Cerrando cuentas (Osamu Dazai)

La preciosa Ciudad de Yokohama se llenaba de luz a esas horas de la noche. Después de las 8:00 pm los establecimientos comenzaban a cerrar para el público y los anuncios de los grandes hoteles gobernaban el lugar. De pronto, un taxi se acercó a la entrada de tan majestuoso hotel y se detuvo. De él bajo una joven, vestía un pantalón negro acampanado, una blusa de tres cuartos color guinda y bastante holgada. Además, traía consigo un bolso pequeño y una botella de agua.

—Gracias. Buenas noches—dijo mientras pagaba al conductor del vehículo por sus servicios. Echó un vistazo al edificio que tenía enfrente de abajo hacia arriba, aquel sitio tenía pinta de ser caro, lujoso y sobre todo muy visitado por personas pertenecientes a la alta sociedad, ella sin duda sentía que ese no era su sitio pero, ¿qué podía hacer? Ya se encontraba ahí, y estaba cumpliendo con su parte del trato, solamente esperaba que su compañero llegase para ingresar.

Los minutos pasaban, la chica observaba hacia el boulevard, los autos pasaban a toda velocidad, parecía haber mucho más movimiento que en el día. Comenzaba a desesperarse, frunció el ceño, y ya estaba a punto de enojarse. Sin duda alguna, era una de las personas que no se le daba la paciencia, mucho menos en la situación en la que se encontraba. — ¿Ya pasan de las once? Ese tonto debió de quedarse dormido. De seguro ni se acuerda mí—dijo para sí misma, en su tono de voz se manifestaba que estaba molesta, pues infirió que la habían dejado plantada.

—Solo media hora más y me voy—se dispuso a buscar un lugar donde sentarse, pues traía unos tacones que ya la estaban cansando. Afortunadamente, una pareja de adultos mayores se retiró de una banca que se encontraba justo al lado de la puerta del hotel, así que la chica apresuró su marcha para instalarse en ella y seguir esperando.

Observaba las brillantes luces de la ciudad a su paso. Faltaba solamente una cuadra para que llegara al punto de reunión. A pesar de que iba con retraso, su caminar era lento y con calma, como si tuviera todo el tiempo del mundo para llegar. Detuvo su paso al llegar al semáforo peatonal, esperando luz verde para cruzar. Internamente, no le importaba hacerse el ciego y avanzar, deseando que un auto pasara a toda velocidad y lo lanzara lejos, probablemente matándolo al instante. Una leve sonrisa se formó en los labios del suicida al pensar en aquella idea. Sin embargo, tenía una cita a la cual asistir. Sabía que, de momento, no podía darse el lujo de suicidarse, y seguramente su acompañante ya debía estarlo esperando.

Conocía bien a aquella joven con quien acordó encontrarse, y esa misma noche, por fin, podría arreglarse con ella con respecto a cierto asunto que tenían pendiente. Ya lo habían intentado en la casa de ella y la de él, y nada había resultado. Alguien siempre llegaba a interrumpir dicha escena que ya deseaban culminar, así que la maga de inmediato aceptó cuando el suicida le hizo la propuesta de verse en tan elegante hotel.

—Son las once con quince minutos. Llego a tiempo —se dijo con seguridad al revisar la hora en su teléfono celular, aunque en sus adentros sabía que iba tarde por un cuarto de hora. Volteó al frente y se percató de la luz verde, haciéndolo cruzar. Avanzó con paso firme mientras se acomodaba la chaqueta de cuero negra que vestía. Por debajo de esta, llevaba una simple playera blanca de manga corta, además de las vendas que nunca podían faltar cubriendo su piel. Así, unos jeans de mezclilla y unos converse negros completaban su outfit.

Llegó al otro lado de la calle y siguió caminando hasta la entrada del hotel, visualizando en una banca a la chica que lo esperaba, acercándose a ella. —Aoko. Es un gusto saludarte. Veo que llegaste antes —añadió con una sonrisa, tratando de disimular su retraso y esperando un cálido saludo, aunque ya sabía que lo único que recibiría era un regaño por haberse tardado tanto.

Estaba bastante aburrida, ya no quería seguir esperando. Fue entonces cuando escuchó aquella voz irritante del chico suicida acercándose. Volteó a verlo con una cara de pocos amigos, quería ocultar su rabia pero fue imposible para la chica. De inmediato se puso de pie y acudió a su encuentro. — ¿Qué rayos te pasa? ¿Por qué llegas tan tarde? ¿Quién te crees que eres para hacerme esperar así? — dijo mientras le daba unos cuantos empujones en el torso, algo bastantes bruscos. Sin duda, Aoko era una de las personas que si llegaban a su límite de paciencia podía ser un poco agresiva.

Algunos empleados del hotel que se encontraban afuera recogiendo un equipaje se percataron de tal escena, inclusive el guardia de seguridad salió para ver que sucedía. Ante tal situación la señorita Aoko detuvo su ataque de ira, sabía que no le convenía ser la protagonista de un escándalo, mucho menos afuera de tan prestigiado edificio. Así que como pudo logró tranquilizarse y fingió ser la persona más amable del mundo. Abrazó a su compañero y le regaló unas sonrisas bastante exageradas. Realmente estaba haciendo una pésima actuación, sin embargo, funcionó. Los ojos de los maleteros y el guardia ya no estaban sobre ellos.

Ya se esperaba algo así. Un golpe, una cachetada, un empujón, gritos, una escena. Algo de eso tenía que pasar. No le sorprendía la reacción de la contraria, puesto que tenía razón en molestarse por su llegada tardía. Y, al parecer, todos alrededor se estaban percatando de la situación de la chica casi plantada. No pensaba defenderse de los empujones. Estos le causaban gracia, mostrando una leve sonrisa al verla tan enojada. Y aunque claro que sentía dolor por los golpes de la chica, simplemente dejó que esta se desquitara. Cuando los ataques cesaron y la maga lo abrazó de la manera más hipócrita del mundo, el suicida sólo correspondió su acción, al igual que la sonrisa. La diferencia era que la del chico sí era sincera, pues este estaba contento de ver a la contraria.

—¡Tranquila, brujita! La gente pensará que me amas con tanta amabilidad que me muestras. Basta de tanta formalidad. Ya estoy aquí, ¿no es cierto? Hice la reservación, así que no nos conviene perder más tiempo—pronunció mientras rompía el abrazo. —Siendo así, ¿me acompañas, Aoko? —le ofreció su mano con una sonrisa, esperando y la tomara para dirigirse, al fin, al interior del elegante edificio ante ellos. Esa noche la pasarían bien, y nadie podía impedirlo en esa ocasión.

Observó por unos segundos la mano de aquel chico, no merecía ser tomada por nada del mundo, no era de caballeros hacer esperar a una mujer y mucho menos fingir que nada pasó así como así. Por lo que simplemente lo dejó con la mano extendida. Se dirigió segura de sí misma hacia la recepción, con los hombros echados hacia atrás y la vista alzada, sus pasos eran rápidos, puesto que no quería estar cerca de aquel impuntual hombre. Tardó unos escasos segundos en llegar a estar frente a frente con la señorita que confirmaría su reservación.

—Buenas noches, tengo una reservación a nombre de Osamu Dazai, tenemos la suite imperial—dijo mientras jugaba un poco con sus dedos, quería que la empleada se apresurara, ya que no quería que la vean al lado de un hombre tan feo como el chico suicida, ya que era probable que se imaginaran su motivo de estadía en aquel lugar, puesto que solo permanecerían ahí dos horas. La joven Aoko deseaba con todo su corazón que su compañero de aventura no llegara a posarse a su lado justo en ese momento, debido a que seguía molesta y era probable que le diera un buen golpe en la cara.

Aunque la chica tuvo la grosería de no tomar su mano, no se quejó, y mucho menos se desvaneció la sonrisa en su rostro. Sabía que tenía bien merecido ese trato de todos modos. La vio alejarse, enfurecida. Aquel suicida sólo podía reír entre dientes ante tal escena. Si algo era seguro en la extraña relación que mantenía con la maga era que disfrutaba de hacerla enojar. Tal vez se veía linda ante sus ojos, o tal vez sólo quería molestarla, que sería la opción más acertada.

—Qué chica —dijo para sí al verla llegar tan deprisa a la recepción. Estaba consciente de que, si se acercaba a ella en ese momento, sufriría de un golpe en serio. Por tanto, se adentró en el hotel por su cuenta. Lentamente pasó a un costado de la recepción, ignorando por completo la presencia de la chica. Si de algo ambos eran conscientes, y no tenían que decírselo, era que querían ser lo más discretos posible, aunque eso se había arruinado desde que la gente los notó en la pequeña discusión en la entrada del hotel.

Decidió caminar por el pasillo mientras la maga pedía la llave correspondiente de la suite imperial. Detuvo sus pasos al llegar al elevador, recargándose así en la pared a un lado de este, en espera de la chica. No veía problema alguno si podía acompañarla hasta la habitación, por lo menos.

Logró percatarse de que su compañero ya había ingresado y se dirigía al elevador, así que una vez que terminó con el asunto en recepción se apresuró para alcanzarlo. Optó por no dirigirle la palabra, puesto que quería guardar toda esa furia que sentía para cuando finalmente se encuentren solos, sin molestias ni ningún tipo de interrupción.

Ya habían llegado al piso correspondiente. Un enorme pasillo estaba justo en frente de nuestros protagonistas, un largo camino les aguardaba hasta llegar a su destino. Mientras se trasladaban a paso lento reinó el silencio, parecía que no se encontraban muchas personas hospedadas en esa área de tan lujoso hotel. Mejor para ellos, así nadie escucharía todo el escándalo que provocarían en esa noche.

—Es aquí—después de dos minutos ya estaban afuera de su habitación. Daba la apariencia de ser muy grande, puesto que la puerta era bastante ancha y adornada de una manera muy elegante. La chica volteó a ver a su amigo tratando de comunicarle con su mirada que finalmente había llegado tan esperado momento. Es entonces, cuando Aoko abrió la puerta lentamente para cruzarse con una suite imperial digna del acontecimiento muy próximo a suceder.

El suicida correspondió a la mirada de la maga, asintiendo con toda seguridad. Los dos estaban listos para aquel momento. En cuanto la chica abrió la puerta de tan elegante habitación, entraron sin más, aunque se sentía tanto la tensión como la emoción entre ambos. Decir que aquella habitación era grande era decir poco. Las paredes tenían un color champagne, y a juzgar por los muebles y las decoraciones, el lugar tenía un toque de estilo barroco. Fue inevitable para el castaño no acercarse al gran ventanal que había, dejando ver la increíble vista nocturna de la ciudad. No duró mucho viendo aquel escenario urbano desde tal altura, pues al mirar a un lado, se percató de la elegante y tentativa cama king size que los aguardaba, tan bien hecha y repleta de almohadas. Si así de distinguida era esa parte de la habitación, ya se imaginaba lo refinado que sería el baño. Y lo mejor de todo, que aquel espacio era sólo para los dos.

Una sonrisa pícara se formó en los labios del varón, volteando a ver, por fin, a su compañera. Se acercó a ella de lo más natural posible, escondiendo así sus intenciones. Una vez que estuvo a su lado, se apresuró a cargarla como si de una princesa se tratase, dirigiéndose rápidamente hasta la cama y tirándola en ella. El castaño subió a la misma de un salto, quedando hincado entre las almohadas y mirando fijamente a la chica que yacía en la cama.

—Ahora eres mía… y no podrás escapar —pronunció el suicida con ojos llenos de emoción, acompañados de una sonrisa traviesa. —Prepárate para… —tomó rápidamente una de las almohadas y la arrojó al rostro de la chica, a pesar de la corta distancia entre ambos. —¡La guerra de almohadas!

La almohada impactó fuerte la cara de la chica, despertando su ira. No perdió más tiempo y tomó un cojín, alistándose para dar su primer ataque. — No llores cuando pierdas, tonto — dijo mientras golpeaba a su compañero con todas sus fuerzas, pero, justo en ese momento, se le ocurrió una idea loca, o más bien, una idea que haría del momento algo más divertido. Así que detuvo sus movimientos para bajarse de la cama rápidamente y encender la televisión. —Pondré música para nuestra pelea— comentó mientras cambiaba los canales buscando algún programa con buenas melodías hasta que encontró en uno una copla perfecta, “Mortal Kombat Theme”. Sonrió de manera picara al escuchar los primeros segundos de aquel tema, ocasionando que la inspiración volviese a ella.

—Ahora sí, Dazai, da lo mejor de ti— gritó eufóricamente mientras se lanzaba a él dándole un almohadazo en su cabeza. Hacía bastante tiempo que querían un enfrentamiento de esos, sin embargo, nunca habían encontrado el lugar correcto, puesto que, siempre hacían un escándalo haciendo pensar a los vecinos que se trataba realmente de una pelea marital.