La protectora del inframundo aparece (Tokiomi y Ereshkigal)

–Hierro y Plata como base.
Piedras y el Archiduque de Pactos como cimientos. Mi maestro Schweinorg como ancestro.– Todos sus planes para llevar a cabo una invocación adecuada estaban siguiendose al pie de la letra, un círculo mágico que dibujó muy cerca de la roca de los suicidios.

La niebla cubría gran parte del lugar, y el sonido de alguno que otro roedor acompañaba la oscuridad de la noche, pues el reloj marcaba las 3 de la madrugada, la hora perfecta en la que su maná se encontraba en su punto más alto. Sin más, continuó con el ritual, dando unos pasos hacia atrás y apuntando hacia el catalizador que utilizó para su invocación. –Las puertas cardinales se cierran. Comienza desde la corona y sigue el camino bifurcado que te lleva al reino. Llena,llena,llena,llena,llena. Repítelo cinco veces. Pero cuando cada uno este lleno, destrúyelo.– Un poderoso viento comenzó a brotar del círculo mágico, disparando ráfagas en distintas direcciones y de manera uniforme, no había un patrón ni nada parecido. Incluso se vio obligado sostener su brazo, la fuerza con la que era empujado era mayor de la que esperaba.

El catalizador que eligió no fue otro que un trozo de la lanza con forma de jaula que el Servant alguna vez empuñó, este mismo comenzó a tambalearse, y en su rostro podía notarse cierta satisfacción, estaba consiguiendolo, se había jugado mucho con la asociación de magos con una petición de tan alto calibre como lo fue el catalizador. Enmendar los errores que su hija cometió para manchar su nombre era su misión, quizás una misión secundaria, pues la primera era recuperarla a ella. –Preparado. Te lo ordeno, ven a mí. Tu lanza controlará mi destino. Siguiendo las normas del Santo Grial, responde si aceptas mi voluntad y razón.– Realizar con éxito esta invitación, era apenas el primer paso para su objetivo.

Las venas de su frente y brazo derecho comenzaron a resaltar más que nunca, las mangas de su camisa y saco de igual manera se desgarraron. –Juro aquí que seré todo lo bueno del mundo eterno. Que expondré todo el mal del mundo eterno. Por los siete cielos que acogen tres poderosas palabras, ven a mi desde el círculo del balance.– Soltó unos segundos su brazo para sacar una navaja que traía en su bolsillo, llevándola a su mismo brazo para abrir una herida, dejando caer las gotas de su sangre sobre el perímetro del círculo mágico. Energía mágica brotó ahora con intensidad por todo lo acumulado. –¡Ven a mí protector del inframundo! Ya estaba hecho, no había culera atrás, su Ereshkigal estaba en camino.

El viento y la luz que la invocación habia formado se disipó notablemente y de manera lenta en cuanto una figura femenina se manifestó. La deidad apareció frente a Tokiomi cuando todo se calmó, una larga capa negra cubría su cuerpo y la caperuza que llevaba unida a ella ocultaba su rostro, otorgándole un aire misterioso, sumándose al aura lúgubre distintivo de la diosa. Asomó su mirada carmín por la prenda, sus ojos brillaron con un destello y sus labios se curvaron ligeramente para formar una sonrisa.

Estiró su brazo hacia él, apuntándolo con su lanza de formar irregular, invocando una brisa que la despidió de su caperuza, liberando sus hebras doradas de la prenda y revelando su rostro. Aquella mujer tenía la apariencia de la hija de su invocador, ¡Por supuesto! Un dios no puede manifestarse naturalmente, sino que necesita de un recipiente. Entre Rin Tohsaka y Ereshkigal existía una afinidad 'única' que le permitía a la primera servir como su recipiente, sin embargo ella no había tomado por completo el cuerpo de la Rin que Tokiomi conocía. Incluso para la diosa en ese momento sería difícil de explicar.

—Soy Ereshkigal, Diosa del Inframundo y gobernante de Kur. No acostumbró a prestar mi ayuda a los humanos, ni mucho a menos servir a alguien, sin embargo esta vez haré una excepción. Te pregunto: ¿Tú eres mi Master?

Mantuvo su lanza en alto mientras evaluaba al más alto, ignorando el sentimiento nostálgico e incómodo que crecía en su corazón al ver su rostro. Las emociones del recipiente llegaban a afectarla incluso si ella negaba que sus pensamientos se conectaran, intentando tomar la mayor parte del control. Bajó su arma momentos despues, clavandola en el suelo, llevando una de sus manos a su cintura. De esta forma abría su capa, exhibiendo su vestimenta reveladora que exhibía sus brazos y piernas completamente, una de sus piernas se hallaba cubierta hasta el muslo por la parte de una armadura, y su brazo izquierdo llevaba una manga separada de su ropa.

—Para haber invocado a una diosa, debes ser un mago excepcional. Tengo fe en lo que puedes llegar a hacer, no me decepciones —comentó en un tono frío, su mirada viajaba por el lugar hasta que se topó con la lanza en forma de jaula que el hombre usó de catalizador —. Oh, me sorprende que hayas conseguido eso, sin duda eres alguien impresionante.

Ella sabía que una buena relación Master-Servant era esencial, por lo que se permitía no ser dura al inicio a no ser que él provocara su orgullo.

Invocar una deidad no era cosa fácil, por supuesto que no, cualquier mago con conocimiento sabría perfectamente que para una invocación de este calibre, se necesitaba más que mana y básico conocimiento de la magia. Era algo que Tokiomi tuvo en cuenta desde el principio, pues el fracaso, en esta ocasión era una opción, y aún cuando las posibilidades de traer a la diosa del inframundo eran casi nulas, no se echó para atrás. Tener una divinidad del lado de Legacy era una ventaja inigualable, sin duda alguna tenía que traerla.

El tan solo ver con sus propios ojos que todo había sido un éxito, lo envolvió en una gran felicidad, además el claro ejemplo de que su nivel como mago aumentaba considerablemente, no había mejor forma de darse cuenta que trayendo al mundo de los humanos a una diosa, nada le quitaría la sonrisa que reflejaba su gran ego, o eso fue lo que pensó luego de tal logro.
En tan solo cuestión de segundos, su sonrisa desapareció al ver el rostro de la diosa, en definitiva era todo lo contrario a sus expectativas, pues tenía todos los rasgos de su hija.

La cantidad de halagos no bastaron para tranquilizarlo, no importa cuan fuerte sea un hombre, su descendencia lo es todo... Y las tratándose de una querida hija. Aún con tanto encima, debía guardar la compostura, "Siempre con sencillez y elegancia", se repitió incontables veces luego de haber dado un pequeño paso hacia atrás. –En efecto, diosa Ereshkigal.– Su voz enseguida mostró su decisión firme, continuar como era debido. Además de hacer una reverencia ante la deidad. –Soy tu Master, y con tu magnificencia, nos haremos con incontables victorias.– Está vez, termino en una postura más cómoda para él, luego de tanto esfuerzo, colocó la punta de su báculo sobre el suelo, y recargó ambas manos sobre este.

–Quisiera hablarte de cómo están las cosas por aquí... Y el propósito de tu invocación, ¿Que tal si nos ponemos más cómodos?– Claramente se refería a tomar asiento, de cualquier modo, comenzó dando unos pasos, emprendiendo una caminata hacia las escaleras del sótano, debían llegar a la sala para esto. Esperando de pie a un lado de las escaleras para dejarla subir a ella primero.

Era imposible no notar la creciente incomodidad de Tokiomi, sin embargo Ereshkigal decidió ignorarlo. Sabía perfectamente que se trataba sobre su vinculo─── el vínculo que el hombre compartía con su recipiente. No puedo evitar sonreír mínimamente tras el cumplido del hombre, con un poco de sorpresa. A pesar de ser una diosa, acostumbraba a pensar pobremente sobre si misma... Le asombraba como alguien podía depositar su fe en la oscura diosa del Inframundo.

Inclinó ligeramente su cabeza para asentir a lo que Tokiomi ofreció y en silencio avanzó hacia las escaleras, su lanza se desmaterializó mientras caminaba. Con cuidado, las subió, sus zapatos producían un ruido ligeramente metálico cuando chocaban contra la madera de la escalera. Una vez llegó al final, observó los pasillos y se encaminó por uno de estos hacia el salón, siguiendo la luz. Su mirada viajaba por los muebles y los muros con curiosidad, el ambiente se sentía mucho más cálido que en el oscuro sótano.

—Es un lugar adorable y la temperatura es agradable —comentó en voz baja, terminado por llegar a la sala —. Oh, aquí estará bien.

Se dirigió hacia el sofá, tomando asiento en el medio de este, sin apoyar su espalda en el asiento. Descansó sus manos sobre sus piernas, esperando en silencio que su Master tomara asiento para comenzar a hablar.

—Si tienes que explicarme el propósito de mi invocación, supongo que no estamos en una guerra por el grial. Dime, Mas─── no... Incluso si actuó como un familiar, no se siente adecuado llamarte de esa forma —titubeó, bajando la mirada mientras se tomaba el mentón. Aclaró su garganta y prosiguió luego de un par de segundos —¿Cuál es tu nombre? Dime porque, siendo un mago capaz de invocar un dios, elegiste invocarme a mí, la diosa del Inframundo sumerio, ignorando la mala fama que baña mi nombre. Tienes mi jaula, así que no fue el destino el que me llevó a responder tu llamado ¿Acaso eres una persona malvada?

Interrogó, una expresión seria yacía dibujada en su rostro, y su mirada afilada se enfocaba en los brillantes ojos de Tokiomi. Incluso si ella misma aceptaba su papel de villana en la historia, no quería cooperar con una persona que tenga malas intenciones. Ereshkigal solo se dejaba invocar para proteger su tierra y nada más, alguien malvado probablemente quiera perjudicar el mundo, y si afecta el suyo es algo que no permitiría.

Rondar por los pasillos de su hogar era más que solo algo de todos los días. Vivió toda su vida dentro de la mansión de los Tohsaka, crío el poco tiempo que pudo a su par de sus hijas. Toda la travesía de la familia predece en ese mismo lugar, manifestándose en retratos y pinturas colgadas por la mayoría de los pasillos y salones por completo. Era la forma en la que los Tohsaka se mantenían vivos.

Mientras la diosa optó por tomar asiento, Tokiomi decidió permanecer de pie y frente a ella, dejando su bastón entre su brazo y su cadera. Una postura bastante elegante. –Tokiomi, Tokiomi Tohsaka es el nombre de quién te trajo a esta tierra.– Se arrodilló. –Mis objetivos actuales no son malvadas, mi gran señora.– En todo momento trató de mostraste cortés, no solo era un espíritu heróico, estaba hablando con una deidad, la mismísima diosa del inframundo. Enderezó su cuerpo y caminó hacia el sofá de un solo cojín, frecuentemente tomaba asiento ahí.

–Aún cuando dije que mis objetivos no son malvados, uno de ellos llega a convertirse egoísta, quizás. Quiero traer de vuelta a mi hija, y para ello debo enfrentar a Asgard.– Suspiró mientras veía una pequeña foto de su hija cuando pequeña, un marco no muy grande a decir verdad, situado en el centro de mesa junto frente a ambos. –Asgard es un lugar donde los peores villanos se reúnen para aliarse... Se la llevaron con ellos, debo traerla de vuelta a mi, traer gloria una vez más a la familia de los Tohsaka.– Era imposible no mirar a la diosa con otros ojos, pues inmediatamente veía a su hija y no a quien era realmente.

–Es por eso que te he traído a ti, Señora. Cómo cuidadora del inframundo, debes saber lo que significa tener una responsabilidad, mi hija es mi responsabilidad... A cambio te daré la mejor experiencia dentro de este nuevo mundo que es para ti, el maná nunca te faltará... Es una promesa.– Una vez más, se arrodilló completamente ante ella, demostrando no solo respeto, sumisión ante la diosa, el trato que ella merece.

Con esto, esperaba no solo tener el mejor pacto hecho con un Servant, esperaba demostrarle su confianza, su determinación y el por qué de su invocación. Había encontrado una forma de persuadir los sentimientos de la diosa, usando una pequeña analogía con su hija y el inframundo como la mayor responsabilidad de ella como protectora.