El Cofre de la Selva (Penthesilea)

A sus oídos llegó cierto encargo que estaba colgado en el tablero de pedidos. Se detuvo a leer de que trataba, lo usual sería encontrar encargos relacionados a búsqueda de gente, matar criaturas peligrosas. Pero está vez se pedía localizar a una mujer que llevaba en la selva mucho tiempo; le extrañó tal cosa, por lo que solicitó ir al encargo.

Un viaje de medio día la condujo a la gran selva que había en la isla. Los grandes y frondosos árboles no daban lugar a la vista de Erza, por lo que comenzó a adentrarse entre ramas y arbustos para comenzar su misión de búsqueda. La información en el papel que había tomado decía que al encontrarse con cierta persona debía ayudarle a buscar un tipo de tesoro que solo esta podría usar. En una de sus manos apareció una espada, comenzó a cortar las ramas para abrirse camino entre toda esa flora que la rodeaba.

No tenía idea de cuanto tiempo llevaba caminando y armando su camino. Suspiró con pesadez y miró a todos lados intentando buscar señales de la mujer descrita en el encargo. Se detuvo un rato para descansar y apreciar lo que hasta ahora solo dejaba de lado para avanzar en la búsqueda. Las cosas no eran tan malas después de todo, pues los árboles cubrían casi por completo los rayos del sol, la brisa que corría entre las hojas refrescaba el ambiente, su situación no era hostil, al menos por ahora.

Con su espada comenzó a dejar marcas en los árboles más robustos, no quería perder el camino de regreso, después de todo, debía volver con la mujer y lo demás del encargo. Una vez cayó la noche, Erza se detuvo en las cercanías de un pequeño estanque, debía descansar y recobrar las fuerzas para continuar con su caminata apenas saliera el sol.
Apoyó la espalda en una roca y comenzó a mirar el pedazo de cielo que las hojas le permitían apreciar. Todo era apacible, el único sonido era el canto de los insectos y una que otra ave nocturna; pretendía dejarse caer en sueño, aunque lo consideraba imprudente. Pero pronto no logró mantener sus ojos abiertos y terminó por entregarse al mundo de los sueños.

Lo único que sintió fue el cálido sol posarse en su rostro. Se movió con cuidado y abrió los ojos lentamente. Todo parecía igual a como estuvo en el momento que sus ojos dejaron de aguantar, pero un detalle dejó de lado la tranquilidad de la pelirroja. Frente a ella, había rastros de lo que fue una pequeña fogata; se acercó y tocó las mismas percatándose de que estas eran de hace unas horas. Miró a todos lados y vio un par de huellas, por lo visto, el equipamiento de quien estuvo allí era pesado.
Nuevamente, Erza caminó a través de las huellas que aún lograban verse, ¿Dónde la llevarían? Era cuestión de tiempo para encontrarse con la mujer del encargo o quizás otra persona.

Al cabo de unas horas, Erza se adentró entre árboles más grandes, ahora su visión era perjudicada por completo, pero entre arbustos logró escuchar como alguien se movía con rapidez.
— ¿Quién anda ahí? — Preguntó mientras en ambas manos aparecían espadas iguales. Estaba atenta a cualquier tipo de ataque, no se permitía la duda ni la intimidación, por lo que apenas vio una silueta, comenzó a seguirla. La persona era rápida, pero quizás el mencionar su encargo haría que esta se detuviera.
— ¡Espera! ¡He tomado un encargo para encontrar el Cofre de la Selva!

Llevaba un par de semanas en Legacy, apenas había entendido el ritmo y los objetivos de la academia, todo era distinto a lo que venía viviendo con su máster, aunque diferente, no el era desagradable su nueva vida en Legacy. En primer lugar cumplía una misión para su máster, la segunda razón para estar conforme, era Aquiles, a quien mantenía cerca y en cualquier momento podría cobrarle su muerte, aunado a ello solían salir muchas aventuras interesantes.

Para sorpresa de Penthelisea, en Legacy habían más villanos que los que estaba acostumbrada a ver con su máster; eso era un alimento exquisito para una amazona descendiente del Dios de la guerra, sin duda se encontraba como pez en el agua.

Tras un fin de semana de descanso, acudió a un tablero de misiones que solía tener la academia. Ahí, autoridades académicas, gobierno o familias adineradas, solían buscar el servicio de los alumnos de Legacy, para encontrar tesoros, atrapar enemigos, rescates, búsquedas de tesoros y casi cualquier cosa que alguien pueda imaginar. Penthelisea, echó un ojo, buscando algo que atrapara su atención, no pudo evitar reírse al ver que alguien solicitaba ayuda para domesticar un perro que ocasionalmente se ponía agresivo. Aunque a ella le habría gustado ayudar, otro trabajo cautivó su atención, una búsqueda de un tesoro y al parecer alguien ya la había asignado a esa misión, estaba marcado el lugar de un compañero de equipo, por lo que supuso iba tarde en su tarea.

La densa selva de Rokkenjima, era le basto lugar que albergaba ese misterioso tesoro que habían ordenado buscar, Phenthelisea se sintió como en casa al ver la frondosa vegetación y ese intenso solo combinado con la humedad que los arboles y algunos cuerpos de agua ofrecían. La amazona estaba llegando al amanecer, por lo que tuvo la oportunidad de admirar el paisaje cuando apenas salía el sol.

Mientras avanzaba logró notar las marcas sobre los árboles, un camino que sin lugar a dudas pretendía marcar los pasos de alguien, bien podría ser la persona aliada o algún ladrón que se adelantó; las huellas también hacían evidente la presencia de mas personas en la selva. Con sigilo comenzó a moverse entre los árboles, buscando mantener el silencio en la medida que el propio ecosistema lo permitiese, aún así entre sus movimientos fue inevitable agitar suavemente los árboles.

Frenó sus movimientos, privó la quietud y el silencio, incluso contuvo la respiración algunos segundos, escuchó una voz femenina y lo único que pudo pensar en ese momento fue " en la razón que tuvo para revelar su posición al hablar".

-Tsk...- refunfuñó para si misma, no quería salir de su escondite, pero entonces todo cambió, esa voz femenina era su compañera, a menos que estuviese mintiendo y en cualquier caso, la única manera de averiguar lo que ocurría era estar frente a frente- Voy a salir de entre los arbustos, soy tu compañera de búsqueda, mi nombre es Penthelisea, es seguro que miraste mi nombre -finalmente la amazona se mostró ante ella. - Lamento llegar tarde, pero no tenía planes de asistir a una búsqueda con compañía, casi siempre lo he hecho sola-

Tomaba su espada con firmeza, no iba a estar desprevenida ante cualquier posible engaño. Pero al ver a la mujer, observó en ella todas las descripciones dichas en el supuesto encargo de desaparición. Suspiró y entonces su espada desapareció; una leve sonrisa apareció en su rostro y entonces extendió el papel que tomó en aquel panel.

— Creí que jamás encontraría a mi compañera. — Alzó la mirada entre un pequeño agujero que hacían las hojas del árbol sobre ella. Se lograba ver el azul del cielo, por lo que quizás solo era medio día. Tiempo tenían de sobra. —Bien, creo que la petición de búsqueda es algo exagerada... Digo, por lo visto no estás completamente a la deriva en este lugar.

Leyó el papel de la misión, no comprendía porque alguien estaría tan desesperado a la hora de encontrar a aquella mujer frente a si misma. Quizás se trataba de cualquier sujeto algo fuera de los cabales que insistía en acosar a la chica. Esa opción hizo que se le erizara la piel, pues le traía una serie de recuerdos bastante incomodos.

— ¿Estás bien? — Preguntó de todos modos, iba a asegurar que las cosas no se pintaran como en el encargo, pero a simple vista las cosas eran diferentes. Una espada más pequeña apareció en su mano, se acercó al tronco del árbol he hizo la misma marca que dejó en su recorrido.

Al cabo de unos minutos, y de notar que aquella mujer conocía mejor la búsqueda, decidió seguirla sin chistar. A pesar de que Erza solía trabajar sola en misiones peligrosas, la frondosa selva le causaba problemas a la hora de ubicarse.