Evento: Invadiendo Yokohama - Broma pesada (Sale mal)

¿Alguna vez has estado en un pueblo donde esté nevando, de noche? Si lo has experimentado ya entonces sabrás de lo que hablo, y si no, puedes darte una idea al imaginarte el frío recorrer tu rostro, casi cortándolo con cientos de pequeñas y muy delgadas navajas. Tienes que cubrirte las manos con guantes y usar tu aliento continuamente para calentarlas, o de lo contrario causan un dolor agonizante al tratar de moverlas. Las piernas no son un caso distinto, pues caminar entre tanta nieve y tan terrible frío cuesta diez veces más trabajo del usual.

Salir de noche en esas condiciones es lo último que una persona podría desear, no cualquiera puede adaptarse a condiciones tan extremas. Sin embargo, las personas que viven ahí no suelen mostrarse pesarosas ante la adversidad. Para ellos se vuelve algo tan cotidiano que terminan por asimilarlo. El cuerpo aprende a soportar esas condiciones. A eso es a lo que llamamos adaptación.

La adaptación genera especímenes más fuertes, más resistentes, más capaces. Para los que no logran adaptarse, el único camino es la muerte segura. Los fuertes viven, y los débiles mueren. Ese es el orden natural de las cosas. Pero la adaptación no solo viene por características biológicas. Grupos de individuos se convierten en sociedades con el objetivo de poder colaborar juntos para sobrevivir a las adversidades. Eso también es adaptación. Una adaptación más poderosa, que no genera individuos fuertes, sino equipos implacables. Si alguien lograra conseguir los dos tipos de adaptación ante cualquier situación, se volvería el ser más poderoso del universo. Y ese, amigo mío, era el objetivo de nuestro slime.

Era el invierno más terrible que la isla de Yokohama haya sufrido jamás. A los -58°C, el clima era tan implacable que incluso el agua dentro de las casas se congelaba si no se ponía cerca de una fuente de calor. No hace falta decir que la mayoría de las tuberías estaban congeladas, y las que no, escupían aguanieve cruelmente, de modo que era casi imposible lavar los trastos o limpiar el piso. Tan solo con salir a la calle, las pestañas de las personas se congelaban, y sus atuendos quedaban cubiertos de nieve. Para evitar morir congelados, las personas se abrigaban con ropas densas y calurosos cobertores, mientras se pegaban cuanto les era posible a sus propias chimeneas encendidas, aprovechando para preparar el té ahí mismo.

En tan inhóspito ambiente, solo dos figuras resaltaban por su calma ante tan aberrante ambiente. El slime y el espíritu heróico, ambos mirando entretenidos cómo los humanos inferiores luchaban contra la naturaleza misma en un esfuerzo por no perecer víctimas del crudo invierno que asolaba especialmente la zona en la que se encontraban. Zona que no podía ser otra sino la alta montaña, donde el invierno era especialmente sádico con las personas, de modo que no podían salir mucho tiempo a la intemperie sin caer muertos.

El primero, de ojos color de miel y largos cabellos de cielo, andaba en ropa especialmente ligera, como para presumir su superioridad ante los mortales inferiores que estaban congelándose, avanzaba dando saltitos alegremente al lado de la segunda, quien vestía con sus habitual vestimenta todavía más ligera. Ambas lolis caminaban por el pueblo que se había establecido en aquella montaña helada, en medio de la noche, como dos viejos amigos que disfrutan de un paseo por la ciudad.

- Okay, recuerdas el plan ¿verdad? Sacamos las tripas a los magos del pueblo, puedes jugar con algunos extras si quieres, y nos adueñamos del lugar pacíficamente, haciendo nuestros súbditos de los supervivientes. “Elizabeth Bathory, la Emperatriz Sangrienta” A que suena bien ¿eh? -

El Great Demon Lord pronunció una suave y macabra risa detrás de aquellas palabras, cubriendo a la vez su boca con su mano. Esa mano que ahora era cubierto por una larga y delgada manga de blanca seda, dándole un aspecto bastante tradicional.

Aquella fría tarde de Yokohama, los fuertes viento azotaba la ciudad una fuerte tormenta invernal algunas de las temperaturas más frías de la temporada en la ciudad, pueblos y capitales cercanas cubriendo una gran franja del país con nieve, No había parado de nevar ni un solo minuto. Las calles se asemejaban a ríos caudalosos debido a la gran cantidad de nieve que taponaba las alcantarillas y no permitía el paso del agua. Las pésimas condiciones climáticas y el reinante caos vial no invitaban a ninguna persona en su sano juicio a visitar el exterior, si es que acaso tenía la suerte de encontrarse a salvo bajo un techo en ese momento crítico. A pesar de los múltiples inconvenientes, afectaba a las razas inferiores la condesa de sangre amaba el clima helado podía darse el lujo de permanecer cómoda y sin utilizar ningún tipo de ropa abrigadora.


No pensaba dejar escapar la increíble oportunidad de teñir de rojo la blanca nieve su sádica mentalidad no mantenía límite alguno como la vampiresa Carmilla de una vez por todas. Estaba segura que sería una tarde que disfrutaría mucho el poder saciar su gran apetito, iba muy bien acompañada por la hermosa jovencita de cabellos color del cielo, se sentiría muy orgullosa de él si conseguir una buena alidada juntas destacaría y labrarse un buen nombre en la escena que mejor lugar para hacerlo mundial. Aquel seria uno de sus sueño de su vida desde que apareció en un nueva época, por lo cual nadie las tendría unos simples humanos no iba a detenerla en sus planes hacia el éxito.

—De acuerdo al plan, será como quitarle un dulce a un recién nacido, este aroma a desgracia y pena solo me provoca querer acabarle en un minuto—


Observo a su acompañante embozando una gran sonrisa el tintinear de un reloj escuchaba claramente, sus sentidos más afilado que nunca se encontraba trabajando suspiró aquella Loli de ojos azulados y cabello rosa fucsia, piel pálida y fría como el invierno mismo. Faltaban unos insignificantes segundos para que llegara la hora que había acordado con la contraria. Para su buena suerte, seria ella quien abriría el telón tan espectacular victimas que masacraría. En cuanto el sonar del último tic tan marcado una hora específica le dio la luz roja, una retorcida, sarcástica y burlona risa seguía viva en sí. Pisó a fondo el acelerador y salió despedido como un bólido hacia adelante. Gracias a esto me catalogaban como «la niña problema» o «pequeño demonio», incluso algunos empleaban unas palabras de otro calibre no aptas para’’ menor de edad’’.


Oía las reparaciones agitadas, sus torpes presas y el latido de su enloquecido corazón. La razón de tal ansiedad: era ella. Jugaba con sus cerditos le agarraba del pelo fuertemente para que me mirase por última vez y su alarido me puso el vello de punta del gusto. No debería llamar la atención, pero disfrutaba con cada momento de la caza. Todos dentro de la primera casa que adentró para empezar su diversión le veían con ojos de terror que hacía que relamiera sus afilados colmillos. Había sido demasiado fácil y rápido. La fast food no era lo suyo. Prefieria ser como un felino con su comida, una vez sabe que no se le va a escapar, juegan un poco con ella. Hasta ver ultimo rayo de luz de sus ojos apagarse, dejaba hecho un caos la paredes machadas de sangre a mitad del fuego de las chimeneas dejaba los cuerpos irreconocibles.

[Modo Automático Activado]

Al dar la hora pactada por ambos, los ojos del slime se tiñeron de un rojo ardiente y su expresión se vio reducida a nada. Rimuru Tempest no era más él mismo. Era la “Habilidad Única: Gran Sabio” quien operaba ahora aquel destructivo cuerpo, el cual salió corriendo a una velocidad impresionante, de casa en casa, en busca de sangre mágica por exterminar.

A diferencia de su compañera, su estilo de exterminio era mucho más rápido y menos sádico. Por supuesto, las intenciones del rey demonio no eran hacer una masacre. No aún al menos. Su deseo en ese momento era eliminar todas las defensas del pueblo y entonces someterlo a su voluntad. Por tanto, en vez de matar súbditos a diestra y siniestra, se dispuso a eliminar todo aquello que pudiera suponer una amenaza.

Los movimientos de Gran Sabio eran ágiles y precisos. Su “Habilidad Extra: Percepción Mágica” le permitía saber en qué casas había magos y en cuáles no. Una vez encontraba uno, simplemente entraba por la puerta principal y decapitaba al mago en cuestión antes de que este fuera capaz de defenderse. Sin embargo, no es que quedara el suelo manchado de sangre, no. El rey demonio nunca desperdicia la comida.

Tras haber asesinado a su víctima antes de que esta pudiera incluso reclamar por la grosera intromisión, el andrógino se derretía encima de la escena del crimen. Lo que antes era un ser humano, pasaba a convertirse en una espesa masa azul, traslúcida como el cristal, cálida como un abrazo, húmeda como el rocío de primavera.

Pero dejando de lado las características que podrían darle un papel principal en una trama con contenido +18, el slime disolvía a su víctima en cuestión de segundos. Ropa, accesorios, piel, músculos, huesos... Todo se desintegraba una vez entraba en el gelatinoso cuerpo del rey demonio. Esa era su segunda habilidad más poderosa después de Gran sabio, la “Habilidad Única: Depredador”.

Esa habilidad era toda una joya. No solamente le permitía ingerir cualquier cosa, sea energía o materia, sino también analizar lo ingerido en cuestión, ganar sus habilidades y energía mágica, e incluso mimetizarlo, es decir, poder tomar la forma del objeto o ser vivo ingerido.

De esa forma, el Demon Lord entró casa por casa, edificación por edificación, y se ocupó de asesinar a cualquiera cual por sus venas corriese sangre mágica. En los humanos simples y corrientes ni siquiera se interesaba. No eran especiales, y por tanto no le servían. Si se encontraba alguno en la casa de un mago, simplemente le ignoraba y continuaba con su labor. Ellos por lo general solo se quedaban aterrorizados, congelados del susto, y ni siquiera eran capaz de pronunciar palabra alguna.

Pero si alguno hacía fastidiar al limo con sus gritos escandalosos o con sus inútiles intentos de hacerle daño, este terminaba por atarlos con un extremadamente delgado y extremadamente duro hilo de acero que él mismo tejía, y con él los rebanaba en muchas y muy pequeñas partecitas que terminaban desperdigadas por toda la habitación. Esa era la única sangre que Gran Sabio derramaba, y la que terminaba por teñir de un dulce carmesí el suelo y las paredes de las casas.