Nueva vida (Priv. con Azazel)

Hacía ya algún tiempo que Azazel fue expulsada de su propio mundo, de su propio reino, de su preciado poder, pero el tiempo no aplacaba su ira y entonces lo encontró, el Internado Asgard, aquel lugar la acogió como su nuevo hogar, su nueva “familia”, aunque para ella no era más que el trampolín hacia su venganza.

Aunque faltar a sus clases era común para la demonio aquel día seria la excepción. Salir de un salón y entrar al siguiente comenzaba a tornarse aburrido, pero de una u otra manera debía hacerlo si quería escalar en Asgard para cumplir con su cometido. Así pasaron las horas hasta que sonó la campana de su última clase, recogió sus libros de magia y los guardó dentro de su mochila para disponerse a salir hacia su habitación.

—Azazel, ¿podrías acercarte un momento?— La detuvo su profesor haciéndole un ademan con la mano para que se acercara al escritorio. Aza suspiró aburrida y volteó los ojos en señal de aburrimiento,  aun así se acercó al profesor quien extendió hacia ella un sobre negro —Esto es para ti, eso es todo, puedes retirarte—

[/color]La confusión se dibujó en el rostro de la chica quien tomó rápidamente el sobre y salió de la estancia finalmente a su habitación. La tarde comenzaba a caer y los colores naranja y rojizos del cielo se colaban por la ventada de su cuarto cuando ya Aza se encontraba sentada en su escritorio personal mirando aquella carta con una mezcla entre impresión e incredulidad. El Sobre, que aún no se había atrevido a abrir estaba firmado en letras blancas por uno de los altos cargos de Asgard, al fin decidió dejarse llevar por la curiosidad y apresuradamente rompió el sello y saco la carta que había en el interior del sobre.
La carta explicaba que Asgard había detectado una anomalía, se presumía que acababa de aparecer una nueva y gran fuente de poder en la ciudad de Tokio, por lo que sería ella la elegida para investigar el misterioso suceso y hacerse con el recién llegado poder en beneficio de Asgard.

Los ojos esmeralda de la chica brillaron al terminar de leer, quizá de emoción o curiosidad, de cualquier modo tenía una nueva misión, su primera misión, como una niña en navidad corrió a su estantería y paso la noche entre libros y pergaminos, buscando algún hechizo que le facilitara su búsqueda; después de todo, en aquel lugar lleno de seres sobrenaturales aquella tarea era como buscar una aguja en un pajar. Así fue hasta que logró encontrar un hechizo localizador, que la guió hasta un suburbio cercano a la zona comercial de Tokio.

Sin más la pelimorado se puso en marcha hacia ese lugar, ya de madrugada las calles se encontraban desoladas y el silencio era el rey. Azazel caminaba con sigilo entre las casas, sus ojos verdes se habían tornado negro, marca de su habilidad para poder sentir cualquier alma o aura a su alrededor. Fijó su atención en una de las casas, donde solo pudo sentir la presencia de un alma, pero una diferente a la de cualquiera que hubiera sentido antes; allí estaba, aquello había sido mucho más fácil de lo que esperaba, casi aburrido.

Un alma, se trataba de alguien y no de algo, lo que quizá haría más difícil la tarea de apropiarse del poder, aun así se acercó a la casa, hacia una de las ventadas e intento abrirla sin éxito. Se olvidó de sigilo y sin medir mucho su fuerza le dio un puñetazo a la ventana, rompiendo el vidrio sin mucho esfuerzo, la mano de la demonio quedo ensangrentada y levemente herida, ella no le dio mucha importancia y se adentró a la casa, observó todo a su alrededor con sus oscuros ojos, nada salía de lo normal, parecía el hogar de un humano común, tanta normalidad casi le dio asco.

Aza comenzó a caminar hacia la única habitación que permanecía cerrada mientras se quitaba uno a uno los pedazos de vidrio que le habían quedado en la mano y los lanzaba al suelo —♪♪Uno, Dos, Freddy va por ti, tres, cuatro, abre la puerta, cinco, seis, toma un crucifijo…♪♪— comenzó a cantar con una voz angelical y juguetona aquella canción que alguna vez había escuchado en una película de terror.

—¿Me dejas entrar, cariño?— Preguntó en voz alta mientras aruñaba la puerta cerrada, ocasionando un chirrido bastante molesto.

Aquello la tomó por sorpresa, justo cuando estaba a punto de abrir la puerta de la habitación para comenzar su juego notó como por un segundo la presencia desapareció y volvió a aparecer pero a pocos metros de ella. Se giró sobre sí misma y las numerosas pulseras y collares que la adornaban tintinearon con el brusco movimiento; al fin veía a su presa, un muchacho que si no fuera por sus ojos negros hubiera pensado que era un ser humano común y corriente.

No tuvo demasiado tiempo para pensar, el chico corrió hacia ella con una especie de látigo en la mano y entonces ocurrió una segunda vez, la presencia del muchacho desapareció y volvió a aparecer. Casi al instante una sonrisa un tanto siniestra escapo de los labios rosados de la pelimorado, la demonio libero parte de su aura oscura haciendo su brazo derecho se cubriera de lo que parecía ser una neblina negruzca.

—No lograras hacerme caer en lo mismo dos veces seguidas— susurró más para sí misma que para su presa, su reacción fue apenas un poco más rápida que la tele transportación del chico en pijamas, aquel movimiento seria casi instantáneo al ojo humano pero la pelimorado intentó detener el ataque de su contrario, agarrándolo fuertemente de la muñeca una vez apareciera nuevamente más cerca de ella, el látigo aunque no le dio a ella si rompió en una pequeña explosión la puerta de la habitación.

La mini explosión logró desconcentrarla haciendo que el aura sobre su brazo desapareciera, como si la neblina se dispersara; aun así no soltó al muchacho, al contrarió intento sujetarlo con más fuerza y dirigir un puñetazo al estómago para dejarlo sin aliento e inmovilizado por un momento. Aunque quizá lo que quería era dejarlo inconsciente.

Sin darse cuenta la sonrisa no se había borrado aun de su boca y el corazón le palpitaba fuertemente de pura emoción, algo la llamaba a aquel lugar y a aquel momento, algo la llamaba a aquel chico.

—Te vas a quedar quieto y vas a responder a todas mis preguntas… ¡¿Quién eres?!— cuestionó en tono autoritario, aunque quizá con su voz aniñada y aguda sería difícil ser tomada con seriedad.