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Mensaje por Invitado Miér Ago 02, 2017 7:42 pm





Desde que descubrió la biblioteca, Alma había establecido un nuevo lugar para visitar periódicamente. Era un lugar caracterizado por su agradable ausencia de ruido. Allí podía esconderse tras enormes pilares de madera repletos de libros. Siendo un lugar tan inmenso, pocas eran las veces que le era suficiente el tiempo para revisar completamente una simple sección. Algunas veces pasaba un par horas eligiendo y leyendo libros, pero había días en los que se quedaba allí durante toda la tarde. A pesar de que inicialmente la abundante sección de historia había llamado su atención, se había enamorado completamente de la biblioteca cuando descubrió secciones con temáticas de las cuáles no había oído antes: arte de la magia oscura, catálogos y bestiarios, conjuración e invocación, botánica de la magia y pócimas, fauna sobrenatural, protección contra criaturas oscuras, encantamientos, entre otros nombres de índole similar.

Sus visitas se volvieron aún más regulares cuando decidió investigar a fondo sobre demonios. Habían todo tipo de textos, e incluso ciertas crónicas sobre familias de renombre y su relación con éstos; aún leyendo y releyendo estos escritos, no encontraba su apellido por ningún lado.

Ya estaba a mitad de semana, siendo miércoles, cuando al salir de las clases a las 14hs se dirigió a paso apresurado hacia la biblioteca. Llevaba ya una cantidad de tiempo considerable intentando descubrir algo sobre el demonio de la familia Himmel, pero su investigación, hasta ahora, era un completo fracaso. Alma no era una persona dotada de paciencia en lo absoluto, y, si bien le agradaba la biblioteca, empezaba a detestar el hecho de no poder hallar ninguna información valiosa allí. Pensaba en todas las actividades que podría estar haciendo en vez de convertirse en un ratón de biblioteca, cuántas horas que podría haber entrenado y lo fuerte que sería si no se la pasara leyendo sobre unos demonios -que, por supuesto, no le interesaban en absoluto-. Sin embargo, la curiosidad la carcomía por dentro.

Visitó el apartado de demonios, planteándose que esta fuese su última visita allí si no encontraba nada interesante. No le molestaba volver a antiguo hábito de entrenar durante casi todo el día y dejar de visitar la biblioteca con tanta frecuencia, esperaba que la frustración de no haber encontrado ni un sólo indicio en aquella vasta biblioteca no durase demasiado tiempo.

No pasaron más de diez minutos cuando se topó con un título que atrajo su atención, libros que jamás había visto en esa estantería a pesar de haberla recorrido suficientes veces como para conocerla de memoria. Se trataba de un libro bastante grande, con un encuadernado verde oscuro gastado, cuyas finas letras doradas decoraban su lomo, nombrándolo "Registro de Demonios y sus Pactos, Tomo XI: Alemania". Por un segundo, estupefacta, se preguntó quién haría esa clase de registro y por qué requeriría un libro de tal grosor. Abstraída en su propio hilo de pensamientos, se estiró a tomar con el libro cuando, de pronto, sus dedos se toparon con los de otra mano curiosa.

—Lo siento, iba a tomar ese libro...— murmuró, la ojiazul, aún atontada, voltéandose hacia aquella persona. Sin embargo, se acalló. ¿Por qué otra persona buscaría, también, un libro tan específico?
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Mensaje por Invitado Jue Ago 03, 2017 10:29 pm

Sus ojos devoraban con avidez las líneas de texto que se le presentaban en las páginas. Al pasarlas, crujían como hojas secas y desprendían una nube de polvo mezclado con aserrín viejo. La lectura se le estaba antojando tan amena, tan interesante, tan refrescante que apenas notaba el movimiento que hacían sus piernas al removerse en el asiento después de haber estado congelada en la misma posición por varias horas.

Siempre había disfrutado la sensación de seguridad que le brindaban las bibliotecas. Su prominente laberinto de estantes la resguardaba de las amenazas del mundo al igual que una muralla que protege al castillo de los invasores. También era una de las razones por las que prefería matar el tiempo allí en vez de emplear energía innecesaria en personas con las cuales no podía entrar en ambiente. El mundo de los libros, por otra parte, la invitaba a ser ella misma.

Esa tarde, había encontrado un ejemplar muy interesante: una historia sobre la construcción del templo de Salomón desde la perspectiva demoníaca. Combinaba elementos de astronomía, demonología, cosmología y otras disciplinas. Había encontrado ese libro en la sección de “Demonología” y no pasó mucho para que se viera atrapada entre sus versos. Antes de darse cuenta, había dedicado las últimas tres horas a leer hasta el último punto. Cuando finalmente lo hizo, sus labios dibujaron una sonrisa tímida pero cálida; se sentía tan satisfecha como si hubiera encontrado una joya en una mina de carbón.

—Me pregunto qué más puedo encontrar. —Dijo como si susurrara a un ente imaginario, acariciando el lomo de la portada: un suave relieve de letras montadas sobre una ilustración medieval representando a los siete pecados capitales.

Libro entre brazos, se empujó fuera de la mesa para luego levantarse de un saltito con la intención de regresarlo al estante correspondiente. Se desplazaba a pasos cortos y lentos, procurando no incomodar a nadie con su presencia aunque no hubiera una cantidad significativa de lectores a esa hora del día. Esquivaba a modo de juego los haces de luz que dejaban parches luminosos sobre la alfombra, filtrándose a través de las ventanas ornamentadas. Pese a que la biblioteca contaba con varias ventanas a lo largo de las paredes de madera, éstas no eran suficientes para iluminar sus largos pasillos. Olvidados y, a medida uno se iba adentrando, oscuros como boca de lobo.

El estante donde había encontrado el libro dibujaba un borde que separaba la zona iluminada de la oscura. Contenía decenas de libros esotéricos divididos en forma sistemática con los cuales Chrome se encontraba familiarizada. Localizó la sección donde había estado antes el ejemplar, y a continuación lo devolvió en el sitio correspondiente. Al retirar el brazo, levantó una nube de polvo que le hizo estornudar. El cosquilleo en su nariz no le agradaba en absoluto, así como tampoco le agradaba que otros visitantes se llenaran los dedos de suciedad. Como no tenía otra cosa que hacer, decidió que a ese estante le hacía falta un poco de limpieza. “—Seguramente ninguno de estos libros ha sido visitado en mucho tiempo. Eso es muy triste” , pensó intentando encontrar una respuesta a la falta de aseo en la zona.

Pronto metió la mano en la bolsa de su falda y sacó un pañuelo de blonda. Inició de manera armoniosa su tarea de dejar todo impecable comenzando por los volúmenes de la serie “Registro de Demonios y sus Pactos”. Los conocía. Eran libros de referencia, similares a las enciclopedias; libros que se usaban como material de apoyo en investigaciones esotéricas o paranormales y, por lo que podía observar, se extendían más allá del quinto volumen.

Sin prestarle mayor atención, continuó su autoimpuesta labor de limpiar los libros del estante. Mientras lo hacía, tarareaba una canción que la tentaba a girar como una bailarina improvisando una danza lírica, pero que no tenía valor de hacer en un lugar público, mucho menos en el santuario de una biblioteca. En algún momento de su vida se planteó aprender danza clásica, pero cualquier sueño que pudo haber contemplado se había quedado en una mera ilusión después de ese día. Su vida ya no era suya. Contaba con un enorme poder en sus manos, no obstante, le había costado su alma, y lamentarse era un lujo con el que ya no contaba.

Le tomó un poco más de dos minutos retirar el polvo de los primeros diez volúmenes. Cuando tuvo la intención de tomar el onceavo, palpó la piel de otro inquilino que la hizo retroceder de inmediato, como si hubiese tocado un carbón encendido.

—¡A-Ah! ¡Lo lamento! —Respondió a modo de disculpa, pues creía haber molestado a esa persona, a esa chica. Sin embargo, ella seguía siendo una voz y no una persona, ya que continuaba con la vista baja para ocultar su vergüenza. Apretujaba el pañuelo con fuerza y movía la punta del pie con nerviosismo. —Yo… Yo no lo necesito. Solo venía a devolver un libro y de repente sentí la necesidad de limpiar el polvo de los libros. —Se calló un momento, agregando después: —Creo que… deberían darle mejor mantenimiento a este lugar. Sería un desperdicio que una fuente de información tan valiosa se perdiera.

Tuvo la sensación de haber hablado más de la cuenta. Seguramente, aseguraba, a esa chica le importaba un carajo lo que ella pudiera estar haciendo con su tiempo. En ese tipo de situaciones, lo mejor era callarse y alejarse, cosa que ya había empezado a hacer desde el momento en el que reparó en el roce de la piel ajena.

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Mensaje por Invitado Dom Ago 06, 2017 12:47 am


Una voz dulce pero temblorosa reinó, por unos segundos, sobre el silencio de la biblioteca. Se detuvo un momento a observar cuidadosamente a la dueña de ésta. Oír a alguien comunicarse de manera tan suave era como tener un adorno de cristal en las manos, cuyo trato merecido era de total delicadeza. Se trataba de una chica de su edad, aproximadamente, quizás parecía unos años menor. Miraba el suelo fijamente, jugando con un pañuelo y moviendo sus pies con un dejo de nerviosismo. Alma, bajando su brazo despacio y dejando de lado el libro un segundo se preguntó si había sido demasiado cruel con su tono de voz.

La niña continuó hablando poco después de haberse disculpado. Alma le escuchó, sin soltar ni una palabra, sorprendida ante la fragilidad de esa inocente voz. Suspiró levemente, preocupada por su tono de voz hace unos instantes. Pensó que debía disculparse cuanto antes por su indebido tono hostil. Aquella persona parecía muy amable y, además, le generaba suma curiosidad. Pensó cuidadosamente sus palabras. Era consciente de ser una persona impertinente e impulsiva la mayor parte del tiempo, sin embargo, dicha actitud se debía a que no prestaba atención a sus modos. En este caso, buscó encarecidamente no espantar a la joven, quien ya se veía lo suficientemente anonadada con la presencia de la ojiazul.

—Oh, perdona mi descortesía, estaba absorbida en mi interés por el título del libro—  comenzó a decir con su voz cantarina, midiendo una a una sus palabras y el tono de voz, esbozando una sonrisa tal como la de alguien que intenta mostrar simpatía ante el otro.

Para la rubia, los modales le resultaban algo aburrido, una limitación estúpida e innecesaria de su personalidad. Había ejercido un porte elegante y buena educación durante todo el tiempo que había vivido con su familiares en Alemania, ya que cualquier actitud rebelde era castigada de forma severa. A pesar de no haber podido liberarse de todas las enseñanzas respectivas  sus tratos, siendo que conservaba aún su postura recta y caminata elegante, la mayoría de los modos de buena clase dejaron de importarle y no cuidaba en ansoluto de ellos. Sin embargo, al encontrarse con una niña tan introvertida a la cual espantó sin levantar la voz, cayó en la cuenta de que era la primera vez que la aclamada educación serviría de algo.

—Primero que nada, olvidé presentarme. Lo siento. Mi nombre es Alma Von Himmel— hizo una pausa y acomodó un mechón rubio tras su oreja.
—¿Te molestaría si te hecho una mano al limpiar? Me parece que tienes razón respecto a la limpieza de los libros—.

Observó las estanterias por un segundo y, posteriormente, estiró su brazo para palpar gentilmente con los dedos sobre los antiguos libros allí. Sintió cómo arrastrasba el polvo volátil sobre éstos. Nuevamente, miró a la joven a su lado.

—Creo que terminaríamos más rápido si nos ayudamos y, de paso, puedo revisar los títulos con detenimiento. Quizás encuentre más libros que me sean útiles en mi investigación. ¿Qué dices?— le propuso en tono amable.

Aún tenía el sentimiento de que espantaría a la joven que, por si no era claro, le interesaba conocer un poco. Le pareció, desde un principio, una muchacha amable e inteligente. Por otro lado, ella también parecía extraer libros de las estanterías de la sección de Demonología; si Alma tenía suerte, aquella dulce niña podría ayudarle a encaminarse en su búsqueda y no tendría que abandonar la misión ese mismo día. De no ser eso posible, igualmente habría conocido a otro estudiante más; lo cierto era que, por alguna razón, en el academia le estaba costando horrores llevarse normalmente con sus pares, hecho que tenía sentido porque jamás había ido a una escuela. Deseó con todas sus fuerzas que fuera su día de suerte y pudiese entablar una charla amigable con la desconocida.
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Mensaje por Invitado Dom Ago 27, 2017 7:58 pm



Veinte segundos más tarde, decidió que era tiempo de darle un cuerpo a esa voz de terciopelo. Entonces, con un ligero temblor haciéndose presente en la parte posterior de su cráneo, elevó el rostro y clavó en ella una mirada revestida de curiosidad e incertidumbre; al hacerlo, se encontró con una chica de porte elegante: su cabello de oro y pupilas claras le daban un aire aristócrata. A Chrome se le calentaron las mejillas y la línea de su boca se endureció un poco.

—Y-Yo soy…Chrome. —dijo correspondiendo al saludo con mucha dificultad.

Ver a esa chica había sido una estocada hacia la autoestima que a duras penas procuraba mantener dentro de los márgenes aceptables. Estaba consciente de que jamás podría ser una mujer que elevara miradas, pero, sencillamente, verla le había hecho sentir menos guapa. Bueno, esa era su realidad: no era atractiva y así sería hasta el fin de los tiempos. Las cosas eran como debían ser.

Fue cuando decidió aterrizar, pues empezaba a delirar. La chica de nombre Alma le había hecho una propuesta y ya se estaba tardando en responder, por tanto, necesitaba concentrarse en lo que tenía en frente. “¡Atenta, Chrome!”

“—No. Esto es algo que yo he decidido por mi cuenta y no tienes por qué ayudarme… “

“No, no, no…”

“No…”


Aunque intentaba con mucho esfuerzo pronunciar la palabra “No”, de sus labios solo salía aire. Por supuesto que la idea de ayudar la llenaba de ilusión, pero no necesitaba de su ayuda para limpiar los estantes… No quería resultar chocante, y que una chica tan refinada como ella pretendiera ensuciarse las manos, era impensable. Sin embargo, tampoco se atrevía a decir “no”. Si tan solo hubiera aprendido a creer en el poder de esa sílaba, se habría salvado de un sinfín de compromisos innecesarios, pero en fin.

De este modo, Chrome calló y asintió ante ello. Dio media vuelta y retomó la tarea sin el mismo entusiasmo de antes, pero igualmente determinada a dejar cada anaquel de esa estantería tan brillante cual moneda recién pulida. Con mucho cuidado, retiraba la suciedad del dorso y frente de cada libro y lo devolvía al sitio que pertenecía, repitiendo el patrón hasta que cada columna estuviera impecable; el polvo flotando en el aire, de vez en cuando le provocaba estornudos, lo cual atribuía a un trabajo bien hecho.

A medida pasaban los minutos, sentía la atmósfera tornarse menos pesada, y cada vez que echaba una ojeada en dirección a la nueva, el temor e incertidumbre comenzaban a disiparse como estela de humo. Por alguna razón que no concebía, entre más tiempo pasaba con Alma, la oscuridad que residía en ella daba saltitos de euforia como si se encontrara nuevamente en su hogar. Eso. Percibía un aura oscura y sobrenatural nada normal en los humanos corrientes, a menos que… Claro, porque de ser así, eran iguales: una pactada.

¡Sí! ¡Esa debía ser la causa por la cual necesitaba su ayuda en esa investigación ocultista y emanaba una vibra siniestra. ¡Todo encajaba a la perfección!

La fina línea de sus labios formó una curva más pronunciada de lo acostumbrado. Alma también debe tener alguna clase de pacto, pensó. Estaba en confianza, afirmó con convicción.

—Hemos terminado—. Anunció acomodando el último libro en su espacio correspondiente, para luego retroceder unos pasos con la misma delicadeza de una gacela y así admirar el trabajo que ambas habían logrado. —En esta fila se encuentran todos los tomos de las referencias demoníacas de hace rato, así que podemos empezar por aquí… si te parece. —Agregó con cierto deje nervioso.

Era la sección perfecta para realizar investigaciones. El surtido de títulos variaba desde libros que describían diferentes ritos esotéricos, hasta archivos con reportajes escritos a máquina por cierta pareja norteamericana famosa por su experiencia con demonios; todos y cada uno de ellos, era candidato a cumplir cualquier función requerida en una investigación ocultista. Chrome, incapaz de aguantar la tentación y con el pecho hinchado por la emoción de observar tantos títulos que pedían ser leídos, empezó a tomar libros de diferentes categorías hasta que apenas podía lidiar con el peso de éstos y los brazos le temblaban debido al esfuerzo. Su cuerpo se balanceaba como borracho en fiesta de año nuevo.

—¿S-Será suficiente? —Preguntó con voz quebrada sin esperar una respuesta pese a que la situación lo ameritaba.

Cuando intentó dar un paso, incapaz de mantener el peso por más tiempo, sus rodillas se doblaron hacia adelante haciendo que los libros se desparramaran por doquier sobre la alfombra y ella perdiera el equilibrio por unos breves instantes. Por suerte contaba con reflejos decentes, pero eso no evitaba que hubiera hecho el ridículo. Aunque la biblioteca carecía de un número considerable de lectores, sentía las miradas curiosas clavándole dardos a sus espaldas. Esta vez, sus mejillas emulaban a la perfección una fiebre de cuarenta grados.




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Mensaje por Invitado Dom Sep 10, 2017 7:54 pm

Finalmente, la delicada voz, liviana como una pluma, se presentó como Chrome. Le llamó la atención dicha nomenclatura, ya que jamás había oído un nombre similar; era raro pero bonito. La joven, quien parecía menor, elevó su rostro, mostrándose ante Alma, quien quedó encantada ante la apariencia ajena; sobretodo por unos grandes, preciosos y soñadores ojos.

Supo entender que la adorable niña era bastante tímida y se propuso tener el mayor tacto posible con sus palabras y modos. A diferencia de Chrome, Alma jamás había tenido una barrera ante la timidez. Desde muy pequeña, relacionándose con sus primos y tíos, no había tenido la oportunidad de cerrarse en ese sentido, ya que se veía obligada a defenderse ante ciertos tratos no muy correctos para con una niña. Era, definitivamente, muy reservada con sus pensamientos y disfrutaba la soledad, pero eso no le impedía ser extrovertida. No podía ponerse perfectamente en el lugar de Chrome, pero intentaría ser comprensiva y paciente.

Una vez que recibió la leve confirmación de ella, dio un saltito de alegría y se puso a limpiar los libros. Sacó un pañuelo de tela de su bolsillo y comenzó por un extremo de la estantería. Observaba con disimulo la manera rigurosa con la cual la joven limpiaba cada libro y la imitaba. Libro por libro, rincón a rincón, limpiaron la sección de demonología por completo. Retrocedió un par de pasos y miró con orgullo el trabajo que ambas habían realizado. No había pasado más de una hora, confirmó tras mirar el reloj digital en su teléfono, por lo que aún tenían tiempo de sobra para engullir la información de unos cuántos títulos allí.

La bonita voz de Chrome, una vez más, le habló suavemente.

—Haz hecho un excelente trabajo, Chrome— le comentó, para luego agregar: —Si hubiesen más personas tan consideradas como tú, que limpias una antigua biblioteca sin que nadie te lo haya pedido, el mundo sería definitivamente un lugar mejor—.

Sacudió elegantemente el pañuelo y luego lo devolvió a su lugar, el bolsillo. Estiró sus brazós y suspiró con alegría, sonriéndole, posteriormente, a Chrome, quien le propuso indagar entre una colección de libros allí.

—¡Es una excelente idea! ¿De verdad no te molesta ayudarme en mi investigación? ¡Qué linda eres!— afirmó, contenta, para luego ponerse a ver los dorsos de cada tomo con sumo cuidado.

Le hacía feliz sentir que estaba, poco a poco, acercándose al mayor descubrimiento de sus orígenes. Pretendía encontrar a su supuesto padre, un demonio. Sin embargo, desconocía su nombre y poco sabía por donde empezar. Le alegraba que su compañía pareciera más informada al respecto. Tomó un par de libros que captaron su mirada, echando miradas rápidas a sus respectivos índices. Habiéndose abstraído en su propia recolección de libros y pensamientos, entusiasmada por la amplia variedad presente, volvió a tierra cuando un estruendo junto a ella le hizo dar un brinco.

Volteándose hacia donde se había producido el ruido, tuvo que bajar la mirada viendo a Chrome, junto con bastantes libros, en el suelo. No faltaron los curiosos que dirigieron sus miradas hacia las dos, tampoco se hicieron esperar los susurros entre algunos de ellos. A cada uno, dedicó su mirada más dura y llena de enfado, consiguiendo callarlos del espanto. Dicha mirada atroz se desvaneció de su rostro en cuanto se arrimó hacia Chrome, dejando los libros que tenía en sus brazos a un costado y comenzando a juntar los que se habían desparramado por el suelo. Deseó con todas sus fuerzas ser capaz de calmar a la menor, quien permanecía arrinconada dentro de su propia timidez, quizás bastante avergonzada tras el suceso.

—Pídeme ayuda, Chrome, en vez de cargarte con tanto— le dijo, sonriendo. Recogió velozmente todos los libros voladores y luego le tendió la mano a la adorable muchacha. Los mirones no podían fijar la mirada en la escena, atemorizados por la monstruosa cara que les había ofrecido Alma segundos antes. —Ven, ven~. Te ayudo, nadie está mirando, todos están concentrados en su estudio— comentó, intentando animarla un poco.

—¡Vaya! Sí que tienes buen ojo, haz recolectado libros muy buenos! Busquemos alguna mesa para dejarlos y luego, si nos faltan, buscamos unos pocos más— le propuso. Al llegar, había divisado una preciosa mesa junto a la ventana, alejada de las personas, e iluminada gentilmente por la luz del sol que se escabullía por el ventanal. Pensó que esa sería un lugar perfecto para Chrome, quién seguro querría esconderse tras el incidente. —Vi un bonito lugar aquí cerca, déjame guiarte hacia allí, por favor—.
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