Un nuevo comienzo (Uraraka)

Extrañaba muchísimo a Erza. Sabía que ella no era para él. Aunque los amigos y las batallas la hacían olvidar a ratos, siempre estaba esa herida en su corazón. La mayor parte del tiempo no se acordaba, pero a veces la imaginaba a su lado en clases, acurrucado con ella e incluso veía a otras parejas de la Academia de la mano. Estaba con la cabeza gacha sobre un banco en la placita. Eran aproximadamente las seis de la tarde y ya estaba anocheciendo. Los faroles de los jardines se encendieron, pero Jellal no prestaba atención a eso.

Bajo su brazo había una carpeta llena de cosas privadas. Era su bitácora desde su primer día en la Tierra, y también algunos que otros poemas sobre su soledad. Una ligera llovizna comenzó a caer, y Jellal, con la capucha ya puesta se dirige al interior de la Academia. Iba a la sala de los computadores para poder escribir sus poemas allí y asegurarlos de que estén en la nube.

Era difícil despegar la mente de Erza porque estaba enamorado, y quería creer que tenían alguna que otra posibilidad con ella. No. Ya es imposible. — Poco a poco me estoy dando por vencido, — y luego: ¿Qué más? En un presente sin Erza qué podría hacer. Dudaba que podría encontrar una alma gemela, en este mundo tan loco y gris que solo piensa en dinero y balas. Ya dejaría de pensar eventualmente, pues todos nos cansamos de llorar las cosas que pudieron haber sido.

Entonces, llegó a la puerta de la sala de computación y vio una figura más baja que él, con un corte de cabello característico. ¿Ochako Uraraka? No la había visto hace mucho. ¿Qué hacía en frente a la puerta? — Hola, tanto tiempo, — se sacó la capucha mostrando su característico cabello azul y su tatuaje al lado derecho de su cara. Tenía un aspecto intimidante, pero la verdad el joven Fernandes era muy buen tipo. Como siempre, su rostro era serio. Mas por dentro era un volcán en ebullición. Qué mal que cosas así se apaguen.

Había terminado de desempacar sus cosas tan solo unos minutos antes, y para entonces, no tuvo mejor idea que dar una vuelta por el edificio de la academia.

En realidad, tanto tiempo lejos de aquel lugar le habían hecho añorar regresar; los motivos por los cuales se vio obligada a irse habían sido de mucha urgencia. Su abuela había enfermado y no había nadie que pudiera hacerse cargo de ella, sus padres trabajaban y la situación económica de su familia en general no era lo suficientemente buena como para contratar a alguien que la cuidara, así que había tenido que encargarse.

Pero, en fin: ahí estaba, encaminándose a la sala de computadoras, para aprovechar el tiempo enviando unos archivos de audio a la empresa donde tenia un trabajo a medio tiempo, cuando se encontró con aquel chico de cabello azul, a quien bien consideraba su primer amigo en la academia... alguien que no había visto en mucho tiempo.

Sus ojos color chocolate se iluminaron.

— ¡Jellal! —exclamó, con un tono de alegría en su voz, y una sonrisa dibujada en sus labios—. Es cierto... pasó mucho tiempo —dijo esto, rascando disimuladamente su nuca de forma algo nerviosa, pero sin dejar de sonreír.

—¡Qué bueno que nos cruzamos! Acabo de llegar, bueno... en realidad hace un rato, pero, quiero decir, ¿cómo estás?

Le agradaba ver a una vieja amiga de vuelta en Legacy. Si bien era algo peligroso estar de nuevo por acá, pues la gente de Merak tenía oscuras intenciones, valía la pena en cierto modo. A veces la guerra nos une y nos pone en un lugar en el que atesoramos hasta las mínimas de las cosas. Jellal lo veía así. Para él era una constante lucha sin fin sobre el bien y el mal. Una espiral de nunca acabar.

El peliazul colocó su mano en el hombro de la castaña. Ojalá haya olvidado aquel episodio en que accidentalmente la transformó en un hombre. Fue embarazoso, pero a través de otro cristal, esta anécdota incluso podría suscitar una que otra risa. — Veo que también quieres entrar a la sala de computación, — abrió la puerta y dejó que ella pasara. Dentro había una gran sala de estar con sillones y muebles. Máquinas expendedoras de jugos y aguas minerales y también bocadillos. — Ve a la sala 3, ésa es más privada, — mencionó al tiempo que se iba directo a las maquinitas. Sacó una botella de agua mineral y otra de jugo de manzana. También una bolsa de papas fritas. No era correcto comer estas cosas ahí, pero tampoco es como si fueran a destrozar los computadores.

Se sentó al lado de Uraraka y puso las dos botellas — Elige, — y luego Jellal inició sesión en su computador. Abrió el navegador y comenzó a ver una serie de anime sobre espadachines y magos. En la historia, habían dos magos hermanos separados al nacer que ahora son enemigos y se buscan el uno al otro. Los personajes venían de cualquier forma y tipo, de variopintas personalidades. — No puedo creer que haya alguien que sea capaz de imaginar tanto. ¿Cómo lo harán para escribir? ¿No has pensado en eso, Ochako? A decir verdad, yo también escribo — las mejillas del peliazul se cubrieron de un rubor bastante evidente. Miró a la pantalla de nuevo y veía que algunos de los personajes se parecían a Uraraka, Charlotte, Ayana, Gray e incluso él.

¿Será muy difícil inventar una historia y ganar seguidores así? Jellal solo hacía poemas de amor. ¿Cómo será en el caso de Ochako?