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Dorada Navidad [Priv. Volk]
~ +ACADEMIA LEGACY+ Foro de rol literario ~ :: Ciudad de Yokohama :: Sectores Periféricos :: Sector de Tiendas
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Dorada Navidad [Priv. Volk]
Lugar: Centro Comercial
Temporada: Invierno
Hora: 2:41 pm
Personajes: Luzia Blumstein & Volk Nesoodveten
Gritos, música, lágrimas, sangre y, hasta cierto punto desesperación. ¿Qué clase de ambiente podía haber provocado un desenlace parecido? ¿La guerra de la academia finalmente había sacudido las bases de la ciudad que, cual parásito, se alimentó de la institución que alguna vez prometió acabar con los conflictos? No, ni mucho menos, era, en todo caso una celebración en nombre de uno de sus líderes.
“Puedo recordar algo así en las escrituras, no precisamente en su nacimiento” pensó abriéndose paso entre las personas que se empujaban e insultaban. Podía ver la avaricia y la soberbia en las miradas, escucharlas en sus palabras. Si bien las presencias escapaban a s espectro de lectura sabía que la oscuridad que mostraban los corazones contrarios no había sido a causa de algún agente externo.
“Estoy cansada...” se quejó mentalmente, encontrando una banca donde detener su cuerpo. ¿Cuántas horas caminó por el edificio que acumulaba comercios? ¿Cuánto tiempo perdió al respecto? La actitud de los transeúntes solo resaltaba más con las coloridas decoraciones, las tradiciones creadas por el mero beneficio de sus arquitectos.
―Pero es lindo…― murmuró, quizás defendiendo la posición en la que veía las festividades. Ignorando, eliminando los mares de personas que cuales cardúmenes, en una jerarquía improvisada, sobrevivían y evitaban grandes choques, podría ver las luces, las decoraciones, el trasfondo de paz y buenos deseos que, aunque vacío, era tan alegre de intentar creer dicha mentira.
Quizás eso provocó una sonrisa en sus labios, encorvando su figura, posando su rostro sobre su diestra. La enviada de las nieves, única presente que vestía el color más natural de la época, se permitía soñar e imaginar. ¿Qué era lo que había deseado? ¿Qué era lo que deseaba hacer?
Un suspiro abrió la puerta de la frustración, corrompiendo sus sueños. ¿Qué era lo que deseaba realmente hacer? Muchas voces, de diferentes orígenes, poblaron su cabeza. Los mensajes nunca eran iguales pero formaban una narrativa conjunta que no hacía más que entristecerla, la entristecía porque era verdad.
“A veces me pregunto cómo eres en realidad… Siempre reaccionas ante lo que los demás quieren, lo hagas o no, pero nunca te he escuchado decir “Yo quiero hacer esto” y eso me asusta un poco” ante ese recuerdo sus labios secos se apretaron, sintiendo el dolor de la sangre que deseaba correr por los mismos, retenida por una fina capa de piel, quizás, ese dolor la trajo de regreso a la realidad.
―Necesito encontrar esas sabanas― murmuró estirándose con desgano. Intentó acallar esas voces, esa triste y melancólica voz que seguía repitiendo su mensaje a lo largo de su psique. Intentaba ignorarla, acallarla, pero sabía que no podía olvidarla, ya ni siquiera por su propia sinceridad o la falta de ella, pues era una mentira que hasta esos tiempos era realidad.
Sus pasos, aunque sonoros, se perdían en el eco de la población, dirigiéndose a la tienda por departamentos, ignorando la jerarquía de los caminos creados por sus semejantes, danzando cual hoja a la merced del viento y girando sin perder su camino.
Temporada: Invierno
Hora: 2:41 pm
Personajes: Luzia Blumstein & Volk Nesoodveten
Gritos, música, lágrimas, sangre y, hasta cierto punto desesperación. ¿Qué clase de ambiente podía haber provocado un desenlace parecido? ¿La guerra de la academia finalmente había sacudido las bases de la ciudad que, cual parásito, se alimentó de la institución que alguna vez prometió acabar con los conflictos? No, ni mucho menos, era, en todo caso una celebración en nombre de uno de sus líderes.
“Puedo recordar algo así en las escrituras, no precisamente en su nacimiento” pensó abriéndose paso entre las personas que se empujaban e insultaban. Podía ver la avaricia y la soberbia en las miradas, escucharlas en sus palabras. Si bien las presencias escapaban a s espectro de lectura sabía que la oscuridad que mostraban los corazones contrarios no había sido a causa de algún agente externo.
“Estoy cansada...” se quejó mentalmente, encontrando una banca donde detener su cuerpo. ¿Cuántas horas caminó por el edificio que acumulaba comercios? ¿Cuánto tiempo perdió al respecto? La actitud de los transeúntes solo resaltaba más con las coloridas decoraciones, las tradiciones creadas por el mero beneficio de sus arquitectos.
―Pero es lindo…― murmuró, quizás defendiendo la posición en la que veía las festividades. Ignorando, eliminando los mares de personas que cuales cardúmenes, en una jerarquía improvisada, sobrevivían y evitaban grandes choques, podría ver las luces, las decoraciones, el trasfondo de paz y buenos deseos que, aunque vacío, era tan alegre de intentar creer dicha mentira.
Quizás eso provocó una sonrisa en sus labios, encorvando su figura, posando su rostro sobre su diestra. La enviada de las nieves, única presente que vestía el color más natural de la época, se permitía soñar e imaginar. ¿Qué era lo que había deseado? ¿Qué era lo que deseaba hacer?
Un suspiro abrió la puerta de la frustración, corrompiendo sus sueños. ¿Qué era lo que deseaba realmente hacer? Muchas voces, de diferentes orígenes, poblaron su cabeza. Los mensajes nunca eran iguales pero formaban una narrativa conjunta que no hacía más que entristecerla, la entristecía porque era verdad.
“A veces me pregunto cómo eres en realidad… Siempre reaccionas ante lo que los demás quieren, lo hagas o no, pero nunca te he escuchado decir “Yo quiero hacer esto” y eso me asusta un poco” ante ese recuerdo sus labios secos se apretaron, sintiendo el dolor de la sangre que deseaba correr por los mismos, retenida por una fina capa de piel, quizás, ese dolor la trajo de regreso a la realidad.
―Necesito encontrar esas sabanas― murmuró estirándose con desgano. Intentó acallar esas voces, esa triste y melancólica voz que seguía repitiendo su mensaje a lo largo de su psique. Intentaba ignorarla, acallarla, pero sabía que no podía olvidarla, ya ni siquiera por su propia sinceridad o la falta de ella, pues era una mentira que hasta esos tiempos era realidad.
Sus pasos, aunque sonoros, se perdían en el eco de la población, dirigiéndose a la tienda por departamentos, ignorando la jerarquía de los caminos creados por sus semejantes, danzando cual hoja a la merced del viento y girando sin perder su camino.
Invitado- Invitado
Re: Dorada Navidad [Priv. Volk]
¿Qué podía decir? Lo había logrado. Había llegado a entrar a la Academia donde mi padre había estudiado y dado clases. Si, había seguido sus pasos, pero tenía mucho más de mi madre que de mi padre en cuanto a mis actitudes. Claramente nunca los olvidaba y los recordaba de buena forma, pero lo único que no podía sanar de mi pasado, era perdonarlos. Perdonar a aquellos quienes les habían arrebatado las vidas, era lo único que no podía perdonar y no quería perdonar. Probablemente eso me lleve a pecar el día de mañana. Pecar de una manera muy grave, y pese a no ser religiosa ni nada similar, yo sabía que estaba mal asesinar o matar a otro, y si bien era consciente que no iba a traer mis padres de vuelta mi venganza, al menos quería hacer algo por ellos. Si, estaba equivocándome con mi decisión, pero no iba a quedarme simplemente de brazos cruzados sin hacer nada. Para mí, el dolor que había sentido, todos los malos momentos que pasé por la ausencia de mis padres, o que simplemente pasé y ellos no estuvieron allí… Todos los momentos lindos, todo me lo había guardado para mí. ¿Cómo se sentiría esa gente si le arrebatas aquello que quieren u adoran? ¿Cómo se sentía matar a alguien? No sé si yo era demasiado buena, o tonta.
Ya había hecho mi rutina matutina de entrenamiento, ducha, papeleo académico entre otras, así que aproveché mi día libre para salir un poco, cambiar de aire, tal vez comprar algo si la ocurrencia se me iluminaba. Tomé mi pastilla de 24 horas contra mi alegría, ya que en este mundo uno nunca sabe con quién te puedes encontrar con la vida, y luego de revisar que todo esté en orden, salí de la academia para aprovechar lo que quedaba del día en el centro comercial. Se suponía que hacía frío, o eso decían, pero no sé si tenía que ver con mi masa corporal o mi sangre, pero para mí no era nada más que un día normal. Por ahí era que estaba acostumbrada a mi lugar de origen, donde el frío parece congelarte hasta el cerebro, pero aquí, yo estaba vestida tan simple que ni me mosqueaba. Una simple remera blanca, manga corta que apenas me quedaba corta por la parte de la cintura y unos jeans oscuros, bien negros. Zapatillas clásicas negras, atadas en perfecta sincronía, dibujando un camino similar al de las ramas de los árboles.
Ni siquiera sabía porque, pero no faltaba la costumbre de la gente desubicada que te mira como si fueses el señor Octopus yendo a pasear y se queda quieta mirándote hasta que terminas de pasarle por al lado. Suspiré por la nariz mientras caminaba y empezaba a perderme poco a poco entre las tiendas. ¿Qué me faltaba? Tenía todo lo que un cuarto necesita para dormir. Mi cocina estaba llena de cosas, pese a cocinar horrible, quería seguir intentándolo así que no me faltaba ni hasta el más inútil utensilio. ¿El baño? Nada. ¿Algo para las clases? Probablemente. ¿Qué me faltaba? Pensé sin cansancio mientras caminaba observando de reojo el camino. Todo era tan llamativo y lindo, pero no podía detenerme a no hacer nada, eso sólo lo hacía la gente que no tenía nada en mente y no quería seguir interrumpiendo el camino de nadie, aparte. Doblé en una esquina y para mi mala suerte, el centro comercial estaba empezando a esconderse.
Había menos locales, algunos estaban cerrados, puesto que la iluminación comenzaba a ser menor. Hice una mueca y seguí hasta doblar nuevamente, sin saber para donde iba y me encontré con un pasillo oscuro como la boca de un lobo. Modifiqué mi ojo izquierdo, para hacerlo como el de un gato y poder ver en la oscuridad. Me adentré sin saber porque, pero sólo caminé encontrándome con la oscuridad. Pequeños ruidos, algunos movimientos eran extraños, pero nada que deba preocuparme. Continué hasta atravesar la oscuridad y llegué a un lugar parecido a un local viejo y barato. La ventana del mismo se rompió en miles de pedazos al ser atravesada por un hombre que cayó lastimándose al suelo. Este se quejó y otro hombre de aspecto horripilante y salvaje se hizo aparecer desde la puerta – Y NO VUELVAS – su voz retumbó por todo el lugar, a lo que simplemente me di la vuelta y me fui de allí.
Volví al semi oscuro centro comercial, un poco aliviada y suspiré por la nariz más relajada. Continué buscando, pensando, sin saber para donde iba, perdiéndome nuevamente entre las luces y pasillos llenos de cosas para ofrecerte. Terminé saliendo a una gran plaza, la cual se veía linda y tranquila. Me senté en una banca, y apoyé mis codos en las rodillas, relajando el cuerpo mientras miraba al frente. Tal vez lo que necesitaba era... – Oye… - levanté la vista un poco más y el hombre el cual había sido bala de pruebas contra vidrios, estaba frente mío - ¿Tienes algo de dinero para darme? – su voz era casi afónica, sumado a ese tono grave de alcohol barato – No tengo nada que ofrecerte… ¿Podrías simplemente alejarte? Necesito pensar… - comenté con tranquilidad mientras el tipo se acercaba – Para ser una mujer… Tienes muchas agallas para contestar así… - se detuvo a centímetros mío. ¿En serio? ¿Por qué tiene que pasarme esto? Encima el bastardo creo que ni se dio cuenta de mi físico... – Vamos nena… Sólo ven conmigo… - se rio y asquerosamente se relamió los labios. Suspiré por la nariz y me empecé a levantar de a poco, pasando por bastante su altura. Me quedé en silencio, mirándolo seriamente para ver si lo intimidaba - ¡Juuu! – festejó – Encima tienes unos pechotes grandotes – su mano se apoyó en mi pecho descaradamente, y yo, bueno, reaccioné.
Apreté los labios mientras se dibujaba una mueca de completo disgusto y agarré su mano con mi izquierda, por la muñeca, fuertemente – Escucha una cosa… - empecé a hacer fuerza, de a poco mientras apoyaba la mano en su hombro izquierdo – Jamás… - mi mano izquierda siguió y siguió haciendo fuerza hasta quebrarle la muñeca, arrugando esta como un papel – Pero JAMÁS – solté su intento de muñeca y le cubrí la mitad del rostro con mi mano, siendo así desde la nariz hacia abajo para que no pudiese quejarse – Toques a una mujer sin su consentimiento… - hice fuerza con mi mano derecha en su hombro, quebrándole el mismo y rápidamente lo agarré de la ropa mientras el tipo se quejaba y lloraba de dolor, lo levanté sobre mí y lo lancé como si se tratase de una jabalina. Genial, ahora estaba enojada. Rechisté de mala gana y decidí, en ese mismo momento, ir al primer gimnasio que se me cruzase para romper mi bronca contra quien sea. Eso, o ir a un bar a buscar pelear, quebrar unos cuantos huesos, dejar salir mi bestia interior y luego beber como una loca. La gente que estaba cerca mío me miraba asombrada, con miedo tal vez - ¡Wow, otra vez! - dijo un niño con emoción, inocente, pero yo necesitaba descargar mi ira.
Me fui de allí, caminando con enojo, pisando fuerte. Mi ceño estaba fruncido, estaba de muy mal humor como para que alguien se me cruce en este momento, así que mientras trataba al menos un poquito de calmarme, iba rechistando y tensando los músculos, pareciendo más grande que antes. La gente automáticamente se corría o se cambiaba de cuadra. Sólo denme algo que golpear por cinco horas me quejé embroncada con la vida.
Ya había hecho mi rutina matutina de entrenamiento, ducha, papeleo académico entre otras, así que aproveché mi día libre para salir un poco, cambiar de aire, tal vez comprar algo si la ocurrencia se me iluminaba. Tomé mi pastilla de 24 horas contra mi alegría, ya que en este mundo uno nunca sabe con quién te puedes encontrar con la vida, y luego de revisar que todo esté en orden, salí de la academia para aprovechar lo que quedaba del día en el centro comercial. Se suponía que hacía frío, o eso decían, pero no sé si tenía que ver con mi masa corporal o mi sangre, pero para mí no era nada más que un día normal. Por ahí era que estaba acostumbrada a mi lugar de origen, donde el frío parece congelarte hasta el cerebro, pero aquí, yo estaba vestida tan simple que ni me mosqueaba. Una simple remera blanca, manga corta que apenas me quedaba corta por la parte de la cintura y unos jeans oscuros, bien negros. Zapatillas clásicas negras, atadas en perfecta sincronía, dibujando un camino similar al de las ramas de los árboles.
Ni siquiera sabía porque, pero no faltaba la costumbre de la gente desubicada que te mira como si fueses el señor Octopus yendo a pasear y se queda quieta mirándote hasta que terminas de pasarle por al lado. Suspiré por la nariz mientras caminaba y empezaba a perderme poco a poco entre las tiendas. ¿Qué me faltaba? Tenía todo lo que un cuarto necesita para dormir. Mi cocina estaba llena de cosas, pese a cocinar horrible, quería seguir intentándolo así que no me faltaba ni hasta el más inútil utensilio. ¿El baño? Nada. ¿Algo para las clases? Probablemente. ¿Qué me faltaba? Pensé sin cansancio mientras caminaba observando de reojo el camino. Todo era tan llamativo y lindo, pero no podía detenerme a no hacer nada, eso sólo lo hacía la gente que no tenía nada en mente y no quería seguir interrumpiendo el camino de nadie, aparte. Doblé en una esquina y para mi mala suerte, el centro comercial estaba empezando a esconderse.
Había menos locales, algunos estaban cerrados, puesto que la iluminación comenzaba a ser menor. Hice una mueca y seguí hasta doblar nuevamente, sin saber para donde iba y me encontré con un pasillo oscuro como la boca de un lobo. Modifiqué mi ojo izquierdo, para hacerlo como el de un gato y poder ver en la oscuridad. Me adentré sin saber porque, pero sólo caminé encontrándome con la oscuridad. Pequeños ruidos, algunos movimientos eran extraños, pero nada que deba preocuparme. Continué hasta atravesar la oscuridad y llegué a un lugar parecido a un local viejo y barato. La ventana del mismo se rompió en miles de pedazos al ser atravesada por un hombre que cayó lastimándose al suelo. Este se quejó y otro hombre de aspecto horripilante y salvaje se hizo aparecer desde la puerta – Y NO VUELVAS – su voz retumbó por todo el lugar, a lo que simplemente me di la vuelta y me fui de allí.
Volví al semi oscuro centro comercial, un poco aliviada y suspiré por la nariz más relajada. Continué buscando, pensando, sin saber para donde iba, perdiéndome nuevamente entre las luces y pasillos llenos de cosas para ofrecerte. Terminé saliendo a una gran plaza, la cual se veía linda y tranquila. Me senté en una banca, y apoyé mis codos en las rodillas, relajando el cuerpo mientras miraba al frente. Tal vez lo que necesitaba era... – Oye… - levanté la vista un poco más y el hombre el cual había sido bala de pruebas contra vidrios, estaba frente mío - ¿Tienes algo de dinero para darme? – su voz era casi afónica, sumado a ese tono grave de alcohol barato – No tengo nada que ofrecerte… ¿Podrías simplemente alejarte? Necesito pensar… - comenté con tranquilidad mientras el tipo se acercaba – Para ser una mujer… Tienes muchas agallas para contestar así… - se detuvo a centímetros mío. ¿En serio? ¿Por qué tiene que pasarme esto? Encima el bastardo creo que ni se dio cuenta de mi físico... – Vamos nena… Sólo ven conmigo… - se rio y asquerosamente se relamió los labios. Suspiré por la nariz y me empecé a levantar de a poco, pasando por bastante su altura. Me quedé en silencio, mirándolo seriamente para ver si lo intimidaba - ¡Juuu! – festejó – Encima tienes unos pechotes grandotes – su mano se apoyó en mi pecho descaradamente, y yo, bueno, reaccioné.
Apreté los labios mientras se dibujaba una mueca de completo disgusto y agarré su mano con mi izquierda, por la muñeca, fuertemente – Escucha una cosa… - empecé a hacer fuerza, de a poco mientras apoyaba la mano en su hombro izquierdo – Jamás… - mi mano izquierda siguió y siguió haciendo fuerza hasta quebrarle la muñeca, arrugando esta como un papel – Pero JAMÁS – solté su intento de muñeca y le cubrí la mitad del rostro con mi mano, siendo así desde la nariz hacia abajo para que no pudiese quejarse – Toques a una mujer sin su consentimiento… - hice fuerza con mi mano derecha en su hombro, quebrándole el mismo y rápidamente lo agarré de la ropa mientras el tipo se quejaba y lloraba de dolor, lo levanté sobre mí y lo lancé como si se tratase de una jabalina. Genial, ahora estaba enojada. Rechisté de mala gana y decidí, en ese mismo momento, ir al primer gimnasio que se me cruzase para romper mi bronca contra quien sea. Eso, o ir a un bar a buscar pelear, quebrar unos cuantos huesos, dejar salir mi bestia interior y luego beber como una loca. La gente que estaba cerca mío me miraba asombrada, con miedo tal vez - ¡Wow, otra vez! - dijo un niño con emoción, inocente, pero yo necesitaba descargar mi ira.
Me fui de allí, caminando con enojo, pisando fuerte. Mi ceño estaba fruncido, estaba de muy mal humor como para que alguien se me cruce en este momento, así que mientras trataba al menos un poquito de calmarme, iba rechistando y tensando los músculos, pareciendo más grande que antes. La gente automáticamente se corría o se cambiaba de cuadra. Sólo denme algo que golpear por cinco horas me quejé embroncada con la vida.
Invitado- Invitado
Re: Dorada Navidad [Priv. Volk]
El incontenible cardumen humano, indetenible por la voluntad de cada una de sus partes, caótico en cada una de sus descripciones, se vio bruscamente detenido, provocando montones de empujones y accidentes, a causa de un solo grito dispar, desesperado, asustado. Un grito que se iba acercando rápidamente por sobre la cabeza de la alemana hasta que observó una silueta masculina disparada al otro lado del centro comercial.
“¿Qué mier…” apenas pudo cuestionarse bajando su cabeza, tras la capa de personas, pudo observar un perfil levemente conocido. La presencia de nuevos estudiantes en la academia, tales como la propia ángel, eran un acontecimiento inusual narrado extensamente en la gaceta, como bien había aprendido con el ejemplo. No obstante, nuevos profesores eran un mito profético al que dedicaban numerosos párrafos poblados de toda la información disponible.
¿Ella había lanzado aquel hombre? Todo indicaba que sí. Dudaba de sus motivos pero en una sociedad que vuelve su cabeza y tapa sus oídos tras hacer su primer juicio, ella era vista con desprecio como una agresora. Lentamente el cardumen comenzaba a moverse, esta vez de forma lenta, mientras las autoridades del centro comercial atentaban comenzar su camino hacia la musculosa docente.
¿Confiaba en ella? No, no la conocía, nunca cruzó una palabra con ella. ¿Quizás era una mezcla de su naturaleza de ángel con la diligente pose de imponencia que aquella reflejaba? Era una posibilidad, ya que decidió hacerle un favor. Un pequeño niño pasó a su lado, observando a todas direcciones con curiosidad, usando sus ojos como brazos de todo aquello que deseaban.
―Debería haber la rebaja del 80% en consolas…― murmuró lo suficientemente alto como para que tanto el pequeño infante como tantos otros corriesen la voz. En segundos el flujo, antes caótico, se había vuelto apocalíptico. La atención de los guardias se volvió ante la anarquía, desechando la idea de la agresora e intentando detener la rebelión que empujaba y pisoteaba aquellos incapaces de seguir el ritmo de la destrucción.
“Dios… Podrían tener cuidado” pensó la pelinegra, presa de múltiples empujones, golpes de hombro y patadas mientras intentaba mantenerse en un sitio. Los gritos aumentaban, los oídos comenzaban a fallar al igual que su ira crecía. El usar sus poderes en su día a día, si bien le desagradaba, cada vez se volvía una opción más tentadora.
Sus ojos pasearon por el lugar, buscando sitios despoblados donde materializar su presencia. Una y otra vez su concentración se vio alterada por golpes y empujones que la agobiaban y molestaban, mientras que su parte curiosa se volvía a la silueta de la rusa. Pese a que no fueron más que unos segundos, fue suficiente como para que una poco preparada Luzia finalmente activase su teletransportación sin saber dónde acabaría.
El sonido se volvió un enloquecedor vacío, su parpadeo se convirtió en un abismo. No había sensación, temperatura, sentimiento. Si existía un lugar ausente de la existencia de Dios estaba en él. Un sitio donde solo se podría ir a morir o sufrir.
Sus ojos se abrieron y una ancha y musculosa espalda fue quien le dio la bienvenida, quizás, lo suficientemente amistosa como para invitar el rostro de la joven a estrellarse contra ella.
―Ay…― perdió el equilibrio, cayendo de espaldas al suelo, sentada, con una mano sosteniendo su anatomía mientras la otra inspeccionaba su nariz.
―Perdona… No me fijé― apenas se excusó sin notar donde había caído genuinamente sin notar que la figura que observaba con curiosidad se convirtió en el destino de su viaje con su sombrero cayendo entre sus piernas y a los pies de la inesperada interlocutora.
“¿Qué mier…” apenas pudo cuestionarse bajando su cabeza, tras la capa de personas, pudo observar un perfil levemente conocido. La presencia de nuevos estudiantes en la academia, tales como la propia ángel, eran un acontecimiento inusual narrado extensamente en la gaceta, como bien había aprendido con el ejemplo. No obstante, nuevos profesores eran un mito profético al que dedicaban numerosos párrafos poblados de toda la información disponible.
¿Ella había lanzado aquel hombre? Todo indicaba que sí. Dudaba de sus motivos pero en una sociedad que vuelve su cabeza y tapa sus oídos tras hacer su primer juicio, ella era vista con desprecio como una agresora. Lentamente el cardumen comenzaba a moverse, esta vez de forma lenta, mientras las autoridades del centro comercial atentaban comenzar su camino hacia la musculosa docente.
¿Confiaba en ella? No, no la conocía, nunca cruzó una palabra con ella. ¿Quizás era una mezcla de su naturaleza de ángel con la diligente pose de imponencia que aquella reflejaba? Era una posibilidad, ya que decidió hacerle un favor. Un pequeño niño pasó a su lado, observando a todas direcciones con curiosidad, usando sus ojos como brazos de todo aquello que deseaban.
―Debería haber la rebaja del 80% en consolas…― murmuró lo suficientemente alto como para que tanto el pequeño infante como tantos otros corriesen la voz. En segundos el flujo, antes caótico, se había vuelto apocalíptico. La atención de los guardias se volvió ante la anarquía, desechando la idea de la agresora e intentando detener la rebelión que empujaba y pisoteaba aquellos incapaces de seguir el ritmo de la destrucción.
“Dios… Podrían tener cuidado” pensó la pelinegra, presa de múltiples empujones, golpes de hombro y patadas mientras intentaba mantenerse en un sitio. Los gritos aumentaban, los oídos comenzaban a fallar al igual que su ira crecía. El usar sus poderes en su día a día, si bien le desagradaba, cada vez se volvía una opción más tentadora.
Sus ojos pasearon por el lugar, buscando sitios despoblados donde materializar su presencia. Una y otra vez su concentración se vio alterada por golpes y empujones que la agobiaban y molestaban, mientras que su parte curiosa se volvía a la silueta de la rusa. Pese a que no fueron más que unos segundos, fue suficiente como para que una poco preparada Luzia finalmente activase su teletransportación sin saber dónde acabaría.
El sonido se volvió un enloquecedor vacío, su parpadeo se convirtió en un abismo. No había sensación, temperatura, sentimiento. Si existía un lugar ausente de la existencia de Dios estaba en él. Un sitio donde solo se podría ir a morir o sufrir.
Sus ojos se abrieron y una ancha y musculosa espalda fue quien le dio la bienvenida, quizás, lo suficientemente amistosa como para invitar el rostro de la joven a estrellarse contra ella.
―Ay…― perdió el equilibrio, cayendo de espaldas al suelo, sentada, con una mano sosteniendo su anatomía mientras la otra inspeccionaba su nariz.
―Perdona… No me fijé― apenas se excusó sin notar donde había caído genuinamente sin notar que la figura que observaba con curiosidad se convirtió en el destino de su viaje con su sombrero cayendo entre sus piernas y a los pies de la inesperada interlocutora.
Invitado- Invitado
Re: Dorada Navidad [Priv. Volk]
Caminé enojada por donde menos gente había, no tenía ganas de cruzarme a nadie. La cuadra siguiente, paralela a todo el tumulto de gente comprando como locos, era lo que necesitaba para poder descansar del todo, aunque no por mucho. Dos oficiales se aparecieron al final de la calle, los cuales me hicieron señales de que me acerqué. Sin muchas ganas fui caminando hacia ellos mientras me cruzaba de brazos y los miraba desde arriba - ¿Si? – dije corta, seca, sin humor y sin muchas más ganas de estar en estos lugares. Me estaba empezando a fastidiar, y no era bueno. Uno de ellos tragó saliva nervioso, mientras abría los labios sin saber que decir y el otro sólo miraba con cara de nada. Si no hubiese sido porque podían arrestarme, los hubiera sacado de mi camino de una piña, pero no podía. Como profesora y “defensora de la paz” o como quieran llamarle, debía comportarme. Algunos gritos de revolución se hicieron escuchar a mi derecha, al parecer había algún tipo de oferta y desde el comunicador de los oficiales, pedían refuerzos para calmar la zona. Se fueron sin poder decir u hacerme nada, por lo que seguí caminando, internándome en el siguiente pasadizo bastante oscuro y desolado.
¿Y ahora? Seguía teniendo bronca, quería golpear cosas hasta que me sangren los nudillos, o beber hasta lograr emborracharme, lo cual era lo mismo que buscar una aguja en un pagar siendo ciego. Realmente, ¿Cuánto más iba a estar de mal humor? Me detuve en seco, tratando de calmarme. Respiré hondo, cerré el ojo y por unos momentos, alejé todos mis sentidos. No oída nada, no sentía el aire, no olía, no nada. Como un recipiente vacío, mi mente logró alcanzar la paz de nuevo y mientras volvía a mirar hacia adelante, los sentidos fueron sumándose de a poco. Largué el aire lento y levanté mi muñeca hacia adelante, cerca de mi rostro para fijarme la hora desde mi reloj un poco viejo, plateado y negro. Aún no era tan tarde, podía llegar a encontrar algo que comprarme, algo útil, o terminar por entretenerme en un bar… O golpear algo sonreí levemente y repentinamente, mis sentidos se alertaron.
Fue un segundo, tal vez dos, pero mis sentidos me advirtieron de algo, algo que no había podido predecir de aquí a quinientos años o más. Era magia, eso lo sabía porque podía reconocerlo, pero ¿Por qué ahora? En estas fechas, cerca de mí. ¿Era obra de aquel hombre o era cosa del destino? No podía hacer mucho, di un paso hacia adelante, con cuidado y alerta y algo tocó mi espalda, o más bien, alguien. Era un poco pesada, como si hubiera saltado o sido lanzada desde el aire, o se hubiera caído desde el cielo. Apenas me moví por inercia y me giré a ver de quien se trataba. ¿Acaso…? si, era ella. La alumna que me daba más alergias que vaya a saber que, pero nunca antes en mi vida había sufrido tanto mi alergia que con esta chica. La niña ángel que podía teletransportarse de un lugar a otro, aunque todavía no lo manejaba muy bien, por ahora. ¿Acaso me estaba siguiendo o era que se le había cruzado la tonta idea de ir de un lugar a otro comprando usando tal poder? La miré sin más, sin decir nada y tras un suspiro, relajé los músculos y me agaché a tomar su sombrero. Lo sacudí con una expresión calma y casi nula para luego colocárselo más o menos como lo solía llevar – Deberías tener más cuidado… En usar tus poderes en público… - sonreí suavemente y la tomé por debajo de los brazos para levantarla y dejarla de pie. Ciertamente, no llevaba bolsas de compras, puesto que me quedaban pocas opciones el porque es que estaba aquí paseando. Si tuviese que decir algo, parecía un muñequito de torta como estaba vestida, aunque eso no era de mi incumbencia.
Coloqué mis manos en los bolsillos y tras unos segundos de silencio, tomé su muñeca y caminé hacia la concurrente avenida. Iba a verse raro que una adulta como yo estuviese a solas en un callejón a oscuras con una niña como esta. Además... No iba a dejar ni de por casualidad que le pase algo a una alumna, mucho menos quería estar con alguien como ella en un lugar poco transitado y oscuro. Si llegaba a ocurrirle algo, seguro que me iban a despedir. Suspiré por la nariz y la solté cuando las luces empezaron a invadir mi campo visual – Y bien… - dije mientras caminaba, volviendo a colocar mis manos en los bolsillos - ¿Qué haces por aquí? ¿Ya cenaste? – pregunté mientras mi altura sobresalía de cualquier cabeza, al igual que mi masa muscular bestial y horrible, para la mayoría de los seres vivos. No era una preocupación, ni tampoco era algo que me molestase. El esfuerzo de mi arduo trabajo y entrenamiento, era reflejado en mi físico y en mi manera de desarrollarme ante los demás. Creo que eran cosas que había aprendido para bien, y no me arrepentía. A palabras necias, oídos sordos me lo hacía recordar cada tanto, palabras que decía mi padre cuando escribía mientras mi madre me peinaba.
¿Y ahora? Seguía teniendo bronca, quería golpear cosas hasta que me sangren los nudillos, o beber hasta lograr emborracharme, lo cual era lo mismo que buscar una aguja en un pagar siendo ciego. Realmente, ¿Cuánto más iba a estar de mal humor? Me detuve en seco, tratando de calmarme. Respiré hondo, cerré el ojo y por unos momentos, alejé todos mis sentidos. No oída nada, no sentía el aire, no olía, no nada. Como un recipiente vacío, mi mente logró alcanzar la paz de nuevo y mientras volvía a mirar hacia adelante, los sentidos fueron sumándose de a poco. Largué el aire lento y levanté mi muñeca hacia adelante, cerca de mi rostro para fijarme la hora desde mi reloj un poco viejo, plateado y negro. Aún no era tan tarde, podía llegar a encontrar algo que comprarme, algo útil, o terminar por entretenerme en un bar… O golpear algo sonreí levemente y repentinamente, mis sentidos se alertaron.
Fue un segundo, tal vez dos, pero mis sentidos me advirtieron de algo, algo que no había podido predecir de aquí a quinientos años o más. Era magia, eso lo sabía porque podía reconocerlo, pero ¿Por qué ahora? En estas fechas, cerca de mí. ¿Era obra de aquel hombre o era cosa del destino? No podía hacer mucho, di un paso hacia adelante, con cuidado y alerta y algo tocó mi espalda, o más bien, alguien. Era un poco pesada, como si hubiera saltado o sido lanzada desde el aire, o se hubiera caído desde el cielo. Apenas me moví por inercia y me giré a ver de quien se trataba. ¿Acaso…? si, era ella. La alumna que me daba más alergias que vaya a saber que, pero nunca antes en mi vida había sufrido tanto mi alergia que con esta chica. La niña ángel que podía teletransportarse de un lugar a otro, aunque todavía no lo manejaba muy bien, por ahora. ¿Acaso me estaba siguiendo o era que se le había cruzado la tonta idea de ir de un lugar a otro comprando usando tal poder? La miré sin más, sin decir nada y tras un suspiro, relajé los músculos y me agaché a tomar su sombrero. Lo sacudí con una expresión calma y casi nula para luego colocárselo más o menos como lo solía llevar – Deberías tener más cuidado… En usar tus poderes en público… - sonreí suavemente y la tomé por debajo de los brazos para levantarla y dejarla de pie. Ciertamente, no llevaba bolsas de compras, puesto que me quedaban pocas opciones el porque es que estaba aquí paseando. Si tuviese que decir algo, parecía un muñequito de torta como estaba vestida, aunque eso no era de mi incumbencia.
Coloqué mis manos en los bolsillos y tras unos segundos de silencio, tomé su muñeca y caminé hacia la concurrente avenida. Iba a verse raro que una adulta como yo estuviese a solas en un callejón a oscuras con una niña como esta. Además... No iba a dejar ni de por casualidad que le pase algo a una alumna, mucho menos quería estar con alguien como ella en un lugar poco transitado y oscuro. Si llegaba a ocurrirle algo, seguro que me iban a despedir. Suspiré por la nariz y la solté cuando las luces empezaron a invadir mi campo visual – Y bien… - dije mientras caminaba, volviendo a colocar mis manos en los bolsillos - ¿Qué haces por aquí? ¿Ya cenaste? – pregunté mientras mi altura sobresalía de cualquier cabeza, al igual que mi masa muscular bestial y horrible, para la mayoría de los seres vivos. No era una preocupación, ni tampoco era algo que me molestase. El esfuerzo de mi arduo trabajo y entrenamiento, era reflejado en mi físico y en mi manera de desarrollarme ante los demás. Creo que eran cosas que había aprendido para bien, y no me arrepentía. A palabras necias, oídos sordos me lo hacía recordar cada tanto, palabras que decía mi padre cuando escribía mientras mi madre me peinaba.
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