorada! ¡Porque espero que algún día se pudran en el infierno conmigo! —dicho esto vació su trago.

Sus ojos viajaron a la entrada del bar cuando un grupo de hombres entraron, le preguntaron algo al guarda de la puerta y este apuntó a Suigintou. La albina extrañada miró al cantinero como si él tuviera las respuestas a sus desventuras y tal vez las tenía porque entonces recordó quién la podría estar buscando y por qué. Resulta que la albina para matar el tiempo había metido sus narices en algunas apuestas clandestinas (para lo cuál era muy mala, a decir verdad) y había acumulado una deuda un poco grande con ciertos yakuzas.

Lo había olvidado y la verdad era más fácil acabar con ellos, pero ella quería mantener un perfil bajo; hacer una masacre no era realmente adecuado para su propósito. Dejó unos cuantos yenes en la barra, no era suficiente para pagar sus tragos, pero el joven cantinero estaba realmente ocupado charlando con unas jóvenes para notarlo y se escabullo a los baños para pensar en su huida. Ya en los baños apoyó las manos en el lavado y estiró sus músculos del cuello, de nuevo crujieron y pensó en que tenía que ir al quiropráctico, dejó los pensamientos inútiles por un momento y recordó que había una salida en la parte trasera del bar.

Fácil, salía por ahí, desplegaba sus alas y adiós yakuzas.