En busca del perdón (tema libre)

¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Cómo recuperó su esencia? Emilia no estaba segura de nada de eso, sólo había un infinito dolor en su corazón. Tenía claro, cada recuerdo en su cabeza, todo lo que había hecho, las mentiras, los amigos a los que lastimó; todos eran fantasmas que corroían cada fibra de su ser. La semi elfa había llegado hasta el parque de los cerezos, el mismo que en antaño la observó intentando doblegar la oscuridad de Lancelot.

Justo debajo de uno de los arboles se sentó, pensativa. Todas las personas que había amado, hoy no estaban, algunas la odiaban y otras más solo se habían ido sin dejar rastro. Emilia pensó que habría sido mejor no ser salvada y haber muerto en los múltiples intentos de Jellal, por devolver su integridad. No estaba segura, si el lo había logrado, pero ahora se sentía como ella misma, pero sola. Algunas vez, escuchó a un viejo decir, que los aciertos eran recocidos, pero jamás como los errores; era verdad, todos miraban a la albina con recelo, enojo, miedo, tristeza, desconfianza. Parecía que habían olvidado, lo que alguna vez ella hizo en su paso por Legacy, era imposible para ella no sentir que el dolor la sumergía en la oscuridad de la que recientemente emergió.

Cerró sus ojos, para imaginar cómo sería todo si volviera a la normalidad, deseaba idear algún plan que sirviera para poder ganarse la confianza de todos, quizás había perdido a sus viejos amigos, pero tenía la determinación de hacer muchos más, de ayudar, de proteger Legacy, como en el pasado. Había vuelto para llenar de sonrisas a cada ser que se encontrara en su camino, deseaba hallar perdón y paz, en el presente y forjarlo para su futuro.

-¿Crees que alguna vez todo sea como antes, Pack?- cuestionó al felino, que no había apartado su mirada de ella, con cierto aire de tristeza contemplaba la faz de Lia, sonrió al verla luchar contra los fantasmas del pasado, y él la animaría a seguir.

-Claro, que sí, Lia, recuperaras más de lo que perdiste. Anda come esta manzana o te pondrás fea- Extendió su mano para darle la manzana, que la semi elfa tomó y ambos guardaron silencio contemplando la  extraña soledad en el parque.

Abrir los ojos. Siempre el escenario negro, las siluetas de sombras claras.

Alguien como él no podía percibir en qué hora del día estaba, por lo que dormir a cualquier momento en cualquier lugar dejaba de tener la connotación de persona perezosa. Él simplemente no sabía dónde ni cuando estaba. Menos ahora, en una situación en la que no tenía idea siquiera que había sido arrebatado de su era, sólo veía formas que no conocía... Que para "el exterior" eran edificios, automóviles, maquinaria.

Sólo que últimamente, al claramente estar en un sitio que no reconocía, tenía la precaución de dormir sobre las copas de los árboles.

Así que hasta donde sentía, sus brazos y piernas colgaban desde la grusa rama donde se había quedado dormido. Desconocía qué hora era. Ni siquiera tenía un concepto de tiempo, para empezar. Pero sabía su misión y el por qué había sido llevado de su era. De su hogar.

El por qué fungía como un agente de Asgard. Un perro ciego y minusválido que buscaba a los demonios. Asesinarlos. Matarlos. Recuperar la vida que le arrebataron.

- . . . ! -

Por lo mismo, de su vida imperturbable fue arrebatado al sentir dos siluetas especiales a prudente distancia de él. Una silueta femenina, la más extraña que haya visto. Portaba el color gris de los humanos. Pero también había una especie de... No conocía ese color, era algo que le relajaba la vista, de algún modo. Pero al ser desconocido, al nunca haber percibido un alma tan inusual... Si podía dejarlo expuesto de alguna manera, era el color de algo que el hombre que le crió y aprendió a comunicarse con él pese a sus múltiples barreras dada su condición, le había dicho que era denominado "mar". Un algo "húmedo" e interminable en el horizonte.

La otra alma era pequeña, parecía un "gato". Aunque nunca había visto uno realmente. Pero algo le decía que los "gatos" no deberían estar flotando. Ésta era la que más le alarmaba, porque tenía un color anómalo. Algo como azul. Algo como verde. Y un reflejo...

Rojo.
Rojo de demonio. Rojo de Ayakashi. Rojo que debía ser apagado por la espada.

De hecho, ambas siluetas de alma tenían una especie de aura carmesí, que indicaba una culpa capital. "Aquellos que asesinan a su propia raza serán lo mismo que un demonio. El asesino no posee perdón". Una voz resonó en la cacofonía de aquella mente que apenas y entendía que era lo que significaba una "voz".

- . . . -

Estaba confundido. Primero esa alma que había conocido antes, que tenía la índole de los demonios pero seguía siendo un humano "puro" y ahora esto. Pero por algún motivo, ésto lo colocaba en mayor alerta que el incidente anterior. Más del alma pequeña que del alma grande. Bajó de un salto y se irguió desde el suelo. Un muchacho pálido y ojos muertos, de cabello oscuro recogido en cola "palmera" y una andrajosa hakama negra de anclas blancas. Echó mano a su espada al cinto, castañeando sus dedos toscos y astillados. Su intención no era asesina aún, pero estaba preparado para cualquier movimiento h0stil.

Algunas personas nunca obtendrían verdadero perdón. Pero otras simplemente no podían juzgar, y sin embargo parecía haberles caído tal responsabilidad.
No debía hacerlo. No era el juez de esta historia.

Pero si alguno de ellos era un Ayakashi, él haría todo lo que sabía hacer para hacer lo que tenía.

Recuperar el órgano que ese Ayakashi le había robado.

Espíritus menores, estaban alrededor de Emilia, escuchando sus lamentos, sus quejas y su arrepentimiento por sus ruines actos del pasado; parecían ser los únicos que entendían el dolor y la soledad de la semi elfa. Por su parte Pack, se había visto a terminar el contrato que tenía con ella, a causa de la corrupción que meses atrás experimentó, tras un encuentro con Jellal, un mago de hielo de la aparentemente extinta Legacy.

¿Qué había pasado en el tiempo entre la muerte Gilgamesh y la
reaparición de ellos? No tenían las respuestas, tanto la albina como su espíritu protector, estaban perdidos, todo resultaba para ambos una confusión que les llenaba de recuerdos dolorosos.

Pack notó la desesperación en los gestos y palabras de Emilia, buscó animarla, le ofreció una manzana, una de las frutas favoritas de ella, la tomó pero no la probó. Entonces floto cerca de la cabeza de ella y de su bolso morado, sacó un peine y comenzó a diseñar un bello peinado para su amiga, su hija, Lia, como solía llamarla en ocasiones. Trenzó un mechón de ese cabello albuginoso, era suave y Pack amaba sentirlo entre sus dedos. Un suave corriente de aire meció las hebras blancas del cabello de Emilia, removió algunos pétalos de los cerezos, haciendo que cayeran algunos sobre ellos.

- ¿Sabes, Lia? Pienso que no debes voltear la mirada hacia el pasado, es hora de levantar ese rostro y pensar en el futuro, tal como lo hacías antes, construyendo sueños -
Pack se mantuvo acariciando la cabeza de ella, siendo el más perspicaz en ese instante, al menos, sintió la cercanía de alguien. Sintió un ligero escalofrío que recorrió su pequeño cuerpo, se acercó a Emilia y le susurró:
-Atenta Lia, alguien se apróxima-
Ambos giraron sus cuerpos hasta que sus ojos se encontraron con un misterioso joven, Pack se escondió de inmediato en el cabello de Emilia, y la motivó a acercarse al joven muchacho, hasta ahora él parecía ser el único ser que rondaba ese parque. La semi elfa se puso de pie y caminó hacia él a pasos lentos. Ella se detuvo de manera abrupta, refrenó sus pasos sin siquiera advertir sus acciones, fue un reflejo. Esos ojos tan inexpresivos, sin vida, habían causado cierto temor en Emilia, no pudo dar un paso más, tristeza y miedo era lo que sentía en ese momento, era incapaz de hablar, tan solo se había convertido en un manojo de inusuales y contrapuestas sensanciones.

Sus ojos violetas lo recorrieron de pies a cabeza, notaron la mano ajena rondar el arma que él portaba, parecía que estaba a la defensiva ¿Acaso era algún asesino? ¿Quizás alguien que odiaba a Emilia por sus horribles actos del pasado? Las preguntas en su mente eran demasiadas, pero ella solo atinó a intentar demostrar que ya no era peligrosa.

- Hola- agitó su palma diestra, mientras esbozaba una sonrisa sincera, buscando acercarse al joven, finalmente pudo caminar hasta él quedando solo a unos pasos de distancia. - ¿Sabes? Tengo varias horas aquí y eres la primera persona que veo, comenzaba a creer que esto era un lugar fantasma, jajaj- Trató de hacer una broma, mala, pero al menos lo intentó, guardó silencio pues lo que menos quería era abrumar al joven con preguntas o palabras.

Al principio, el hombre no percibió reacción en lo absoluto. Salvo que la forma pequeña parecía haberse mezclado con la forma grande. No. Su color frío aún seguía ahí con la misma forma. Al parecer sólo se había ocultado tras la otra forma. Pero nada más.

Él no podía oirlos.
Él no podía verlos.
Él no podía olerlos.

Y aunque moviera la boca, les gritara con fuerza, para levantar una amenaza de ataque, voz no salía de su garganta. Sólo su expresión iracunda, el ceño fruncido y la piel agitada eran prueba de su postura hostil.
Pero su espada aún no había sido empuñada.

La verdad, estaba distraído por aquellos puntos de luz.
Eran pequeños, todo en una tonalidad del color de los dioses. Ese tal "verde" que crecía sobre el suelo, como el hombre que le crió, el cirujano Jukai, le relatara por medio de aquel "lenguaje de movimientos" que le enseñó. Estaban por todo el lugar. En una especie de lluvia estática tan bella que cubría su percepción. Por primera vez observaba un paisaje donde no predominaba el gris de animales y objetos. Era dentro de lo que él esperaba, pero no podía dejar de pensar, en su instinto, algo como esto.

"Esto es... Es... Me gusta."

Lamentablemente, aún no había concepto de la hermosura en él. En realidad le faltaba aprender muchos conceptos e ideas. No poseía sentidos para interactuar de forma adecuada con su entorno, por lo que su expresión era muy limitada. No podía hablar de una apreciación ya que nunca había sido capaz de apreciar nada. Todo para él era un lienzo negro con borrones grises, y una que otra vez algún color diferente.

Pero aún había algo de rojo, y por lo mismo, Hyakkimaru no bajaba la guardia. Su distracción sólo alcanzaba para hacer que su expresión feroz se suavizara, y sus ojos muertos se desviaran de lado a lado. Para cuando recuperó el foco, la sombra gris con azul y las trazas carmín se había agrandado. Se acercó. Hyakkimaru por lo menos entendía el concepto de profundidad y distancia. Era lo mínimo que necesitaba para luchar.

Flectó las rodillas. Al subir la tela ráida de su hakama al agazaparse, se podía apreciar la dura piel de su pierna derecha, callosa, sucia y rasmillada. Y de la pierna derecha, junturas sobre una superficie de madera. Sintió la proximidad, se preparaba para desenvainar y atacar al primer movimiento ajeno. Pero la variedad de colores le decía que lo que tenía al frente no era un demonio. Aún si no sabía exactamente qué era.

Pero las trazas rojas le indicaban que estaba en camino a convertirse en uno.

Los dedos hechos de tronco volvieron a castañear bajo los harapos que cubrían las junturas y mecanismos de movimiento de la mano. Dudaba. Ciertamente, si el aura hubiese sido más roja ya se hubiese lanzado como una tromba berserker hace minutos. Y aquel ser, aunque le generaba desconfianza, ya no parecía ser rápido, u hostil. La sombra se hizo lo suficientemente grande como para tapar los puntos verduzcos. Estaba realmente cerca. Si fuese una amenaza, ya le hubiese empujado o empalado.

- . . . -

Quizá fue por esto que Hyakkimaru optó por la docilidad. La mano dejó de buscar la empuñadura de su katana y cayó lacia a su costado. Su mirada vacía trató de buscar el eje de la sombra. Ahí donde debía estar el rostro. Le tomó un poco y la localizó. No sin antes mirar aquella extensión gris que se movía lentamente y de lado a lado. La entidad tras la sombra agitaba la mano.

Detuvo toda postura hostil por fin y se dedicó a observar al ser, imperturbable y silencioso. Por lo menos ya no se veía amenazado y por ende, actuaba de manera más natural. Casi como un animal al dejar de percibir peligro.

Pack aun escondido dentro de los cabellos de Emilia observaba con cierto recelo al hombre que había aparecido en el parque de manera inusualmente silenciosa. No percibía en él una amenaza real, pero sí sentía que no podía confiarse fácilmente. Pack sabía el precio que sus descuidos tuvieron en el pasado, por eso ahora sería cuidadoso, aunque no agresivo a menos que de verdad viera una amenaza.

Tanto al semi elfa como él, observaron que el varón no respondió a las palabras de la albina, la única aparente perturbación que su contrario había tenido, era su mano sobre el mango de su arma; sin embargo, parecía que comenzaba a ceder su posición defensiva. Emilia se sintió curiosa al ver que él no respondía.

-Uhm...¿te encuentras bien?- Ella seguía sin sospechar que había algo en él que le limitaba la posibilidad de comunicarse con ellos. Frunció el entre cejo como gesto de curiosidad, no de molestia, estaba completamente confundida frente a él.

- Pack, quizás el no pueda vernos ni oírnos- susurró, acercándose más a él, eliminando toda distancia entre ellos, extendió su palma diestra para poder tocar su pecho; Emilia deseaba que él sintiera su presencia y ella quería sentir algún ápice de vida en él. El corazón de él, fue lo que al colocar su mano en el pecho, pudo sentir, esos latidos que hicieron vibrar cada poro de la mano de la albina. Ella casi podía adivinar que en él no había maldad, la curiosidad seguía, necesitaba saber más sobre él.

-Me llamo Emilia, vengo de un lugar llamado Lugunica y él es Pack mi mejor amigo- Procuró que su voz suave fuera clara, haciendo un intento más por comunicarse con él. Los espíritus menores con los que se comunicaba, esos destellos brillantes, que solo los ojos correctos eran capaz de verlos, y solo unos podían hablarles, habían rodeado a Emilia.

-Anda Pack, también tú sal, para que te vea- el felino abandonó su escondite y fue en dirección del joven, flotando a su alrededor.

-Es interesante, creo que sí sabe que estamos aquí, quizás puedas pedirle a algún espíritu que te ayude, Lia-Pack finalmente descendió sobre la cabeza del silencioso caballero, mientras veía como ese par buscaba resolver sus dificultades.

Emilia por su parte intentó hablarle a uno de los espíritus , pidiendo ayuda para comunicarse con él, pero no recibió respuesta de ninguno, no la que quería, le habían dicho que ella tenía que ganarse la respuesta de él de otra manera.

-No sé qué hacer, no tengo otro modo de acercarme a él ¿Será que solo nos ignora? quizás por eso no me han querido ayudar- Lia busco consuelo en eso, mientras Puck seguía sobre la cabeza del desconocido, quizás provocandolo de alguna manera.

Por el momento, lo único que obtuvieron de él fueron parpadeos.

No reaccionaba. Dentro de su percepción, ellos sólo se habían detenido. Su mirada muerta y vacía no cambió. Sólo se detuvo a contemplar los movimientos de las sombras. Parecían fluctuar, interactuar entre sí. Y eso es lo que parecía desde un principio, pero la verdad era que estaban tratando de hablarle. De comunicarse con él. Cosa que, evidentemente, no era posible de forma normal.

Todo cambió cuando sintió la presión sobre su pecho. El tacto de algo. Una de las primeras interacciones que percibía con su apenas recuperada piel.

- . . . ! -

Abrió la boca, en un gesto de sorpresa. Nada salió de esa expresión, pero sí se pudo observar cómo inclinaba la cabeza, observando lo que para él era aquel cúmulo gris con trazas rojas que significaban la mano de la Semi-Elfa. Y ella en cambio pudo captar los latidos de un corazón trabajoso, que funcionaba a marcha irregular por mantener un cuerpo por mucho incompleto.

La dura mano del hombre se posó sobre la delicada blancura de la mano ajena. Los dedos, rugosos y sucios, eran de madera gastada pero firme, y se unían en una palma de mano cubierta por vendajes, que seguramente ocultaban los cables y clavijas que conformaban los mecanismos que le daban funcionamiento a las prótesis. Prótesis para unas manos devoradas al nacer. Devoradas por los demonios del pacto de Daigo Kagemitsu, que convirtieron su cuerpo en un despojo indigno de un ser vivo.

Los dedos de madera se cirnieron sobre la mano. Tocando los dedos. Apretándolos sin malicia. Tratando de comprobar por el grosor de aquello que apretaba, y la poca resistencia que ofrecía la carne blanda, que lo que tocaba era, efectivamente, dedos de un ser humano.

Algo más le sobresaltó. Su cabeza se sintió invadida por un nuevo peso. Aunque no lo advirtiera, era el peso del animal volador de colores inusuales que, aunque le hizo buscar su espada otra vez, la mano que el otro ser humano mantenía sobre su pecho, le había dejado en claro que las intenciones de los entes presentes no eran hostiles. Volvió a relajarse. Concentrado en la mano que le tocaba. No podía notar si aquello que posaba su propia mano en su pecho era hembra o macho. Ni si emitía calor o frío. Pero por algún motivo, sintió que en esa mano había bondad. Un intento de acercarse.

- . . . ! . . . ?. . -

Así que comenzó a mover sus manos. Formaba una línea larga trazada con sus dedos en el aire.
Tenía una forma de comunicarse, era algo que le habían enseñado desde pequeño, el cirujano que le crió y entregó aquellas prótesis. Con mucho esfuerzo, aquel hombre le había enseñado al muchacho a entender las formas y los surcos de los ideogramas del lenguaje japonés, a modo de líneas trazadas en la tierra. La escritura, el interpretar lo escrito, había sido su única forma de comunicación en una niñez marcada por los viajes sin sentido y los asesinatos de demonios de forma inconsciente, recuperando los órganos más vitales para su propia vida, como los pulmones o las entrañas.

Y ahora, el ronin pedía un palo para escribir, guiándose por la forma.

Quizá así pudiese responder a lo que parecían querer las sombras del "exterior".

Había renacido, esa era la manera en que Pack veía a Lia tras aquellos meses que pasó sumergida en la más profunda y dolorosa oscuridad. Ahora volvía a irradiar luz, una mucho más intensa que la que tenía antes de ese triste episodio de su vida. No era de extrañar que tras cada prueba la albina emergiera más fuerte y que sus ideales se fortalecieran aun  más.


Se dedicó a observarla, a pesar de haber vuelto a ser la misma de antes, ahora estaba sumergida en el dolor  y remordimiento por lo que hizo estando bajo la maldición, que sin intención Jellal transmitió. Pack veía a Lia entusiasmada por averiguar quién era ese misterioso joven y él no pensaba intervenir en esa búsqueda.

La palma diestra de la semi elfa captó las pulsaciones del corazón ajeno, un ritmo cardíaco que era lento y un tanto dificultoso, parecía que se esforzaba por mantenerse activo. Los ojos violetas de Emilia contemplaban los gestos de él, llamó su atención aquellos labios que se abrieron intentando expresar algo, que el silencio impidió.

Los niveles de empatía de ella, habían crecido desde los últimos meses, ahora era capaz de percibir con mucha más facilidad las emociones ajenas. Podía captar algo de sorpresa, quizás desconfianza hasta cierto punto, y un cúmulo de emociones que hicieron una gran opresión sobre el pecho de ella ¿tristeza? ¿Dolor? ¿Ira? ¿Venganza? ¿Soledad? no estaba segura de lo que percibió, pero lo que fuera había herido su interior.

Mantuvo su mano ahí, quieta tratando de no inmutar el cuerpo ajeno; de pronto ella fue sorprendida por la mano de él, esos dedos ásperos y esas vendas que parecían ocultar algún doloroso misterio debajo. Elevó su siniestra y con su índice acaricio el contorno de los dedos, estaba desconcertada ante la escena, entonces liberó la mano de él y quitó la propia del pecho del joven.

El silencio era lo que reinaba en ese momento, apenas interrumpido por el sonido del viento que agitaba los árboles del parque. Era increíble que son solo caricias y gestos, de alguna manera ambos habían logrado acercarse. Entonces notó la seña que él hacía, Emilia entendió lo que pedía y de inmediato corrió hacia los arboles en busca de una rama que pudiera servirle. Tras varios intentos encontró una con el grueso perfecto y volvió con él.

Al llegar tomó su brazo para extenderlo hacia ella y sobre su mano colocó la varita, lo soltó y finalmente retrocedió un para de pasos. - Pack, baja de su cabeza, creo que por fin nos dirá quién es- Invitó a su pequeño amigo a bajar para así finalmente poder conocer a ese misterioso joven, que minutos a atrás sacudió sus emociones, quería poder hacerle entender que ella no era una amenaza, que incluso podría ser una amiga o compañera de utilidad.

- De acuerdo, veamos lo que nos dirá- mencionó Pack al descender y volverse a colocar a un  lado de Lia.

Los dedos maderados se movieron una vez más, esta vez para sostener con firmeza la varilla que le habían acercado aquellas sombras cordiales. El hombre lentamente fue y se arrodilló en respuesta a ellos.

Trataban de darse a conocer, eso era lo que él pensaba. Por lo menos había encontrado un individuo interesado. Tal como aquel bribón que conoció brevemente en su época, antes de que cierta voz le sacara de su confort, de su lucha en la era Heian contra los demonios que tomaron aquello que era suyo. Esa persona, por mucho que hubiese comenzado a convertirse en un demonio, tenía una especie de cordialidad que rara vez se le reservaba a él. Qué había hecho persona tal, para conseguir los trazos enrojecidos de los asesinos? Estaba muy lejos de determinarlo.

Y tampoco era de relevancia para sus propósitos.

Se arrodilló, tomando la varilla entre sus manos como si fuese un lapiz. Recordaba los movimientos. Era así como el hombre que le crió pudo comunicarse con él, y enseñarle las cosas sobre la vida que era necesario que él supiese. Este "lenguaje de movimientos" era lo único que él entendía. Gracias a eso, podría comprender la conjunción de kanjis más básica. Lo suficiente para permitirle transmitir y entender ideas, conceptos recurrentes en la vida normal. Y, entre ellos...


[ 百 鬼 丸 ]


Por supuesto, sólo entendía el cómo escribir en los kanjis de su época. Un trazo horizontal bajo dos verticales y dos horizontales entre ellos. Un cuadrado subdividido con un globo por debajo y una cola hacia atrás. Una curva tras una cruz y un gancho por delante.


Hya Kki Maru


Y luego tomó la varilla para indicar los kanjis, marcados con un dorado brillante en su peculiar percepción, y luego picar su propio pecho con ella. Indicaba algo. Su nombre. El hombre al que las sombras gentiles debían adecuarse y asociarle. Un nombre que significaba "Pequeño monstruo" porque así había sido encontrado. Como un despojo bestial de bebé, sin piel, ojos, oídos o siquiera cuerdas vocales con las cuales gritar de llanto.

El pequeño monstruo que había luchado para recuperar lo que por instinto y derecho le pertenecía. Y ahora estaba ahí, levantándose ante la semielfa. Como siempre, con esa mirada vacía e inocua. Y seguía tocando su propio pecho, apuntando con las prótesis de brazos a los kanjis rasgados en el suelo.

Buscaba comunicarse. Esperaba que funcionara.