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Lluvia de Estrellas [Kiehl x Charlotte]

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Lluvia de Estrellas [Kiehl x Charlotte] Empty Lluvia de Estrellas [Kiehl x Charlotte]

Mensaje por La Bruja del Amor Mar Feb 16, 2016 10:21 pm

Un fenómeno natural llega a Yokohoma la lluvia de meteoros, la cual podrán contemplar  desde la azotea de nuestra Academia. Dos extraños se encuentran mientras cientos de cuerpos celestes se adentran al Sistema Solar siendo este un espectáculo digno de compartir. ¿Que harán? ¿Mantenerse en silencio contemplando el cielo  como buen alumna y profesor o verse más osados?

Objetivo:
-Conocerse un poco más...
-Ir por algo de comer después de que termine la lluvia de estrellas
La Bruja del Amor
La Bruja del Amor


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Lluvia de Estrellas [Kiehl x Charlotte] Empty Re: Lluvia de Estrellas [Kiehl x Charlotte]

Mensaje por Kiehl K. Margatroid Jue Feb 18, 2016 4:34 pm


Qué hora era ya? Probablemente las Once. Doce de la noche. No, tal vez más allá, al albor de la madrugada. Bueno. De todas formas, este tipo de cosas normalmente no ocurre muy temprano en la noche. Y no son visibles durante el día. Sí. Lluvia de meteoros, el espectáculo de la lluvia celeste derramándose a través del estrellado infinito. Quién no querría presenciar algo como aquello. Quién no querría poseer un puesto privilegiado si podía permitírselo.

Y claro, Kiehl era profesor, y poseía de tales privilegios. Luego de todo, a los alumnos normalmente no se les permitía acceder al techo del castillo sin autorización, pero con los profesores era diferente. Además... Sylvannas en persona le había señalado a Kiehl que alguien más aparte de los profesores iría a aquel sitio, por lo que por esta vez, le pedía a Kiehl que le diera un indulto sobre la infracción de la normativa, bajo la condición, obviamente, de que él velara, esta vez, por la seguridad de ésta persona.

Pero tal persona no se había aparecido, y Kiehl estaba ahí, sólo, ayudándose de aquellas "Pequeñas ayudantas" que él tenía, para armar una improvisada estación astronómica. Y con ello se refería a una butaca, un par de mesas, un cuaderno de anotaciones, un termo cargado de café caliente -Con el cual durar toda la noche-, un par de vasos, refrigerios comprados a la última hora de la cafetería. Y, por supuesto... Un hermoso telescopio, de madera de ébano barnizada, junturas de oro, y lentes de vidrio pulido y latón. Era tan antiguo como las ropas de Kiehl, completamente anticuado, pero a su vez, era hermoso y elegante. Además, era lo suficientemente grande como para indicar que no era una simple baratija salida de una tienda de antigüedades cara. No. Éste telescopio mantenía estándares actuales pese a su apariencia.

Bueno. Seguramente pasaría una o dos horas antes de que la lluvia comenzara. Y Kiehl tenía tiempo suficiente para afinar el telescopio y escudriñar el vasto cielo despejado, mientras las muñecas, como si realmente fuesen personas en miniatura, vertían café en uno de los vasos, antes de cerrar la tapa y simplemente lanzarse por el tejado hacia los pisos inferiores, como el mejor escuadrón suicida.

Pero Kiehl sabía dónde devolverlas. Nada extraño pasaría mientras observaba las estrellas caer, fenómeno que a tantos poetas y escritores del pasado había alcanzado a inspirar.
Kiehl K. Margatroid
Kiehl K. Margatroid


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Mensaje por Charlotte Dunois Mar Feb 23, 2016 10:13 pm

Las horas más allá del crepúsculo eran las horas que más disfrutaba Charlotte. Sobre todo en una noche de claros cielos en la que se podía apreciar los pequeños luceros colgados de la bóveda celeste, tiempo de retrospectiva y reflexión, para sobrecogerse con la inmensidad del universo. Justamente, ese 'todo' que iba a entregar uno de espectáculos naturales que han intrigado a los hombres por milenios: lluvia, pero no cualquiera, una de meteoritos. Una hora para maravillarse y pensar en la vida.

Vida. Quizá ya no tenía nada de ello. Luego de batallar contra esa tipa del escuadrón germano ya no le quedaba casi nada biológico. Un ser de carne aparentemente y mecanismos por dentro, con el perenne complejo de no identificarse con sus brazos que eran cuchillas y sus piernas que eran propulsores. Poco humano tenía ella, así que ese tiempo de reflexión no sería sereno. Iba a presenciarlo con el enigmático caballero elegante de la otra vez, de ese incidente en el que casi revela la identidad de Itachi, el visir de Bernkastel.

Kirsche tomaba el telescopio, artilugio confeccionado con detalles carísimos, pero que sabía perfectamente que podría funcionar como cualquier otro que uno puede comprar por eBay. Fijó sus orbes al escenario cósmico a ligera vista. Puntitos blancos. No sabía de astrofísica, pero sabía que eran estrellas, monstruos celestes hechos de plasma - ¿Dónde está la constelación de Tauro, profesor? - más le valía poner un tema. Él debía olvidarse del hecho. Un tema que vibraba al tempo de esta situación extraña, pero divertida. Faltaba poco para la ducha de aves y estelas. La última vez que vio algo similar fue con su madre. Mucho atrás, cuando ella no era un androide carente de humanidad. Suspiró.

Los sentimientos en una fracción de segundo se apoderaron del corazón de la francesa. La lluvia de meteoritos que nunca iba a olvidar. La razón por la que hizo sus cambios en el cuerpo. Lentamente se aproximó al telescopio y miró a los astros. Era hermoso.
Charlotte Dunois
Charlotte Dunois


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Lluvia de Estrellas [Kiehl x Charlotte] Empty Re: Lluvia de Estrellas [Kiehl x Charlotte]

Mensaje por Kiehl K. Margatroid Miér Feb 24, 2016 2:45 am

El silencio eterno de la estancia sólo era rasgado por el tenue sonido de las hojas pasar en aquel garabateado cuaderno. El mismo contenía dibujos, un gran mapa del cielo repetido por varias páginas. Movimientos calculados, el paso del planeta por las eras en el cielo graficadas. Y no todos eran iguales, varios marcaban las mismas estrellas siempre en posiciones diferentes. Estudios. Cuadernos. Números y coordenadas sin sentido aparente. Pero que, impresas contra el estrellado cielo, cobraban significado.

- La cúpula celeste. El telar del cielo. - El hombre comenzó a recitar. Unos pasos habían comenzado a romper con mayor decisión el suave silencio de aquel lugar. Sabía que esa persona de la cual se le había permitido venir aquella noche había llegado. Pero él, al dejar de manipular el telescopio y observar a la persona, no se habría imaginado nunca que era alguien que ya conocía.

Sí. Era ella. La inteligente y siempre adamante Charlotte Dunois. Y a la vez, no era ella. Él no había reconocido esa escencia. La presencia elegante pero a la vez asertiva que él alguna vez acuñara en su memoria al ser de la francesa. Algo había cambiado, en sus modos, y no sabía lo que era.

- Los griegos decían que las estrellas no eran más que la sangre de Urano, mutilado. Aquella sangre dispersa por el balanceo lento y terrible de la hoz del tiempo implacable. Los egipcios, creían en la gran bóveda como una entidad divina que amaba a la tierra. Más, el sol les prohibió unirse, llevando al viento y el aire entre ellos. En Sumeria, el cielo era un gran toro, que bramaba como el trueno, y se ocultaba entre las nubes. - El hombre lentamente reclinó su espalda contra el respaldo de su asiento, al observar a la joven llegar. Algo en ella era definitivamente distinto. Pero... Qué era ese algo? - En el cono austral, el gran imperio creía en Viracocha, quién dio existencia al cielo y lo estrelló para el uso y guía de los que vendrían después. Pero el cielo, las estrellas... Son algo aún más que eso. Desde las estrellas, condensadas, nos llega el hierro, el cual es impregnado en los planetas desde meteoros y es uno de los muchos factores generadores de vida. Dadores de calor, ligadores gravitacionales. Objetos hermosos desde lejos. Terribles de cerca. -

Terminada su leve introducción, Kiehl y Charlotte cruzaron miradas. Ella rápidamente buscó un tema de conversación. Él, presto, asintió en silencio con la cabeza, y se devolvió hacia aquel cuaderno de anotaciones. Hojeó un par de veces. Volvió a la página donde el libro había estado abierto desde un principio. Describió un círculo lento con las yemas de sus dedos sobre el enorme dibujo en negro y pintas blancas. Entonces, mostrando una mueca de desaprobación, bajó el telescopio. - Tauro. Es una lástima que me preguntes sobre una constelación como esa, en este mes. - El hombre fijó el telescopio entonces, hacia el este. Levemente hacia el noreste. Pero siempre hacia el mar, de cara directa hacia el horizonte. Kiehl se apartó para que la francesa pudiese observar. Pero ahí sólo había un par de estrellas puestas apenas sobre el horizonte. - Atirsagne, y Ushakaron. La pata engrifada del toro. Es todo lo que se puede ver de Taurus en estas fechas. A contar de un par de meses, saldrá completamente de tras del horizonte. A final de año incluso podrás ver a Orión persiguiéndole. - Kiehl comentaba, con una fascinación casi salomónica. - Sin embargo, si observas un poco más hacia el noreste, podrás ver un cúmulo peculiar de estrellas. Las Pléyades. Un poco más hacia el norte, siempre siguiendo al horizonte, podrás ver al Auriga asomarse, quién siempre acompaña a Tauro. -

- Sobre las dos estrellas que se pueden ver de Tauro, más allá del espacio vacío, esa alineación  de estrellas que va en hoz curva? Eso es Aries. Hacia el sur, está Piscis. - Kiehl repuso con calma, para que Charlotte pudiese seguir el movimiento estelar que él relataba. Hubiese querido conducirla por su cuenta, arreglar el telescopio, enseñarle a fijar el aumento y el cómo tratarlo con delicadeza. Pero se contuvo. Charlotte estaba bastante callada, casi melancólica. Lo cual para el profesor era algo anormal. - La gran estrella que figura al lado de Piscis? No es una estrella, sino que Urano mismo. Hay varias cosas que ver. Justo hacia el sur se puede apreciar Venus. Es fácil de ubicar por ser el objeto más brillante en este cielo. Bajo él, está la constelación de Capricornio, con Mercurio puesto a su cabeza. -

Con una serenidad clara, Kiehl observaba a la joven inclinarse, con tal de depositar su vista dentro de la mirilla del telescopio. - ... Pero en sí, la comprensión de la astronomía es sólo un agregado para comprender mejor la naturaleza del acto principal de esta noche. Desearías un poco de café para mantenerte despierta para la lluvia de meteoros, Frau Charlotte? - El varón le acercó uno de los vasos, aún vacíos, sosteniendo con una de las manos, el termo metálico. Él le repasó con la mirada. La figura esculpida, el semblante sereno. Tan callada, tan ausente. Qué había sido de la joven arriesgada que había conocido? Cuanto la habían alterado los acontecimientos? Era esto responsabilidad de Svartgard?

Kiehl no lo sabía. Y quizá no tuviese posibilidad de saberlo.
Kiehl K. Margatroid
Kiehl K. Margatroid


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Mensaje por Charlotte Dunois Jue Feb 25, 2016 10:29 pm

Mal tiempo. No estaba la constelación del toro. Animal tan referente e icónico en la humanidad. Cuando estaba en el servicio militar privado de casa de fabricación Dunois, la sargento les enseñó lo que eran los principales astros para ubicarse en caso de extravío o bien como un tema para sacar a colación para conversaciones triviales y cultura general (desde el toro de Creta hasta ciertos simbolismos en hagiografías), ciertamente, tópicos para hablarse cuando se disfruta de un café y unas galletas con chips de chocolate. Con esa sensación de dulzura sinestésica en sus oídos se quedó bebiendo las palabras del profesor de literatura, que por motivos extra también parecía tener un amplio conocimiento sobre constelaciones, cuerpos celestres y otros fenómenos de carácter astronómico.

Se remontó a los tiempos de las primeras civilizaciones y también por el continente americano, específicamente Sudamérica, cuna del imperio incásico, los suyus y también en donde el Inka reinaba a puño de hierro antes de la llegada de los portaestandartes de Cristo. En todo momento, la rubia se le quedó viendo fascinada, su posición se había relajado para escuchar atentamente a las frases de su profesor que atusaban de información. La rubia asentía con la cabeza como si fuera una de sus clases. Qué tiempos de las primeras veces en el colegio - Entiendo, entiendo - soltó de sus labios con un poco de tristeza enmascarada de una sonrisa levemente cargada de sardonismo. Gesto que no lo hacía nunca, no hasta aquel incidente.

Urano. Un chiste viejo que hizo que la rubia incrementara el ritmo de asentir con la cabeza, momentos en los que se podía reír con tranquilidad de la anatomía, pero era astronomía y era aburrido. ¿Qué de bueno tenía un gigante gaseoso con un eje totalmente vertical y unas lunas pequeñitas? Su nombre, claro, su nombre podía hacer reír - Puedo ver a Urano a simple vista - si un alumno varón la escuchaba de seguro vendría la lluvia de carcajadas. No era por mera falta de respeto, y esperaba a que no se diera cuenta de tal juego de palabras, solo que necesitaba inocularse de nuevo con ese arrojo y valor de antaño. Un motivo para sonreír.

Tiempo no era para ver a Tauro, pero sí a otras redes estelares más. Era impresionante como la imaginación humana podía tomar bolitas brillantes a la distancia y formar con ellas cosas. Pintar toros, escorpiones, gemelos y cuanta otra cosa más en el lienzo en negro que era este escenario celeste y espectadores curiosos desde los primeros segundos de la humanidad - Ja, bitte. Mir ist kalt und ich habe keine Kleidung bringen - la gramática fue perfecta, pero su pronunciación... um, nu-hu-huh. Con ese pleito germano y su amiga Bodewig, Charlotte hablaba un alemán intermedio con un claro acento francés que hasta una persona sin conocer esos dos idiomas podría reconocer tanto como Kiehl a las constelaciones allá arriba.

Aceptó la taza de café y lo miró a los ojos. Un hombre que parecía guardar algo. Un caballero, erudito y elegante, con gracia eterna al hablar, al construir cada cosa que decía como si moldeara un cristal a voz ligera - Una amiga me hablaba siempre de los toros, y nos enseñó ese día la constelación de Tauro. No le mentiré: servicio militar. Tuve que ingresar, y es raro porque usted sabe muy bien cómo es el servicio militar en Francia y no hablo de la Legión Extranjera -llevada a la casa Dunois a demostrar el mejor traje de batalla de todos. Así como los automóviles, la manufactura del país de la igualdad, fraternidad y solidaridad había decrecido por trajes japoneses, alemanes y surcoreanos.

Con el panorama mundial sobre Bernkastel y su imponente hegemoníaen el mundo con sus visires, estaba claro que todas las naciones de la Tierra ya estaban preparando algo, pero con sumo cuidado. Charlotte sólo vino a noticia de esto, en acudir a hacer estas labores de paz, que de paz sus brazos y piernas poco tenía, pero aun así estaba dispuesta a luchar de bien y por el bien. La francesa suspiró relajando sus hombros y cerrando sus luceros púrpuras. Una especie de yugo había echado al aire, se notaba un aura de tranquilidad y algo de dolor en ese momento. Entonces, procedió a contar algo de su historia al profesor. Eso la haría menos sospechosa, pues ella no era una mala persona y se lo quería dejar muy bien en claro al germano de donaire y distinción.

- Me sentía como en un toro de Falaris al estar allí y representar algo que nunca quise, pero creo que puedo ser de utilidad mientras sea solo un arma. Todo esta fabricación no era para divertirnos o hacer demostraciones deportivas, sino para matar gente - mencionar que la histórica reputación de Francia para pelearse con los árabes ya era poco. Ahora con esa Bernkastel en el poder, ni siquiera el Estado Islámico se dedicaba a poner bombas en los subterráneos de los países de Europa - En vez de ordeñar vacas en Bretaña, solo nos hacían formar en los cuernos de Zulú... ¿Se sabe esa historia? Jamás la comprendí porque en África hay muchas etnias... creo que están emparentados con los yoruba, pero sé que me equivoco - bebió, y se quedó expectante. Dejó la taza de café a un lado y se puso de pie. No estaba para hablar sobre África o el servicio militar. Probablemente Kiehl se sentía corneado un poco por el súbito cambio de temas. Desde luego que no quería molestar al educador con esas preguntas.

No estaba allí sino para presenciar una lluvia de meteoritos - Todo es cosa de perspectiva ¿no? Mi maldición puede convertirse en una bendición si ayudo a las personas buenas - si se lo proponía, tomaría todas esas modificaciones, implantes y cosas innaturales de su cuerpo ya robotizado y las transformaría en arma de bien. Se acercó a una hoja amarillenta en donde estaban las constelaciones chinas, que eran mucho más que las occidentales - Es extraño que los chinos tuvieran más constelaciones, siendo que su horóscopo corresponde con el del occidental, es decir, doce. ¿No sería más lógico que los chinos tuvieran la misma cantidad de constelaciones si los asterismos son prácticamente los mismos? - aunque tal como dijo, todo era cosa de perspectiva. No iba a torear esa pregunta retórica sobre si su situación era buena o mala, el vaso medio lleno o vacío. Si la parte superior es aire, entonces está lleno.

- ¿Le sirvo llena la taza, profe? - Informalidad, y esta situación estaba al margen de cualquier normativa o protocolo académico, así que prácticamente no eran profesor y alumna, sino que era más bien un erudito y su ayudanta hablando sobre temas varios. Tomó el termo y esperó la respuesta del profesor. El café le llenó un poco de esos ánimos, ni que fuera una lata de Red Bull. Evidentemente, esta muchacha paso a paso se salía de la Casa de Asterión. Buen tiempo.
Charlotte Dunois
Charlotte Dunois


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Mensaje por Kiehl K. Margatroid Lun Feb 29, 2016 10:45 pm

El hombre no cesaba su monólogo, embelesado como es lo usual. Qué mejor que enseñarle a alguien a quién ya le debía confianza? Kiehl se encontraba calmo, aunque su fascinación era casi infantil. Charlotte era, discretamente hablando, la alumna que él siempre había estado esperando. No sólo receptiva hacia los nuevos conocimientos, sino que también muy aplicada. Hasta ahora sólo había tenido sinsabores de adolescentes que no tienen nada que hacer con su vida, que pierden su tiempo en trivialidades, o que sencillamente lo malgastaban con empeño, como por ejemplo, cierto pelirrojo revoltoso. Pero eso sólo indicaba una cosa en particular: Charlotte tenía instrucción. Y no instrucción cualquiera. Era evidente que, con la sagacidad que a ella ya le conocía, y los conocimientos que estaba demostrando, que ella no era una jovencita de barrio. Ni siquiera una chica ricachona cualquiera que había escogido llegar aquí por capricho.

Kiehl de hace mucho sospechaba que ella no había llegado aquí. Alguien la había traído.

Las galletas que él había traído, por desgracia, no eran nada de lo común. Pero su sabor se hacía intenso cuando se unían al café caliente importado. Más aún en aquellas alturas y horas. Donde ciertamente hacía un frío espectral. El hombre se mantenía cálido gracias al café y su capa de usual. Pero qué era de Charlotte? La francesa iba únicamente ataviada con su deslumbrante uniforme blanco. Su mirada amable. Su labia educada y-

... Kiehl crispó una ceja. No había pasado trabajando en Universidades enteras antes de venir a Legacy sin abrirse un poco a las ocurrencias de los estudiantes en sus ratos libres -Los cuales muchas veces coincidían en la misma sala en el que él impartía cátedras, a la misma hora en la que él impartía cátedras-. Él captó la broma. Y, aunque le constaba que ella trataba de quitarse aquel semblante apocado que parecía portar esta vez, Kiehl no supo qué hacer en ese momento. No consideró que reír fuese adecuado. Pero tampoco pretendía dejar a la joven en ascuas. Se limitó, entonces, a sonreír de buen grado.

Entonces, el hombre volvió a un punto anterior en su mente. Élla estaba, sencillamente, muerta de frío. Sí, y lo decía con un acento terrible para la lengua Alemana. El francés tenía raíces en el Latín, y el alemán en las antiguas lenguas anglosajonas del norte, ambos debían hablarse y entonarse de forma diferente. Y el suave y dulzón tono de voz franco no era adecuado para el golpeado y firme alemán. Pero éste no era el punto. Ella tenía frío, y lo capeaba con aquel brebaje cafeinado. Kiehl sabía que quizá no fuese suficiente, no al menos por todo el tiempo que deberían quedarse a esperar y contemplar la lluvia de meteoros. - Hier. Decken Sie sich. - Acto seguido, el hombre desenganchó la hebilla discreta alrededor de la clavícula, y retiró de sí su capote. El hombre lo deslizó amablemente sobre los hombros de la joven, cubriéndola con él. Claro, no era un gesto que hiciese con cualquiera. Pero ella era su mejor estudiante. Además, nadie los estaba vigilando ni había riesgo de ello, dada la altura en la que se encontraban. El profesor podía entonces, relajar un poco sus tratos.

Entonces, ella se lo confesó. Sí tuvo cierta instrucción, y era mas o menos lo que Kiehl estaba sospechando. Claro, obviamente ella no comentó en qué división había participado. Pero era suficiente. Kiehl podía intuir, por sus modos, que no había terminado siendo un soldado raso nada más. Por supuesto. Todos guardaban secretos. Él no era un simple profesor. Él no había sido contratado por Legacy simplemente por su nombre. Ella tampoco era una estudiante aplicada cualquiera, también formaba parte de la milicia francesa.

Y sabía muy bien lo que significaba. Francia era un pueblo del cual había una amarga y arcana historia detrás. Nacida desde las eras del culto a Tutatis, señor de la tribu. Sometido una vez, más nunca totalmente avasallado. Invasiones, imperios gloriosos y promisorios terminados en disputas familiares. Karl der Große. Principados, su propio Papa, unificaciones y reyes. Déspotas, hombres que se convencieron de ser tan altos como el sol. Pueblos sometidos bajo los excesos monárquicos. Quiebre. El reflorecer republicano. Nuevas conquistas. Un imperio nuevo. Fracaso ante los hielos imperturbables. Crecimiento. Caída. Liberación otra vez. Traición y nueva caída. La deshonra de deber ser libertada por alguien más. Estabilidad aparente. Tensión permanente.
Francia era un país a mal traer. Y una historia que en los últimos siglos sólo se basaba en opresiones desastrosas, tanto por invasores vecinos como entre sí mismos. Un pueblo que, por antonomasia pura, no podía confiar en nadie. Un país que creció con un orgullo cegado, y un odio marcado hacia aquello que sea extranjero. Aquello que consideren "no-civilizado". Y el gritarlo a los cuatro vientos sólo les había gestado un enemigo silente y que no transa: Las facciones islámicas. El resultado del segundo adviento de un problema que se crearon ellos mismos, en las guerras de allende para recuperar una tierra que creían de derecho religioso propio.

Que la familia Dunois deseara que su hija destacara más en combate que la alta sociedad, sólo respondía a un deseo patriótico, el deseo patriótico de una nación que se resiste a recordar que la mayoría de sus problemas, fueron causados por sí mismos.

- Honestamente, no considero que debas tratarte como un arma. Esto no es Francia. Y no estamos combatiendo a ISIS. Sólo estamos frente a unos charlatanes que eventualmente caerán bajo su propio peso. Svartgard tiene su guerra, pero yo no comparto sus ideas. No he venido para combatir en asuntos que no me incumben, si me pides la opinión. Tu punto de vista puede ser diferente, pero no podemos, no puedes asumir que es lo correcto. Es lo correcto para tu país, para tu familia. Pero es lo indicado para tí? Pretendes vivir como un arma por siempre? - Kiehl sonrió vagamente. Sabía que Charlotte se consideraba un arma, al estar bajo el estricto entrenamiento militar francés. Pero aún así... El oír a una persona tan selecta e instruída, el saber que se estaba considerando un arma por un sentido patriótico que bien no valía tanto la pena era... Sencillamente desolador. Triste. Ella se merecía un destino mejor que el de morir a los brazos de Bernkastel, o caer bajo los fanáticos hijos de Allah. Ella podía, con ese intelecto, ser mucho más que un mero soldado.

Pero la conversación tomó un giro rápido, y era menester del hombre el satisfacer la reflexión de su alumna. - Cual acabo de decir. Es cosa de perspectiva. Luego de todo, hay ciertas constelaciones que jamás podría haber ideado un griego, sentado en su alta butaca en el Partenón ateniense. Y los orientales tampoco podían hallar ciertas estrellas desde sus santuarios en las montañas. El conocimiento no es homogéneo. También es cosa de saber interpretar. -  El hombre comenzó a perder el calor de su garganta, por lo que con toda amabilidad aceptó el trago de su alumna. El calor volvió a su cuerpo, forjado por algo más que sus ensayos de combate táctico con "sus ayudantes". Y a pesar de que, con apenas unos pantalones de cachemira, y una chaquetilla sin mangas del mismo material, sobre una camisa de hilo con la típica pañoleta al cuello -Que le hacía ver tan anticuado como era- eran suficientes para mantenerle cálido en una noche a la intemperie y en un sitio lo suficientemente elevado, el apoyo de un brebaje caliente y amargo jamás venía a mal.

Sin embargo, Kiehl vendría a notar cierta curiosidad. Un patrón particular.

Desde el principio del encuentro, Charlotte venía referenciando de una forma casual... A los toros. Y hubiese mantenido tal casualidad de no ser por cierto detalle. Con el cual, tan casualmente el profesor tropezó luego de varios minutos de meditar sobre las rebuscadas referencias de la dama franca a las historias africanas. - Los cuernos de Zulú... Vaya... Conozco esa historia, aunque has errado algo. De hecho, has confundido... Mezclado, las historias de Shaka Zulu y la leyenda de Ajagunna, el héroe Yoruba. - A Kiehl jamás le hubiese molestado el preguntar de un alumno. De hecho, estas instancias eran emocionantes para él, poder enrostrar errores y claro, demostrar las respuestas correctas y enseñar de tal modo.

Fue en ese momento en el que se dió cuenta.

"Los cuernos de búfalo" eran la formación de combate favorita de Shaka Zulu. El emperador de la África baja usaba esta peculiar técnica estratégica, que consistía en formar a sus tropas pesadas al centro de una legión extendida, con las tropas de refuerzo tras éstas, y dos alas a los costados, formadas de infantería ligera. Eventualmente, la infantería pesada chocaba contra el enemigo, y la ligera seguía su curso, cerrando su abrazo letal y cercando al ejército invasor en una maniobra de tenaza, donde las tropas de choque entraban al círculo y masacraban al batallón enemigo. Desde luego, este era uno de los orígenes de la frase "Estar entre los cuernos del toro". Kiehl recordaba haber oído eso de un alumno de cierta Universidad donde se enseñaban términos de arcanismo libremente. "Estar entre los cuernos del toro" se le llamaba a las citaciones, hechas frente a una mesa en forma de media luna, donde los profesores y el decano decidían la continuación de los alumnos que habían quebrantado una norma, o dónde se impartían crudos exámenes interrogados los cuales decidían el pago de la matrícula, en base a la inteligencia del alumno interrogado...

Había oído también rumores de que un joven, al ingresar, lo había hecho tan bien que le habían terminado regalando tres monedas de plata. O algo así.

La otra referencia era a Ajagunna, el héroe de la tribu Yoruba. Un hombre que, en cierta peripecia, se había enzarzado en una lucha contra Orangún, un guerrero que vivía en lo más profundo de un laberinto. Los entretelones de la leyenda hablan del héroe siendo ayudado por una mujer en el camino, y en el desenlace trágico de un hombre que había esperado una señal de regreso con velas blancas y velas negras. Básicamente, una copia de la leyenda de Teseo y el Minotauro, tan semblante que uno no podía distinguir la copia del original.

El caso es que, el profesor se dio cuenta en ese momento. La constelación de Taurus. La referencia a aquella máquina de torturas. La estrategia de Formación de Búfalo. Ajagunna y el Laberinto. La obvia referencia a Teseo. Eran tantas alusiones a un tema tan trivial como los toros, que dejaba de ser trivial. Era intencionado. Había cierta finalidad. Qué es lo que trata de señalarme, Frau Charlotte?

Toros. Toros. Más toros. Kiehl repasó en su pensamiento aquello a lo que se hacía alusión cuando se trataba de toros. Fuerza bruta. Fortaleza. Carácter serio y severo. Irascibilidad. Virilidad y un lado masculino de las cosas. No por nada era una de las muchas representaciones del Séptimo Arcano. En el sur americano y por sobre todo, en España, las pruebas de fuerza física que recurren a los toros no son menores, y son muestras de violencia desmedida, pero por sobre todo, de valor. De fuerza y gallardía. El dominar a un toro era muestra de ser más hombre que el resto de los hombres. Correr de los toros. Engañar a los toros. Dominarlos. Derrotarlos en un combate a muerte.

Pero así mismo, Toro no sólo indicaba fuerza. También indicaba una elegía a los sementales, a los hombres cabríos de activo vivir. Las historias donde se recurría a toros para demostrar poder a una fémina y así impresionarla. Basta con ver a Mithra dentro del panteón Persa.

Entonces, qué podía hacer Kiehl? Tenía que llevar a este toro al apartadero del contexto y descubrir lo que Charlotte le estaba tratando de decir. Y él no quería pasar por un abanto. Por lo que decidió probar suerte y adivinar el contexto de esta tauromaquia verbal. Y lo sensato era partir por barrenar lo que parecía lo menos evidente. - Charlotte. Supongo que conocerás el mito que, según los griegos antiguos, le dio el nombre al continente Europeo. Conoces el mito del rapto de Europa, verdad? Aquel donde... Ehh... Zeus se enamora de una muchacha y decide llevársela. - Qué era eso. No veas paralelismos extraños donde no debería. Menos con ella. Kiehl se aclaró la garganta. No guardaba esperanzas, en realidad. Aparte de ese pequeño mea culpa, sólo quería descubrir qué es lo que Charlotte estaba planteando. Nada más inocente que eso. La curiosidad carcomiendo su ser.

Las horas pasaban. Las primeras estrellas caerían en cualquier momento. Pero ya no importaba.

Porque si Kiehl quería resolver el misterio de su alumna, debería portar un traje de luces más destellante que el mismo cielo.
Kiehl K. Margatroid
Kiehl K. Margatroid


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Lluvia de Estrellas [Kiehl x Charlotte] Empty Re: Lluvia de Estrellas [Kiehl x Charlotte]

Mensaje por Charlotte Dunois Miér Mar 02, 2016 11:26 pm

- Así es. Zeus raptó a Europa transformado en un toro blanco - respondió con una amable sonrisa. Su acento francés era marcado, pero de todas formas, las vocales y las consonantes las pronunciaba de forma dulce, al igual que esa entonación similar a una canción - Aunque no siempre los toros tienen connotaciones positivas. Los hebreos consideraban a los ídolos con cabeza de toro como demonios - criaturas misteriosas de dudosa reputación. Era a lo que se había negado Emiya desde un primer momento, tal vez para resguardarla de peligros. Tonterías porque ella estaba para proteger a todos los seres humanos o compañeros que pudiera. Para eso es una pistola o un rifle. O bien se lo tomaba muy a pecho.

Demonios. A eso iba a llegar. No todos eran maléficoso o al menos eso creía. Sin embargo, la verificación de la existencia de tales seres y que rondaban por la academia como ratón por molino era algo alarmante. Bebió otra vez su café. El calor le hizo pensar en otros recuerdos que sólo le daban breves instantes de alegría, poca entre tanto mar de hiel y amargura - Hablando de demonios ¿no tiene alumnos de esa raza? - disimuló algo de inocencia en tal pregunta, pues lo más probable es que sí, y además que conociera a esos seres. La idea era dar con demonio, varón y que invocaba criaturas extrañas atacando a los demás estudiantes.

Lejos de Legacy, se vería las caras con él. En cierto modo, Emiya era cómplice. Claro, no tenía problemas en luchar contra Itachi, pero sí que era difícil que soltara cosas sobre el demonio. ¿Será que el pelirrojo y ese individuo estarían relacionados? Un toro. Alguien que tenía la cornamenta escondida. Era la única palabra clave que estaba relacionada con su objetivo personal. Había que tomarlo por los cuernos antes de que ocasionara otro disturbio más en la academia. Magia negra, otra clave más - Hay un demonio conjurador que invocó criaturas para atacar a alguien, profesor - no era el momento para decirlo, pero descubrió que tan letrado señor no tenía malas intenciones. A decir verdad, pese a seguir el protocolo de forma estricta y al pie de la letra, su corazón le dejaba actuar en ciertos vacíos.

Charlotte por primera vez en Legacy confía en alguien. Se preguntó lo que haría Kiehl ahora. La francesa solo esperaba que le dejara de hablar para así contemplar la lluvia de estrellas en completo silencio, y sin cruzar ninguna palabra al respecto. Su corazón empezó a latir de una forma más acelerada. Del nerviosismo, se acarició sus propias manos y elevó otras palabras para complementar eso - Emiya me oculta algo. Tiene un compañero o compañera que es un demonio conjurador y hace cosas malas - cosa que era peor que cualquier visir que podría lanzar Svartgard contra ellos. Si el enemigo se encontraba dentro de las filas legacianas iba a ser mucho peor.
Charlotte Dunois
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Lluvia de Estrellas [Kiehl x Charlotte] Empty Re: Lluvia de Estrellas [Kiehl x Charlotte]

Mensaje por Kiehl K. Margatroid Miér Mar 09, 2016 11:59 pm

Y entonces, aquel giro brusco. De toros pasaron a los Baales y de los Baal, a los demonios.

Lo cual es aún más irónico, puesto que uno de los Baales, Baal-Zephon, el señor del norte... No era más que la denominación que los hebreos le daban, en condición de paganismo, al mismísimo Zeus.

Kiehl se puso a pensar concienzudamente. Reya no era un demonio. Dya tampoco lo era. Kazemaru... Parece que ese chico se había retirado ya hace un tiempo. La pobre e inocente Karina era una humana, tal como Dya. El hombre había oído alguna vez que una tal Aidan era un demonio, pero ya no figuraba dentro de la Academia. Pensándolo detenidamente, las hermanas Fontaine eran lo suficientemente sospechosas como para encajar en la descripción. Inori y cual era el otro nombre. Irene? Algo por el estilo. Pero, personalmente, el hombre prefería no indagar en esos temas. Claro él había indagado en la vida de Patchouli, no lo iba a negar. Pero él tenía propósitos diferentes para haberlo hecho. Knowledege era una llave. La llave hacia un pasado escrito en un libro bien guardado.

Pero bueno. Era lo que él sabía nada mas. Y aunque fuese más bien poco, podría ser de utilidad para Charlotte. - No se de nadie, además de las hermanas Fontaine. Y ni siquiera estoy tan seguro de que lo sean. - Kiehl también pensó en el profesor Nathaniel, pero ya que la francesa había preguntado expresamente por alumnos, y él tampoco estaba en la posición para descalificar a sus colegas, el profesor descartó el revelar tal información. Además... Él aún no comprendía hacia dónde Charlotte quería llevar la conversación.

... Hasta que ella misma lo comentó. Ataques. Un desalmado atacando a partidarios de Legacy y de Svartgard por igual. Un enemigo? Un asesino? Toro. Sangre hirviendo. Rojo -Aunque a estas alturas todos sabemos que los toros y el rojo no tienen relación en sí, a los toros sólo le irritan los movimientos bruscos-. Peligro. Riesgo. Daño. Pero era extraño. No que el peligro asociado a los toros era algo muy visible y evidente? Fuerza bruta y brusca. Si Charlotte se hubiese referido a este demonio de alguna forma, debía ser de alguna forma que concordara con la naturaleza secretista de aquel individuo. Una hormiga león, quizá. O una paciente y letal araña. O un gran tigre, agazapado, esperando el momento preciso para cazar a sus presas.

Pero él no podía hacer nada. Kiehl no tenía habilidades de combate pronunciadas. Y honestamente, Kiehl no le iba a mostrar a Charlotte la existencia del tercer Kiehl si podía evitarlo. El manipular muñecas con magia sólo podía combatir a enemigos de escala mediana, en condiciones muy especiales y con cierta preparación. Para vencer a este enemigo ella necesitaba algo diferente. Como a la tríada de Alumnos más efectivos y sobresalientes de la Academia. El hacedor de hielo, Gray, el conductor de flujos, Jyu Viole. El elemento negado, Misogi. Aunque éste último era un lunático con el que no era apropiado negociar. Pero Kiehl? No era capaz. Sus muñecas no le habían sacado de Mittelbau-Dora. Tampoco podrían detener a un demonio loco sediento de sangre.

Por lo que el modus operandi de Kiehl no sería otro más que el esperable de un profesor cualquiera. - Emiya?... Lo llamaré a mi despacho en cuanto pueda. Si puedo consolidar la sospecha de que oculta algo... Lo comunicaré con Beatrice. Ella sabrá qué hacer. - Simple. Nada más. Qué otra cosa podía hacer que entregarle el asunto a la burocracia? Al menos había considerado agilizar el proceso un poco, saltando el paso de comunicarlo con Sylvannas. Pero no podía -O bien no quería- hacer más.

El agresor y traidor debería ser detenido. Aunque quizá Kiehl pudiese entregarse a algún tipo de vigilancia en privado. Luego de todo, sus muñecas podían estar en cualquier lado y cualquier parte. Mantenerlas como cámaras seudo-vivientes de vigilancia era algo sencillo. Pero el hombre ciertamente no tenía intenciones de hacer algo más riesgoso.

Sus pensamientos fueron interrumpidos de inmediato. Por el rabillo del ojo, el cielo le mostró un haz de luz repentino y cortante. Era el primer meteoro cayendo desde el cielo. La lluvia de estrellas había comenzado por fin.
Kiehl K. Margatroid
Kiehl K. Margatroid


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Lluvia de Estrellas [Kiehl x Charlotte] Empty Re: Lluvia de Estrellas [Kiehl x Charlotte]

Mensaje por Charlotte Dunois Vie Mar 25, 2016 11:09 pm

Señal de peligro. Algo le había quedado en su nube mental luego de lo que Kiehl señaló que las hermanas Fontaine, mujeres que desconocía a todo esto, eran las únicas demonios del cual el docto caballero poseía visos informativos. Sobre mérito, el hombre pensaría tener alguna que otra cavilación interna, discurriendo qué cosa quería Charlotte el cómo y el cuándo, siempre bajo el marco legal y educativo que la Academia Legacy hacía disposición. Parecía que siempre diría lo justo, pero no a veces lo correcto, tanto similar a lo de Emiya como el anverso de una moneda, y otra pincelada más para decir que su notorio sonrojo ante la fotografía que mostró esa vez cuando con el mago de proyección investigaba sobre el visir.

Lluvia de meteoritos. Piedras espaciales que iban de un lugar a otro a altos niveles de velocidad, paseándose cerca de la Tierra. Evento cósmico y que a ojos del ser humano puede ser maravilloso, con perjuicio de que en otras culturas fuese dantesco; la observación, actividad que pone la lupa sobre el fenómeno y desde el propio fuero interno se explican las cosas, adjuntas de las palabras más concisas y precisas. Charlotte solo poseía asimiladas informaciones cruciales sobre el funcionamiento de las armas, y conocimientos científicos aplicados en la guerra como construcción, propulsión, mecánica y aerodinámica. En algún sitio dentro de su ser desearía ser como una mujer normal mas probablemente esta conversión a arma humana era lo mujer que le pudo haber pasado, si ello significa la protección de sus amados.

Estornudó y se cubrió con su propio antebrazo. Los pulmones eran naturales igual que sus orbes y su masa encefálica, se sentía a gusto con ello, la devolvía al peso de ser humana, algo indudablemente menos grávido que ser una máquina, una de matar, con propósitos - Disculpe, profe - no iba a decir mucho más. Solo le quedaba introyectar pensamientos y sentimientos para no dejar al profesor con más dudas y se enfrentara a Emiya o a la jefa del profesorado por un pueril accidente. Se acomodó más en la silla y dirigió su mirada a las estelas que eran dibujadas en el lienzo azul oscuro que el gran firmamento le proporcionaba, pese a la radiación urbana que recamaba la biósfera.

La francesa carraspeó y fregó sus manos para ganar algo de calor. Pensaba en Margatroid, en Emiya y en la academia en general que iba a ser su hogar de ahora en adelante. Las razones de Shirou para ocultar algo le tenían intrigada de plantas a mollera, dejando espacio a la ambigüedad, interpretaciones libres del misterio del pelirrojo por soterrar a la persona causante de esas invocaciones. Definitivamente Shirou era alguien que tomaba al toro por los cuernos mas por ningún motivo dejaría que alguien más. Kiehl solo haría lo justo y medido, lo previamente regido por autoridades de las cuales también creía que eran justas y medidas - Emiya no es mala persona. Solo que a veces actúa de forma tanto egoísta creyendo imponer su propia mano de justicia, y no lo haría contra alguien que fuera un demonio conjurador. Por lo tanto, Emiya no nos dirá absolutamente nada. Es un muchacho gentil pero terco como novillo andaluz - rio a los segundos que bebió otro sorbo de café para tener algo de calor. Su cuerpo se lo pedía. Necesitaba algo. Alguien.

Investigar al demonio conjurador, el que hizo aparecer a esas hórridas criaturas disparadas en los pasillos, y que extrañamente no había rastro alguno de restos miasmáticos, sigilos, insumos de magia negra, prendas de macumba o similares. Se estaba escondiendo sumamente bien, ocultándose de las metálicas garras de Charlotte o quienquiera que le prestase algo de ayuda como tal era el caso del valiente Gray, gélido guerrero y una joven promesa en las salas de clases, claramente un prodigio al cual se le ponía algo de consideración. Entonces...

- ¡Uh! - se le suelta la foto de Itachi, pero esta vez recortada en forma de corazón. Cualquiera podría malinterpretar tal cosa, y efectivamente esa era la intención de Charlotte: camuflar a su objetivo personal bajo la apariencia de un amor platónico. Algo típico en cada chica de su edad, poner pósters de sus ídolos o bien cualquier otro amor platónico que apareciera por allí, un modelo de un hombre que cualquier adolescente seguía, mas ella no era muy común que digamos. Sí, sigue mujer y femenina; no, no es de las que sigue a fe ciega a alguien una moda o corriente sea cual sea. Hasta los gustos musicales de la francesa eran difíciles de descifrar. Esta muchacha escapaba a los paradigmas. No es algo de lo que puedes esperar, siempre te tendrá una sorpresa cuando ya creías saberlo todo de ella. Es más fácil aceptar que la misma naturaleza de Dunois era cambiante, fluida e inestable, pero seguía siendo ella.

Se llevó la fotografía a su pecho y allí la cuidó, como un polluelo abrazado, aferrado con la pasión que una enamorada abrazaría su novio - Él es muy bonito, me gusta mucho. Me gustan esos tipos calladitos - sus mejillas se encendieron más y suspiró con una sonrisa nerviosa, con el pie dando un ritmo suave, no sabía qué hacer. Era la misma fotografía que se le había caído una vez estando en los archivos mientras tenía las actas de calificaciones con ella. ¿El karma será? Había algo que la llamaba a Itachi, una batalla sangrienta, pero no era muy sabio sin antes conocer lo que se pasaba. No quería devengarse algo divino para enfrentarlo, pero necesitaba ver por qué había optado por el camino de Bernkastel. Era mejor torear cualquier pregunta.

Sin más, la de cabellos de oro se levanta y empieza a guardar sus cosas. La lluvia de meteoritos había sido estudiada y presenciada, y por lo tanto, ya había efectuado su deber como  estudiante. Se puso de pie y le dio la espalda - Fernando... - susurró al viento. Un incómodo silencio se había realizado en el ambiente, una especie de energía aglutinaba el aire, algo había en los labios de Charlotte que la ponía triste.

Un segundo...

dos segundos...

tres segundos...

Se dio vuelta y puso una sonrisa- "Fernando el Toro". Ganadora de un Oscar. Una de mis películas favoritas - acarició sus propias manos al momento en que dirigía sus ojos a ellas, como intentando consolarse - Algún día nosotros también seremos libres de la tiranía de Svartgard - y lo dijo por la clara alusión a la situación de España y que se reflejaba en "Fernando el Toro", que le llamaban 'Ferdinando', pero la onomástica tradicional y la etimología de la palabra eran naturalmente "Fernando", en la ambientación. Error cultural del autor estadounidense. Mas, era acertado en las aberraciones. Tiranías y gente inocente. Persecuciones. Discriminación. Una búsqueda constante de la identidad propia, y tratar de seguir adelante. Una solución pacífica. Un toro manso sin ganas de pelear.

- Debo irme, profesor - soltó de sus finos rosáceos labios. Se alejó paso a paso resonando en la madera que estaba allí. Un lugar estupendo para ver el cosmos, que otro día lo vería con más detenimiento- Sería bueno tener otra oportunidad para conocerlo más - frase corrida que escapó de sus labios al tiempo que se alejaba paso a paso, haciendo crujir la madera al hollarla de forma suave e intangible. Dio media vuelta y mencionó casi exclamando, pero fundiendo su voz con la solemnidad y el silencio del exterior - Tal vez haya que hacerle caso a Fernando y encontrar una forma pacífica. No me gustaría que me asesinaran al Rey de la Literatura - abriendo una sonrisa de par en par, con sus gemas cerrradas. Entonces ondeó su mano y se dirigió a su habitación. Necesitaba tener otra charla así con Kiehl. Un hombre que le demostraba que estar en la Academia Legacy ni se comparaba al estar en los cuernos ni de sus más listos oficiales, en tormentosas pruebas. La francesa se había ganado un amigo más, pues ya consideraba a Margatroid como hombre de bien. Solo esperó que "Fernando" no se metiera en los asuntos de Charlotte y fuera tan pacífico como siempre.


Charlotte sale del tema. <3
Charlotte Dunois
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Lluvia de Estrellas [Kiehl x Charlotte] Empty Re: Lluvia de Estrellas [Kiehl x Charlotte]

Mensaje por Kiehl K. Margatroid Dom Mar 27, 2016 11:55 am



Kiehl se quedó observando el espectáculo con encanto. No era de todos los años ver una lluvia de meteoritos, espectáculo de luz grandioso por donde se le mire. Sin embargo, no podía dejar de preocuparse por algo. Charlotte no comentaba nada. De hecho, haciendo la retrospectiva, ella no había dicho nada en toda la velada que no estuviese relacionado con los toros. Con aquella caza al villano. Con su misión autoimpuesta. Como si fuese un algoritmo autoimpuesto. Como si de repente hubiese abandonado la osadía de antaño. Algo en ella se había convertido en otra cosa. Perdido brillo. Color. Algo había hecho que Charlotte se volviera alguien más metódico. Hasta podría llegar a pensar que ella se había vuelto alguien más mecanizado.

Pero aún así, era ella. Él no podía objetarlo. La misma figura. La misma forma de hablar. La misma educación. La misma presencia. Pero sus actitudes eran ya otra cosa... No es que hubiesen cambiado. Derechamente faltaban. Como si alguna cosa hubiese borrado parte de sí misma. O así lo percibía el profesor. - Descuida. - Respondió Kiehl luego de las disculpas de la gala por el estornudo. No era problema, pero era educado el excusarse. Reglas básicas de comportamiento. Y ni siquiera de etiqueta, exactamente.
Más allá de eso, no dijo nada más. La mortaja de aquel silencio perpetuo le encaraba cierto dolor a Kiehl. El dolor de que la conversación no se hubiese extendido más allá de las referencias. De sentir a la otrora alumna modelo y mujer certera, como un río de ideas. Constante, pero que sólo tiene una dirección, y sólo desemboca en un lugar.

El hombre estaba maravillado con el espectáculo. Pero todo este ambiente enfriaba su alma. Ahora bien estaría explicando el movimiento de los meteoros, que por qué la cola, que era por producto de la fricción del elemento rocoso con la atmósfera terrestre, añadido al empuje gravitatorio. Que eran trozos del meteoroide, que se desprendían y ardían en llamas, los que causaban la cola de luz. Pero no podía. El silencio le cortaba. Él sabía que había algo raro en todo esto. Pero... Qué?

- No se pierde nada al intentarlo. Además... Si ese demonio es una amenaza para el internado, más allá de las pugnas internas... Debe ser detenido con todas las fuerzas posibles. Debo poner a Sylvannas en alerta, como mínimo. - Kiehl replicó, en un tono pausado. Parecía que antes había dado a entender que denunciaría a Emiya, y no era así. De hecho, si él estaba a la cabeza de la caza del demonio, era preciso que se le proteja en primer lugar. Pero claro... Seguramente él -Más referencias a toros- y sólo él sabía quién era este hombre. Y quizá Charlotte. Quién sabe. Kiehl se tomó su café de un sólo sorbo. Casi se quema, pero en realidad tanto no quedaba en su taza. Dejada en el plato, el plato dejado en la mesita.

Entonces, sucedió. El colapso interno. Aquel movimiento que relegaría la mismísima lluvia de estrellas a un plano muy posterior.

A Charlotte se le cayó aquella foto. Aquel hombre. Nada de especial. Aparte de las marcas  cerca de los cigomáticos. Pero tenía algo en especial que era definitorio en su faz. Esos ojos. Rojos como la sangre. Aquellas pupilas completamente inusuales. Casi como de lentes de contacto. Con una profundidad cetrina. Tal que se podía advertir que esas mismas pupilas no eran una broma barata. Un hombre de mirada seria, pero que cuya mirada traía grabada la palabra "Daño" en todo el rostro.

Kiehl estaba a punto de decirlo. Éste es el demonio. De no ser porque lo que Charlotte diría a continuación lo sacó de órbita completamente. E incluso relegó a segundo plano el asunto del demonio y el hombre de los ojos inusuales.

"Me gusta mucho".

Así. Fue muy evidente cómo todos los músculos del cuerpo de Kiehl se tensaron. Cómo su mente se nubló completamente, y de una forma tan inexplicable. Cómo su percepción del tiempo se alteró al punto de que aquel par de segundos se sintieron como años enteros.
Y luego el cerebro de Kiehl avanzó a marcha lenta pero de avance constante. Como la fragua interna de un tren de vapor reiniciando su marcha. Con el paso de las pesadas ruedas sobre los rieles, devolviendo el paso del tiempo a su normalidad. Maldecid a Kübler-Ross. Los cinco estadios pasaron por su cabeza violentamente. Una y otra vez en un Ciclo Infinito. Pero... Por qué? Kiehl no lo entendía. De hecho, entendía que no debía sentirlo. Estás equivocado. No puedes permitirte este tipo de pensamientos. Estás mal. Eres mucho mayor que ella. Es incorrecto. Qué tal si descubre tu edad y descubre que eres uno de esos monstruos que ella caza. Que incluso eres algo más bajo. No, Kiehl Kirsche Margatroid. Tus pensamientos son indebidos. Ella es una alumna. Es la persona más adecuada desde aquella otra muchacha. Pero no. Es mucho menor. Nadie lo vería bien. Entonces, por qué sientes tu sangre ebullir de esa foRMA AHORA-

Y entonces... La mente estoica del profesor volvió a poner orden, e hilvanó el tercer estadio con el quinto. Está bien. Es su elección. El libre albedrío es algo que nadie debería manipular. No iba a intervenir. Lo primero era el bienestar de Charlotte. Quién sabe. Quizá incluso aquel punto era el que tenía a la francesa tan extraña. Pero él lo asumiría. Su posición no estaba al lado, sino que atrás. Guardando su espalda. Conservando su vida. Era su decisión. La decisión que había sido tomada de ese libro. Sí. El libro que estaba leyendo ahora. Uno de sus favoritos, y casualmente, de autor francés.

El hombre. El hombre que salvó a una pequeña niña de sus terribles padres. El hombre que crió a la niña. El hombre que la vio volverse mujer. El hombre que la vio enamorarse y celar. El hombre que le gritaba al vacío el por qué no era él. El hombre que entendió que su cariño se había torcido. El hombre que se enderezó y eligió la felicidad de la jovencita. El hombre que la dejó ir, aceptando su vejez y el paso del tiempo. El hombre que escogió ser un padre. Un hombre miserable que luchó por mucho y ganó tan poco, pero aún así limpió su alma y fue feliz.

Era ésta su decisión. Kiehl no podía pretender ni desear, si no era acorde al bien de aquella por la que velaba. Por lo que la guardaría con cariño. El cariño de un padre. Tal y como ese hombre.

Entonces... Por qué aún así sentía que algo se le escapaba? Que algo estaba mal?

... Para cuando su mente reasumió funcionamientos, y su cuerpo dejó de tensarse, era el testigo de que las referencias a toros habían hecho tantas apariciones como para convertirse en un meme por sí solas. - Oh. Lo siento, no suelo ver cortometrajes animados. Pero lo buscaré. - Fue lo único que Kiehl pudo concebir para respuesta. En realidad no estaba mintiendo. Los Óscares siempre habían tenido uno que otro punto de discordia, sobre todo a la poca atención que le ponían los votantes a las películas animadas, eligiéndolas no por calidad sino que por ser de una marca u otra. Por ende, Kiehl no le ponía mucha atención. Él sólo veía algunas películas que le habían llamado la atención. Pero no había duda de que Kiehl buscaría esa cinta. Charlotte solía no dar puntada sin hilo. Quizá la película aquella era una pieza más de un rompecabezas. Del rompecabezas de toros y demonios.

Sin embargo, esa extraña convulsión había cegado su mente hasta cierto punto. Más no lo suficiente como para haber notado aquella última frase. - Guten Nacht, Frau Charlotte. - Kiehl respondió con una inclinación de cabeza, mientras la fémina se marchaba. Él no lo haría, por supuesto. Tenía mucho que observar y que pensar. Partiendo por partir del hecho de que la joven animada que él había encontrado tenía su propia vida, y asimismo, el derecho a llevarla donde y con quién desee. Y él iba a respetar eso. En pos de la posición de figura paterna que esperaba representar desde ahora. Pero aún y todo, había demasiadas preguntas. Esa última frase. "No me gustaría que me asesinaran al rey de la literatura". Eso era una referencia a él, indudablemente. Se podía intuir que Charlotte veía a Kiehl como alguien preciado. Acaso todo esto era para alejarle de la caza del demonio?

Kiehl entonces, esperó. Era una noche triste. Pero también una noche llena de inquietud. Charlotte déjandole al margen. El cortometraje. El hombre de los ojos rojos. Muchas pistas que requerían tiempo de revisarse. Seguramente el vídeo lo encontraría dándose un paseo por las tiendas de Yokohama. Aquel hombre, el interés amoroso de Charlotte, era otra cosa. Pero esos ojos, únicos, serían una gran referencia. Quería encontrarlo. Hablar con él. Medirlo mediante su nueva postura de figura paterna. Y ver qué tan adecuado encontraba a su "yerno".

- Ich werde über Sie wachen, ebensogut wie ich beobachte die Sterne heute abend. - Pronunció, sacando otro sandwich de la caja. Tocino con queso y alcaparras y pan semi tostado. Era su declaración. La directriz de su voluntad. O quizá mas influenciada por la moral perpetua que por otra cosa. Pero no importaba ya. Kiehl debía comenzar sus movimientos. Elementos que buscar. Conclusiones que sacar. Una mente que aclarar. Una impresión de "Acá huele raro" que esclarecer.

Pero primero, lo primero. Kiehl haría lo obvio que haría un padre en estos casos.

Preocuparse.

Era momento para que Valjean y Marius se diesen cita, bajo el sórdido tronar de las carabinas.
Off.:
Kiehl K. Margatroid
Kiehl K. Margatroid


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