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La dangereuse. [Suigintou]
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La dangereuse. [Suigintou]
Era una calle solitaria. Muy solitaria. El panorama urbano se extendía a más allá de lo que sus ojos no podían ver. Estaba sola en la capital, en un lugar de muy mala muerte. Solo se escuchaban el ladrido de unos perros que resonaban con un eco a la distancia. La rubia iba bastante abrigada. Con una chaqueta blanca y una bufanda de color rojo. ¿Por qué había llegado acá? No lo sabía con certeza, pero tenía la intención de ver lo que realmente pasaba.
En los periódicos se habían levantado sospechas de ataques vampíricos. El panorama sí que estaba en desolación total. Era como entrar al fin de los tiempos. Se preguntó una vez más quién había provocado este pequeño apocalipsis.
Se rascó la mejilla, y de pronto, un viento cálido sopla y hace flamear sus rubicundos cabellos. Sintió que su corazón le estaba apretujando. Una especie de garra invisible que aplastaba cada centímetro cuadrado de su alma. La piel se le puso de gallina. Había algo en este ambiente que era precisamente descolocante, la que la hizo detenerse. Se quedó quieta en esa calle sin ninguna persona. Giró sus ojos violetas de un lado al otro: silencio.
No había nadie. Absolutamente nadie. Sin embargo, se sentía una presencia poderosa. Un aura corrupta y amenazante que condensaba el aire. Alguien había allí. Alguien a sus espaldas. La francesa se giró lentamente y efectivamente dio cuenta de que ese mal se había materializado. ¿Quién era?
En los periódicos se habían levantado sospechas de ataques vampíricos. El panorama sí que estaba en desolación total. Era como entrar al fin de los tiempos. Se preguntó una vez más quién había provocado este pequeño apocalipsis.
Se rascó la mejilla, y de pronto, un viento cálido sopla y hace flamear sus rubicundos cabellos. Sintió que su corazón le estaba apretujando. Una especie de garra invisible que aplastaba cada centímetro cuadrado de su alma. La piel se le puso de gallina. Había algo en este ambiente que era precisamente descolocante, la que la hizo detenerse. Se quedó quieta en esa calle sin ninguna persona. Giró sus ojos violetas de un lado al otro: silencio.
No había nadie. Absolutamente nadie. Sin embargo, se sentía una presencia poderosa. Un aura corrupta y amenazante que condensaba el aire. Alguien había allí. Alguien a sus espaldas. La francesa se giró lentamente y efectivamente dio cuenta de que ese mal se había materializado. ¿Quién era?
Charlotte Dunois
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