Infiltrados en Ossor (Velvet)

La lluvia repicaba incesantemente sobre el pavimento y hasta donde la vista podía llegar. La jungla de cemento brillaba de luces blancas, variopintos kanjis verticales de neón y de fondo una melodía de J-pop tapada por un local de ventanas cerradas. Afiches de señoritas, gente caminando apresuradamente y lluvia: el panorama clásico de Kabukicho, el barrio rojo de Japón. Bajo la tiranía de Ossor, antiguos vicios humanos como la esclavitud habían vuelto. Estaba claro que Jellal debía trabajar para darle fin a este reinado de terror, y una agente especial le daría pistas.

Vestía una gorra de béisbol negra, chaqueta de cuero café, camisa escocesa, jeans azules y botas de vaquero. Un look normal para colarse entre la gente. Dobló a la derecha para meterse a un callejón largo y angosto. A diferencia de lss otras calles, esta parte estaba seca salvo por los desagües de las canaletas. Ese extraño fulgor rojo-anaranjado de las luces de neón, le daba mala espina a la locación.

De pronto, un ruido aparatoso. Una menuda mujer de ropas rasgadas y semblante aterrado se estrella contra un tacho de basura esparciendo sus interiores. Se reincorpora torpemente para resbalarse un poco y seguir su frenética marcha hasta llegar a los pies de Jellal Fernandes. "Ayuda" balbuceó la mujer aferrándose de los jeans del mago. "Ven acá, maldita zorra. Me darás placer aunque sea en pedazos", una gran silueta negra se dibujó sobre el muro. Era la sombra de un hombre corpulento en el peor sentido.

— Atrás de mí, —ordena con una voz tranquila. La muchacha se resguardaba al tiempo que aparecía ese hombre. Era un hombre grande y ancho, calvo y de facciones grotescas como si le hubieran dado con un ladrillo en el rostro. Su era mirada sanguinolenta, portaba una sonrisa malvada con la lengua afuera. Su lasciva mueca reflejaba en parte sus retorcidos gustos y su pobre brújula moral. Vestía de blanco con suspensores negros. Sus camisa estaba manchada de marrón. ¿Sería la sangre de alguien? Portaba una katana y esta tenía una cadena en el mango.

— Serás juzgado aquí mismo, — el peliazul empuña sus manos haciéndolas crujir. El hombre se ríe monstruosamente  levantando una tos perruna al final de su carcajada. "Un insecto como tú no me hará ni cosquillas" comentó con un dejo de ira y ganas de matar. Da un paso adelante empuñando su espada, y entonces...