Side Story - El nuevo profesor de literatura (Suiguintou)

Era aquella mañana de apariencia tacita y de un frío sentir. El blanco fruto del cielo descendía de tan violenta y estrepitosa forma que, pese a la suavidad que comúnmente le caracterizaba, era capaz de destruir la vegetación a su paso. Sí, era un ambiente agónigo. Agónico, pero verdaderamente hermoso. Si se mirase desde la ventana, podría apreciarse al castillo Rokkenjima hecho un palacio de hielo, condecorado con una espléndida capa de nieve a modo de suelo y de vestimenta, de modo que lucía como la más blanca y brillante de las doncellas en medio de la ceremonia nupcial.

Por supuesto, el ambiente dentro del castillo era muy distinto. Pese a ser un sitio que claramente poseía muchos años de antigüedad, cada habitación y cada pasillo contaba ya con su propio artilugio capaz de generar calor y comodidad. Aquí el color dominante no era el hermoso y celestial blanco de pureza, sino la labrada piedra gris y la ostentosa alfombra blanca que gritaba a voz de trompeta que el hombre era amo y señor de su entorno y de su destino. Frase que era reforzada en suprema vanidad con cada cuadro, con cada adorno de oro, con cada armadura en el pasillo, con cada pilar ingeniosamente eraborado y condecorado, y con cada cuarto y pasillo hecho con tan complejo y sublime diseño.

Sí, todo era vanidad. Pero ¿Realmente algo no lo era? ¿No era acaso el hombre ególatra y egoísta por naturaleza propia. Era algo natural, y no había problema con ello. Era lo más racional del mundo desear el bien propio. Aún los animales se comportan de esta forma, pues es el orden natural de las cosas. ¿Por qué, pues, se consideraban entonces la generosidad y la compasión como algo bueno? ¿Por qué se alababa enteramente la capacidad de sacrificarse por otros? ¿Cómo era posible que destruir las leyes de la naturaleza se considerase un acto de valor y de buena voluntad? Estar dispuesto a hacer algo completamente irracional por el bien de otra persona, aunque ello no te beneficie en lo absoluto ¿Por qué resultaba tan satisfactorio?

Así pensaba el dramaturgo mientras realizaba su recorrido en busca de la dirección escolar de la Academia Legacy. No iba por deseo propio. Realmente, detestaba la idea que ahora mismo estaba llevando a la práctica. Para un escritor de su categoría, universalmente aclamado como el mejor de su época y aún hoy recordado como el ícono de la literatura inglesa, era un insulto para William Shakespeare el ser reducido a un simple profesor de escuela. Sin embargo, había sido una decisión propia y consciente. No era dinero o reconocimiento lo que buscaba. Tampoco necesitaba la aprobación de nadie. Lo único que deseaba, era poder vigilar y cuidar en todo tiempo a la niña que lo había invocado a este mundo, Mirai Kuriyama.

Esta era, posiblemente, la primera vez que el Caster tenía un pensamiento altruista. Era la primera vez, y realmente no lo entendía. ¿Por qué desear cuidar a aquella chica de pasado trágico sin habilidades relevantes? ¿Sería lástima acaso? ¿O quizá la encontraba útil en el fondo? Esas ideas no salían de su mente desde hace tiempo ya. ¿Por qué le importaba tanto alguien que no le beneficiaba en nada? Aquello no le hacía ningún sentido, pero era algo que simplemente no podía evitar.

Fue así como el escritor llegó finalmente a la que era la dirección escolar, y cuya puerta encontró convenientemente abierta, mismo que consideró motivo suficiente para introducirse en la sala sin previa explicación. Eso sí, desde antes de entrar, alzó la voz al aire, como anunciando su presencia desde un inicio, citando una de sus obras maestras en acto, con una sonrisa soberbia y un tono de voz energético; características que definían perfectamente al dramaturgo.

– Así, pues, en nombre de la benevolencia, y puesto que se os conoce como los primeros, y más felices espectadores de la ciudad, sed tan serios como deseamos; imaginad que veis los personajes mismos de nuestra noble historia tales como fueron en vida; imaginad que los contempláis poderosos y acompañados del gentío enorme y de la solicitud de millares de amigos; luego considerad cómo en un instante a esta grandeza se junta de repente el infortunio. ¡Y si entonces conserváis vuestra alegría, diré que un hombre puede llorar el día de sus bodas!

Aquel hombre aún no terminaba de vociferar su glosalía cuando notó la presencia de aquella mujer que se retorcía lentamente en su escritorio como animal agónico bajo el efecto de algún sedante. Aquel no se rió ni se molestó ante la actitud de aquella que se encontraba ahí en estado de ebriedad. No emitió ningún comentario al respecto, sino que más bien bajó el tono de voz, hablando con mayor naturalidad, como lo haría cualquier persona común y corriente... O algo parecido.

– Usted disculpará, dama de infame vocabulario. Lamento romper sus ilusiones, pero no soy esa Beatrice por quien tanto clama. He aquí, en cambio, solo hay frente a usted un viejo escritor, que busca a la persona que está a cargo de este sitio.

La elocuencia en las palabras de Caster eran tan notorias como su falta de tacto para iniciar una conversación. Por supuesto, un detalle obviado para quien supiese que aquel era un dramaturgo que miraba a todas las personas no como iguales, sino como participantes de una historia de la que él se consideraba el supremo narrador. No es de extrañarse entonces que muestre un aire de orgullo ególatra tanto en sus palabras como en sus acciones, tal como sucedía en ese momento. Sin embargo, no es que Shakespeare considerase a todos como inferiores, sino que más bien miraba a todos como si él fuera solo un espectador del escenario y no un personaje más que se involucra abiertamente con el resto.

Aquello se podía apreciar más fácilmente con el gesto que hizo a continuación y cual no fue otro sino una reverencia hacia la contraria. Lo la despreciaba ni la subestimaba, ni a nadie en particular. Sólo le eran todos entes ajenos, como sombras en la penumbra o espejismos en la arena del desierto. Por supuesto, él no esperaba que la contraria pensare en todas esas cosas. Hasta donde llegaba su punto de vista, el alcohol era quien la había relegado a la postura moribunda en que se hallaba ella ahora mismo. Nada digno de aplaudir, pero sin duda alguna tampoco algo tan extraño.

– Por cierto... ¿Se encuentra bien, señorita? Guarda usted la apariencia de que una taza de café le vendría bien para comenzar la mañana. Un café amargo como un mal amanecer, de tono oscuro como una noche nublada y tormentosa, servido en una fina taza de blanca porcelana y acompañado de dos terrones de azúcar que hagan más soportable su amargura.

En ese momento, tal como si las palabras del dramaturgo le hubiesen invocado, la taza anteriormente descrita tomó forma sobre el escritorio. El caliente líquido estaba en su interior tal cual lo había imaginado el Caster, quien gustaba de presumir una de sus habilidades favoritas: la capacidad de dar forma a la realidad con sus palabras.

La albina masajeó sus sienes ante el inminente dolor de cabeza que se comenzaba a formar, culpó a la mezcla de distintos licores que hizo anoche, ¿Qué pasa al mezclar, ginebra, whiskey, ron y cerveza? Pues una laguna mental, recuerdos borrosos de ella tirando por la ventana el retrato de Beatrice que aún se alzaba orgulloso en uno de los pasillos de Legacy. Cerró los ojos un momento intentando prestar atención a las palabras del hombre y de ellas solo logró captar que el extraño hombre buscaba a la persona a cargo, Suigintou abrió los ojos y quiso mentir y decir que la directora no estaba y que ella solo era su asistente, pero ese truco ya lo había gastado demasiado por lo que no tuvo otra opción que decir la verdad.

Sin embargo antes de que pudiese decir palabra alguna, el elocuente hombre siguió con su discurso, preguntando sobre el estado de la directora a lo que ella respondió rodando los ojos. Estaba perfecta, nada que una buena taza de café no pudiera arreglar y como si le hubiera leído la mente, aquel hombre le ofreció una taza del oscuro liquido la cual apareció frente a ella, sobre el escritorio. Alzando una ceja, Suigintou acercó la taza de café a su boca, sopló, le dio un sorbo a la bebida y se tomó unos momentos para retomar el hilo de la situación; escritor, buscaba a la persona a cargo, no paraba de hablar y podía hacer café de la nada. Un muy bien café, por cierto.

Dejó la taza de nuevo en el escritorio, apoyó sus codos y cruzó los dedos para luego reposar su mentón en ellos, con una media sonrisa y lamirada adormecida digo: —Yo soy Suigintou, directora de Legacy, la persona a cargo de esta honorable academia —el sarcasmo rodó en su lengua.

—¿Escritor? —continuó— Por cómo habla y cómo se viste o es un escritor de antaño o solo alguien que tiene alguna fijación por todo lo… antiguo —dijo queriendo evitar las palabras, viejo, arcaico, añejo, anticuado y pensó que si daba una palmada en la espalda del hombre, iba a salir polvo —Cualquiera de las dos posibilidades ¿en qué le puedo servir, señor escritor? —finalizó tomando otro sorbo del café mientras se reclinaba sobre su cómoda silla de cuero.

Esperó pacientemente el dramaturgo mientras la de los blancos cabellos bebía el cálido líquido de color oscuro que él mismo se había encargado de proporcionarle. Esperó también mientras ella hablaba con aquella voz de espada envainada, que si no cortaba era solo porque su portadora contenía sus palabras. No pudo, pues, contener el escritor la sonrisa que en su rostro se plasmaba mientras escuchaba a aquella mujer. Pensó para sí mismo que se trataba de un personaje interesante, comenzando a preguntarse entonces por las circunstancias que impulsaban la actitud de la directora. Sin embargo, no hizo preguntas, no le correspondía... Aún. Solamente se dedicó a expresar lo que a él se le solicitaba, con calma y con más tacto, diciendo de la siguiente manera:

– Excelente noticia es que sea usted la persona a quien busco, pues ahora puedo presentarme de forma más apropiada. Soy el espíritu heroico de clase Caster: ¡William Shakespeare, el mundialmente afamado dramaturgo inglés!

Dijo aquello con extenso orgullo. Era obvio para él que todos debían conocerle. Cuántas obras habían sido redactadas por este hombre e interpretadas a lo largo de los siglos que le era impensable que existiese tan ignorante ser y tan carente de contacto con el mundo que no supiese reconocer su nombre con tan solo escucharlo. Sin embargo, a sabiendas de que su nombre no era suficiente justificación de su presencia, aquel prosiguió su explicación inmediatamente, como para la que frente a él estaba no se perdiese un solo detalle de la historia, con un tono suave y que, sin embargo, dictaba entusiasmo en cada palabra.

– Fui invocado a esta época por obra de un estudiante de esta institución. De hecho, fui traído de vuelta a la vida en la biblioteca de este mismo castillo, así que es mi propósito en este día conseguir una plaza como profesor de esta... "Academia para seres extraordinarios", según dicta el letrero de la entrada.

Sus últimas palabras estaban ligeramente salpicadas de burlesca sátira. No era para menos, pues quien le había invocado era nada más una cría sin habilidades realmente destacables. Era, por tanto, sumamente cómico a su parecer que alguien tuviera la osadía de nombrar aquella escuela un "sitio para seres extraordinarios". Pero, por supuesto, no se tomó la molestia de explicar todas estas cosas. Por la forma en que su propia directora hablaba, estaba seguro ya de que ella estaba al tanto de que no era aquel un sitio tan maravilloso como el que tenía pinta de ser.

– Escuché de buena fuente que están faltos de personal – culminó diciendo el dramaturgo – Así que imagino que un profesor de literatura no les vendría nada mal, sobre todo si no pide a cambio más pago que su estancia. ¿Es eso correcto?

La albina escuchó atentamente las palabras del escritor, de las cuales pudo concluir dos cosas: que el nombre de la academia era estúpido y que debería de empezar a restringir los rituales de invocación porque al parecer los estudiantes se tomaban algunas libertades y ahora tenía a nada mas ni nada menos que a William Shakespeare en su oficina. ¿Qué tal si llegan a invocar a un espectro que no puedan controlar? Un día de estos, algún mocoso inútil iba a causar un desmán imposible de controlar.

Pero volviendo al tema, William Shakespeare estaba aquí pidiendo trabajo y aunque Suigintou debería de estar acostumbrada a situaciones tan insólitas como esta, seguía encontrando todo el asunto un poco extraño y surreal. Pensó en pedirle que le firmara algún libro, pero eso sería demasiado y más bien prefirió preguntar por el nombre de la estudiante que le había invocado.

—Ya veo… —empezó—, debo decir que es un gran honor tenerle aquí. —y esta vez no había sarcasmo en sus palabras —¿Puedo conocer el nombre de la o el estudiante que le invocó? Para hablar con él o ella —y tal vez echarle de la academia por invocar espíritus sin mi consentimiento, quiso agregar, pero prefirió guardarlas para cuando pusiera sus manos en dicho estudiante.  

Era cierto, a la academia le faltaba personal, los profesores eran escasos y por alguna razón que la albina ignoraba, las solicitudes para trabajar en la academia eran prácticamente nulas. Era una situación algo preocupante, pero mientras el bar personal de Suigintou estuviera abastecido, para ella no había nada de que preocuparse, además ya tenía aquí a Shakespeare para dar clases de literatura.
Tal vez invocar entes para dar clases no era tan mala idea.

—Es cierto, la academia pasa por una época algo incierta… los profesores son escasos —dijo—los buenos profesores son escasos —añadió— ¿Solo la estancia? —preguntó curiosa, el escritor era un espectro, pero incluso ellos podrían desear algo a cambio. Que el mismísimo William Shakespeare no pidiera a cambio nada más que un techo donde dormir, desconcertaba un poco a la albina.