Hija de la Luna (Tyrande + libre)

Algunas criaturas en la guardería de Legacy estaban algo enfermas. Todos los domingos, Jellal iba a visitarlas para aprender más de ellas y alimentarlas un poco. No era de hacerse muchos amigos, así que prefería hacer esto o a veces ir a los establos y cabalgar un poco por la isla. Sin embargo, esta vez necesitaban ayuda inmediata y el servicio médico no estaba disponible.

Entonces, escuchando un rumor de los pasillos, se enteró que en la selva había una piedra grande que contenía un talismán que sanaba a cualquier ser mágico. Así, y sin pensarlo dos veces, el peliazul se apuró para ir allí. Bajó las escaleras, y usó su poder para volar hasta allá como si fuera una gran bala humana. La noche estaba muy oscura, y en la otra mitad de la isla no se veía nadie. Solo se escuchaban pequeños insectos y algún que otro coyote que rondaba por allí.

Caminó por un sendero apretado de malezas y palmeras. A lo alto, la luna resplandecía como si fuera una verdadera antorcha que iluminaba todo. Entonces, sintió que algo se desplazaba detrás suyo. Fernandes se giró para ver qué era, y salió un pequeño erizo, a lo cual sonrió con ternura. Siguió caminando hasta toparse con una gran piedra. Sí, ésta debía ser, en la cual se había tallado algunas inscripciones y símbolos que no podía reconocer. Jellal, entonces, quitó esa piedra y la puso en su bolsillo.

Era momento de curar a esos animales, no obstante, algo le decía que alguien, y alguien muy poderoso ya le estaba siguiendo y merodeando.

Tyrande había salido a pasear, la luna le llamaba a hacerlo así que eso había hecho, había ido a los establos y tomó a uno de los enormes sementales, la conocían bien, su trabajo era cuidarlos así que eso hacía asiduamente, el cabello relincho cuando está lo monto sin silla ni riendas y con unas antiguas palabras este comenzó a trotar.

Pronto alcanzaron la selva y sintió como la luna la bañaba, sus ojos yanplateados comenzaron a brillar de forma poderosa y gracias a ellos no necesitaba ningún tipo de luz que le ayudase en su camino, fue en ese momento, cuando la selva los engulló, cuando bajó del caballo y le dijo que podía volver a casa que ella daría un paseo hasta el castillo. El cabello relincho y salió galopando de vuelta a casa.

Caminaba ya cuando sintió que algo o alguien había en las cercanías, tomó su arco, el cual nunca la abandonaba, y se dirigió hacia la presencia, cuando por fin la alcanzo y lo vio de espaldas frunció el ceño.

-Vaya vaya...a quién tenemos aquí.-pronunció mientras se escuchaba el arco tensarse.-Cuanto tiempo.-soltó sin dejar de apuntar.

Hace cinco meses

Una mujer de con una tonalidad violeta de piel y largas orejas había esquivado ese ataque. "Siegrain", esa personalidad más siniestra de Jellal, solo levantó la ceja y enseñó una sonrisa voraz, carnicera, típica de alguien mentalmente perturbado. Caminó hacia ella, pero sacó un arma, un arco y una flecha que le apuntaban.

El peliazul detuvo sus pasos y se quedó viendo a la mujer — Aquí tengo la oportunidad de hacerme una gran gran amiga — la mujer parecía muy bien preparada en esta clase de cosas, así que el chico tendría sus precauciones.

Ahora

La recordaba bien. Era Tyrande, una elfa nocturna, y también parte de la Academia Legacy. Qué mal que conoció a Siegrain (y no a Jellal), es decir, la parte oscura del peliazul la cual fue contaminada por Zeref, el señor oscuro. Se sorprendió, y retrocedió un paso al oír su voz. Maldición. Ahora no, ahora no que esos animales estaban mal. De seguro, debía tenerle cierto resentimiento por las cosas que Siegrain le causó a la arquera. Así, se le quedó petrificado por un par de segundos, y Jellal hizo el primer movimiento.

— Air magic! Kaze! — exclamó y un viento huracanado hizo girar las hojas del piso en espiral para formar una pantalla, y así... ¡Jellal escapa de Tyrande! Corriendo por la selva, y con la piedra de la luna en su mano derecha, acto seguido la pone en su bolsillo, y sigue escapando hasta que se oculta detrás de un gran árbol.

No podía luchar ahora, tampoco querría hacerlo, y no es porque se hallara en plena desventaja, sino porque fue el mismo Jellal quien causó todo esto. Luego se expiaría de sus pecados, pero ahora no era el tiempo; ahora tenía que ir y prestar sus servicios para la Academia. Sí, eso era lo que tenía que hacer, sin importar que esta dama de la noche y sus temibles flechas lo persiguieran hasta el fin del mundo.

Tyrande no pensaba disparar, al menos no de momento, pero observó como el joven alzó sus manos y llamo a su poder, pudo observar cómo el lugar se volvía viento y además arrastraba con el las hojas creando un escudo, el viento hizo que el pelo de la elfa se volviese hacia ella dando pequeños latigazos en su cara, frunció el ceño y observó como el joven escapaba. Destenso la flecha y con un movimiento rápido lo colocó e. Su hombro y la flecha en él carcaj.

Sin pensarlo dos veces dio un salto y se encaramó a uno de los árboles cercanos y comenzó la persecución sobre las ramas. Sus saltos eran gráciles y silenciosos, como los haría una ardilla y en silencio encontró al prófugo. Con un salto cayó frente a él y volvió a apuntarle.

-Mataste a un espíritu de un árbol y además me atacaste.-sentenció.-¿Cómo te declaras?-pronunció con voz tensa.

Los brillos de sus ojos eran más profundos, tanto que parecían que la luna los intentaba imitar, pero realmente la energía se la entregaba la luna que los bañaba a ambos.

1Dame un buen motivo para no clavarte una de mis flechas en tu estómago.-comentó.

El aire de aquel momento podía cortarse con una navaja. Se sorprendió ante la exclamación de la elfa nocturna, tenía mucha rabia y no olvidaba lo que el malvado de Siegrain le había hecho, y tampoco Jellal iba a detenerla si la elfa buscaba ajusticiarlo. Había quedado atrapado entre dos árboles gigantes que obstaculizaban el paso, el peliazul se volteó y miró directamente a esos orbes refulgentes. Sí, era hombre muerto, pues no iba a atacar a alguien que era de Legacy, y sobre todo, con los pocos que quedaban luego del conflicto con Svartgard.

— Soy culpable... soy culpable de todo... — bajó la mirada — No recuerdo muy bien, porque no era "yo" exactamente, sino una personalidad corrupta de mí, con magia caótica — sacó una pequeña piedra de su bolsillo y la tomó con ambas manos, como si ésta fuera su propia vida. Era una especie de joya redonda y gris, que al contacto con los rayos de luna brillaba intensamente. Jellal negó con la cabeza, como intentando descreer su hórrida situación, pero prosiguió con su discurso. — Ésta piedra. Úsala para curar a los animales que están en la guardería. No tenemos mucho tiempo. — se la arrojó, y esperó cuál era su respuesta.

— Luego podrás llevarme a juicio, pero no es tiempo para eso. — acotó expectante. La miró con esos profundos ojos cafés, como ya resignado a vivir. De hecho, incluso le gustaría ser asesinado en ese mismo momento. Recordó la Calavera de Gul'dan, y a ese tipo llamado Illidan. Sí, debía limpiar todo rastro de él en su cuerpo. Eran compañeros con Tyrande después de todo.

Tyrande escuchó las palabras del hombre, no esperaba que él mismo se declarase culpable, bajó el arco al ver como miraba hacia abajo y destensó ligeramente el arco. Observó como sacaba una piedra y tras decir que era para los animales ladeó la cabeza, justo cuando se iba a dejar convencer vio como la lanzó hacia ella, la cual tomó con destreza.

-Así que ahora quieres salvar a los animales.-pronunció mientras le devolvía la piedra.-Muy bien, hazlo.-soltó.

Se apartó para dejarle paso, dio un silbido y tras unos segundos apareció un enorme correr, negro y semental que golpeó la espalda de la joven demostrando afecto, acarició el cuello del animal y no apartó la vista del joven.

-Muy bien, monta a Silger, el te llevará al colegio en poco tiempo.-soltó mientras se apartaba.-Por tu bien espero que no me engañes con la enfermedad de los animales.-Tyrande hablaba con tono serio, como cualquier comandante, lo que ocurría es que con él no se mostraba dulce, no después de todo lo sucedido.

Entonces, una criatura apareció. Jellal quedó asombrado por la magnificencia, y sí, como elfa seguramente debería tener unos cuantos guardianes así. El peliazul se quedó embobado, llevó su mano hasta el lomo y lo acarició, para que supiera que estaba en una compañía de la que pudiera confiar. Entonces, la contraria le espetó que más le valiera que fueran por esos animales, a lo que Fernandes le miró de reojo y le respondió — Yo no mentiría sobre eso. — se apoyó sobre el animal, éste se elevó y sobrevoló toda la selva.

Llegó rápidamente hasta el sótano de la Academia, bajó por el gran ascensor hasta los pisos de más abajo, en la guardería. Vio a todos los animales que aullaban de dolor, y presto, Jellal, proyectó la piedra lunar hacia ellos emitiendo un haz de luz plateado que poco a poco los curaba. Así pasó por las plantas carnívoras, los lobos gigantes, el minotauro pianista y al final los hipogrifos. El joven no era de sonreír, pero al ver a estas criaturas sanas, no pudo evitar formar en su rostro una radiante; entonces, vio al pequeño hipogrifo no pudo sanarse del todo.

Maldición. Tal vez la elfa podría usar sus poderes. Acariciándolo, lo tomó en sus brazos y yendo al exterior se montó en el compañero de Tyrande y regresó hasta ella en ese mismo punto. — No puedo sanar a este cachorro de hipogrifo — le comentó algo agitado — sus patas no se pueden mover ¿Qué clase de enfermedad es ésta? — y si fuera un conjuro maligno. Le pasó la pequeñita criatura a ella, y rascó la barbilla. No podía saber de qué iba todo esto, pero seguro que alguien malo lo hizo. Es inusual que todos los monstruos allí se enfermen de golpe, y sin explicación alguna. — Supongo que la piedra lunar pertenece a tu raza. — comentó, mientras caminó para sentarse en una piedra de por allí. Se cruzó de brazos, cerró sus ojos y esperó el veredicto de la contraria.

Tyrande se quedó mirando como la criatura se alejaba con aquel al que no aguantaba, suspiró y miró hacia la profundidad del bosque, comenzó a caminar hacia el interior, sabía que si la montura necesitaba encontrarla no tardaría en hallarla. Caminaba en silencio mientras sentía el ligero susurro del aire y el crujir de las ramas bajos sus pies, no sentía que hubiese peligro alguno así que no le importaba hacer demasiado ruido.

Fue en ese momento en el que captó un enorme árbol que parecía ser uno de los más antiguos del lugar, así que se acercó y sin pensarlo mucho se sentó para empezar a meditar. Sentía cada uno de los movimientos de los pequeños seres del lugar y eso le hizo relajarse mucho más. Fue durante su meditación cuando escuchó el aleteo de aquella montura que se había llevado a su “enemigo”, abrió los ojos y miró hacia el cielo captando la silueta de la criatura.

Se levantó en silencio y observó como el chico bajaba con algo entre sus brazos, frunció el ceño y se acercó mientras escuchaba las palabras del joven. Tomó a la criatura y sin hacer casi caso al otro la dejó sobre el suelo, posó una mano sobre el cachorro y la pasó por todo el cuerpo del pequeño. Tocó sus patas y las movió sintiendo la rigidez de éstas, frunció el ceño y tomó la piedra, ésta vibró bajo sus dedos y comenzó a brillar, tanto como la propia luna, la criatura lanzó un alarido y cuando el brilló desapareció el pequeño cachorro ya estaba de pie y dando pequeños saltos.

-El pequeño ya está bien, la piedra trabaja mejor bajo el influjo de la luna.-soltó mientras volvía sus ojos hacia el joven.-De ahí deriva su nombre.-Tyrande observó la piedra y se la lanzó al chico.-Guárdala, es muy poderosa curativamente.

La piedra hizo de las suyas. De pronto, un poderoso fulgor se hizo presente, tanto que se tuvo que cubrir con el antebrazo para que dicha luz no lo encandilara. Entonces, el pequeño cachorro fue sanado, a lo que el peliazul sonrió satisfecho. Sí, así debía de ser. Ninguna criatura debía padecer dolor, porque todos tienen derecho a estar bien. Acto seguido, y sin esperarlo, recibió la piedra lunar por parte de la contraria. Jellal la miró firmemente, como acatando la responsabilidad que conllevaba tener una piedra curativa.

— Lo haré. — emitió con seguridad mientras asintió con la cabeza. La guardó en el bolsillo, y subió su mirada para encontrarla con la luna. — Illidan... ese sujeto me habló. Casi me vuelve una marioneta con ese poder. — comentó a duras penas, con una voz que casi se arrastraba por el silencio. Se notaba dolido, e incluso avergonzado. Suspiró. Dio media vuelta, caminó unos cinco pasos y se giró otra vez para darle un comentario final a este episodio de criaturas enfermas y desconfianza.

— Hay una presencia maligna cerca. Muy escondida. Ten cuidado. — caminó otros cinco pasos, y sus piernas refulgieron de un blanco muy brillante, y se fue volando rumbo a la academia. Una vez allí, revisó a todos los animales, y estaban bien. Pasó la hora y se fue a la cama pensando en qué otro mal acecharía la Academia Legacy otra vez. El desconcierto y el improbable destino de todos era algo que siempre lo dejaba sin dormir, y esa curiosa noche no era la excepción.

Tyrande observó al chico y frunció el ceño al escuchar ese nombre, se cruzó de brazos y comprobó como caminaba para después girarse hacia ella. Era cierto que ese ser había sido poderoso, habían sido amigos pero la oscuridad acabo por contaminarlo, como ocurría con casi todas las cosas que se dejaban embaucar.

-No por ello era un ser tan poderoso.-le comentó con voz suave.-La oscuridad es capaz de embaucar hasta la criatura más poderosa, pero no es ella quien hace fuerte a una persona, sino la capacidad de detenerla y ser capaz de no escucharla.-muchas veces Tyrande se habría dejado envolver pero aún así no lo permitió.

Volvió a mirarlo mientras se alejaba y escucho las siguientes palabras, miro hacia la oscuridad del bosque y sonrió.

-Iré a investigar, me puede la curiosidad.-comentó mientras observaba cómo se disponía a marcharse, la verdad era que no tenía miedo a lo que pudiese encontrarse.

Tras ver cómo se marchaba comenzó a caminar hacia el interior y tras varios minutos se encontró con unas extrañas ruinas que parecía que la llamasen, frunció el ceño mientras meditaba si entrar o no.