Un pequeño descanso.

Dicen que el mundo se creó apartir del fuego; que fueron las llamas que dieron el inicio y también el fin.
Después de todo, es el fuego quien crea, quien consume, quien devora; el fuego es y el fuego será. Su vida no sa basa en más reglas que esas.

Dabi, con un ceño perfectamente fruncido avanzó con paso lento. El humo escapaba de su piel, como si hubiese sido él víctima del fuego y no al revés; detrás suya una pequeña aldea ardía con pavor bajo las llamas azules, de un color tan celeste que bien podrían ser astros, y no el mismísimo infierno.
Ossor tiene varias reglas, pero en su cerebro disfuncional es más fácil guiarse por la base: quien desobedece, perece. Así que es mejor guardar silencio, y ser un niño bien portado, porque si no, quién sabe lo que podría ocurrir. Tal vez él, o un hijo de puta más inhumano se encargaría de erradicar a los movimientos rebeldes antes de que se esparcieran.

—Vaya mierda— espetó, su mano se introdujo en el bolsillo de su chaqueta, buscando la cajetilla de cigarrillos y maldiciendo aún más cuando no la encontró. Sus pasos resonaron entre la maleza, cuando las hojas chamuscadas crujían debajo de su suela, y él las pisaba sin ningún remordimiento oscilando en sus ojos de acuamarina. Tal y como se sintió cuando erradicó las vidas inocentes hacia no más de media hora.

El alma es una cosa muy curiosa; o lloras de alegría o de dolor, pero nunca en un punto intermedio.

En algún punto se topó con un frondoso árbol, habría pasado de largo de no ser por el bulto, de lo que parecía ser una silueta humana, descansando debajo de la sombra que regalaba el cerezo.
Vaya día de suerte, pensó.

—Hey— exclamó, pateando sin mucho cuidado el tronco del árbol, con la intención de sacudir al hombre que descansaba debajo—. ¿Quién diablos eres? Identifícate.

Mientras más rápido pudiera salir de ahí, mejor. Pero simplemente había algo en el otro muchacho que le hacía tener exactamente el presentimiento contrario; debajo de su piel, el fuego produjo cosquillas