Un extraño en Sendai (Kokushibo)

Sendai era una ciudad callada, como las muchas desperdigadas por Japón. Había toque de queda, por lo que solo muy poca gente transitaba en las calles. El sol del amanecer tocaba con sus áureos rayos las azoteas de los edificios y la parte alta de la ciudad, en donde se podría apreciar con lujo y detalle toda la urbe.

Jellal se bajó del bus con una gorra de béisbol, unos anteojos y ropa casual; un atuendo para pasar desapercibido para los soldados, robots y otros seres que custodiaban cada vehículo y entraba y salía de la metrópolis. Miró detenidamente la ciudad, y realmente era bella. Sin embargo, no podía quedarse ahí y observar. Estaba ahí para meterse al edificio de la Gobernación, arrestar al alcalde y llevárselo en secreto a Legacy.

Caminó por la solitaria carretera rumbo a la ciudad. Los faroles de Sendai se apagan progresivamente mientras el sol alfombraba de sus colores dorados los edificios y calles. Jellal, simplemente caminaba con las manos en los bolsillos, y si le pedían documentación, les daría algo falso. Fue entonces, cuando pegó media vuelta.

Sintió que algo le seguía el paso, un ente que vigilaba al peliazul y estaba oculto en esa carretera situada en medio de algunos arboledas y quebradas bajas. Esto iba a resultar interesante.

Era hora de actuar. Prosiguió en su camino de llegar al edificio de la alcaldía. Ahora el sol prácticamente cubría dos tercios de la ciudad, por lo que Jellal dedujo que eran aproximadamente las 7 de la mañana, en donde obreros y oficinistas comenzaban con sus labores. Entró por la puerta grande, y luego se dirigió a las escaleras de emergencias, las que se usan en caso de incendio.

Subió rápidamente y visteó de los pisos superiores el increíble panorama citadino, y el sonido de ambiente de automóviles y las hordas de personas ya entraban en escena. Siguió ascendiendo hasta llegar al piso 30, y de ahí pasar a la oficina principal. Era hora de actuar, y por el bien de Japón y la Academia Legacy, debería traer a juicio a ese maleante.

Abrió la puerta de una patada provocando un ruido estruendoso. Sacó una pistola de su chaqueta y apuntó al pecho del alcalde. — Señor Fukuda, queda detenido por crímenes en contra de la humanidad. Recuéstese y ponga las manos atrás, — se acercó palpando sus bolsillos por sí tenía algún arma. Sin embargo, algo en su pecho le decía que en el ambiente había algo malo. Algo malévolo y poderoso que rondaba por el lugar.