Clase de Supervivencia: sobrevivir en el bosque [Ragnar, Maya]

Maya miró atónita a Ragnar cuando descendió al suelo y empezó a comerse miel y abejas a partes iguales y a puñados. Cuando la lluvia arreció todavía más, las pocas abejas que no habían sido devoradas salieron volando y se perdieron en distintas direcciones por el bosque, buscando, posiblemente, una nueva reina.

Entonces bajó ella, con la misma velocidad y facilidad que había empleado para trepar. Frunció el ceño al tocar la madera relativamente seca que había recogido: estaba absolutamente empapada. Al menos los salmones que trajo Ragnar no podían haber empeorado por mojarse.

Sin darse cuenta, su mano se había deslizado hacia su reliquia familiar para utilizar el filo y limpiar los peces. Al darse cuenta, se reenroscó la daga que había soltado al cuerpo y la sujetó de nuevo con el pantalón. Cogió un trozo de panal y, tras comprobar que no había abejas en él, se lo metió en la boca y empezó a succionar la miel y a separar la cera. Podría hacer unas velas... si Ragnar dejaba algo de cera.

- Intenta escupir la cera, Ragnar, quiero hacer unas velas -le dijo mientras se acercaba-. Por cierto -puso un puño sobre su corazón como hiciera la primera vez-: Maya.

Le sonrió al chico y le dio dos besos, como cuando se presentó. Resistiendo a su instinto, cogió las dagas nuevas y empezó a utilizarlas para limpiar las entrañas del salmón. Era una tarea ardua y poco agradable: las dagas improvisadas no cortaban ni un octavo de lo que hacían las otras, así que tenía que cortar por fricción. Una vez abiertos, quitar las tripas con las manos no le daba asco y les arrancaba la cabeza tirando de ella.

Maya alzó la mirada hacia el tercer miembro de su equipo, al que había subido también al árbol. No le gustaba que la gente fuera una carga para ella. Además, no podía quitarse de la cabeza a la sombra que había visto escurrirse entre las copas de los árboles. Seguro que era la profesora y seguro que estaba en algún árbol, observando el proceder de sus alumnos. Volvió a su objetivo de conseguir fuego para asar los salmones y evitar una infección por cualquier bacteria que pudieran llevar.

La madera estaba definitivamente empapada. Rescató uno de los trozos de abajo del montón que, aunque no estaba seca del todo, en comparación con el resto no estaba ni la mitad de mojada. Dar con un palo medianamente grueso y medianamente seco fue más complicado y le llevó unos minutos.

Se sentó en el suelo e inició el aburrido y pesado procedimiento por el que pretendía encender fuego, al más puro estilo náufrago.

La madera empezaba a humear pero Ragnar no parecía tener claro lo que Maya estaba haciendo. Parecía creer que buscaba insectos para comer. Mientras Maya empezaba a avivar el fuego, él fue a un árbol, arrancó parte de la corteza, cogió una araña de tamaño mediano y de un mordisco le arrancó la mitad del cuerpo.

Maya le miró con la cabeza ladeada cuando le ofreció la otra mitad. Qué coño, carne es carne y en algunas culturas los insectos son un manjar de los dioses. Además, las arañas no son insectos, son artrópodos, están más emparentadas con los cangrejos que con los insectos.

Aunque muchas chicas se hubieran sentido asqueadas por el proceder de Ragnar o por ver "sangre" de araña escurrirse de la comisura de sus labios, Maya aceptó el bocado y se metió la araña en la boca sin dudar. No sabía tan mal como muchos hubieran podido pensar. Ella no tenía ideas preconcebidas, así que le pareció muy sabrosa... y crujiente, muy crujiente.

- No está nada mal, tiene un sabor curioso, no voy a negarlo, pero a su manera está rica.

El humo había dado ya paso a una diminuta llamita. La chica rasgó parte de su camiseta utilizando las dagas rudimentarias y la alimentó con esas tiras mientras hacía en el suelo a su alrededor un círculo de medio metro de diámetro con piedras. Cuando acabó esa fogata improvisada, ya había empezado a añadir ramitas medianamente secas. Le hizo un toldito con ramas y un techo trenzado de hiedra no venenosa. Clavó un salmón en un palo y empezó a asarlo... a Ragnar parecían gustarle más al estilo sashimi.

- ¿Qué tal es la profesora? No me dio tiempo a verla de cerca -comentó dándole vueltas pacientemente al salmón para que se cociera-. ¿Crees que las arañas como la de antes servirían para sazonar ésto?

El salmón no era de sus favortios: su carne era demasiado grasa para su gusto y nunca acababa de decidir si le sabía dulce o salado, era un pescado de lo más confuso. Seguro que ni él mismo acababa de tener claro su sabor. La araña no podía empeorarlo.

Clavó el espetón improvisado en el suelo y fue a por unas cuantas arañas como la que le diera Ragnar. Las aplastó entre dos piedras hasta tener algo parecido a una salsa (todo lo fina que puede hacerse utilizando arañas y piedras) y recubrió el interior del salmón con ella. Siguió asándolo a la espera de la respuesta de Ragnar sobre la profesora.

Le pareció ver algo rojo entre las copas de los árboles cuando trepó tras la caída del avispero. Así que era la profesora... y por lo que Ragnar decía, ellos eran la presa.

Maya parecía absolutamente relajada, como en un día de picnic. Se imaginaba que la profesora no se lo iba a poner tan fácil como soltarlos en el bosque y que se apañaran hasta el amanecer, eso hubiera sido demasiado sencillo. Le sonrió al chico, que miraba al follaje como si esperase ver aparecer a la profesora intentando matarlos en cualquier momento.

- No merece la pena preocuparse antes de hora ¿no crees? -dijo con una sonrisa mientras asaba otro salmón sazonado con arañas-. Lo que habrá que buscar un sitio en el que pasar la noche. Con la tormenta que cae, no recomiendo quedarnos bajo los árboles... una cueva no muy profunda estaría bien, creo.

En vista de que Ragnar no asaba sus salmones, cuando hubo dado cuenta del suyo, Maya apagó la fogata con tierra. Bueno, se había acabado el descanso, hora de volver al trabajo. Se acercó a un pequeño charco que se había formado en la erosión de una roca, pues estaría más limpia que la de cualquier charco del suelo, y vertió el contenido de uno de los sobres monodosis de yodo. Esperó el tiempo recomendado en el envoltorio y bebió. Sabía a rayos, pero serviría para mantener la hidratación.

Era su mayor problema. No podía acercarse siquiera a una piscina sin sufrir un ataque de ansiedad, quedarse hecha una bolita o abrazar al primero que pasara por ahí de puro terror, beber agua de un río quedaba absolutamente descartado para ella... pero no iba a hacer partícipe a Ragnar de su fobia. No parecía el tipo de persona que hace esas jugarretas, pero no pensaba revelar su hidrofobia al primero con el que se cruzase.

Miró a las copas de los árboles, seguro que la profesora los estaba observando. Bueno, que mirase, ella y Ragnar iban a hacer todo un documental sobre supervivencia en la naturaleza.

- ¿Sabes de alguna cueva? Soy nueva y no he paseado mucho por el bosque, todavía -le preguntó al muchacho con una sonrisa.

La voz de la profesora resonó por todo el claro antes de ellos se pusieran en marcha para encontrar refugio. Los felicitó por su proceder de una forma un tanto rara. Bueno, pero una felicitación es una felicitación. Les ofreció salir con la cola entre las piernas y volver a la academia o intentar darle caza al cazador trabajando en equipo. Maya sonrió.

- Me gustan los retos -dijo en tono animado. Se lo estaba pasando como un niño en una tienda de gominolas.

Todavía no había asistido a ninguna clase teórica, por lo que nadie sabía hasta qué punto Maya podía llegar a ser una maldita sabelotodo. Devoraba libros de toda índole, había aprendido idiomas para poder leer algunos que no estaban traducidos al inglés.

Quizá su checo no fuera perfecto, pero podía leer y entender a Kafka sin tener que pasarse el rato con un diccionario en la mano (lo que no significa que no lo utilizase); lo mismo pasaba con su ruso, no podía hablarlo pero podía leer y entender a Chejov utilizando un poco el diccionario. Los idiomas de escritura no latina le costaban mucho más. Le encantaría poder leer El Arte de la Guerra en el chino original; pero si el chino moderno se le resistía, el antiguo se reía de ella a mandíbula batiente.

Se situó junto a Ragnar y miró a las copas de los árboles con una sonrisa de oreja a oreja, se sentía animada por el desafío de la profesora. Le gustaban los puzzles y resolver las pistas de la profesora mientras procuraban sobrevivir tenía pinta de parecerse mucho a uno de los vídeojuegos del Profesor Layton.

- Te apuntas ¿no, Ragnar? -le dijo al muchacho.

Ragnar se subió también al carro cuando la profesora les retó a cazarla. Maya sonrió de oreja a oreja. El chico recogió la flecha con la nota que Sylvanas dejó caer y le entregó a ella la nota para que la leyera mientras él husmeaba el proyectil. El alma de Maya cayó a sus pie, penetró el suelo, llegó al centro de la tierra y salió en mitad del Océano Atlántico.

Toda la seguridad que previamente demostraba se había convertido en un temblor generalizado de pies a cabeza. Un río. No podía ser trepar a lo más alto de un monte o bajar a los más profundo de una gruta. Tenía que ser un jodido río. Se acercó a Ragnar y le puso la mano en el hombro.

- Ragnar... yo... no puedo... ir... a... río -le dijo, separando las palabras y eligiendo las más cortas que encontró-. Mucho... agua.... me da... miedo... pánico... pavor... terror...

No estaba segura de que el muchacho fuera a entender el concepto hidrofobia, así que optó por describirlo. La sóla idea de acercarse a eso la paralizaba. Encima, con las prisas, no había cogido las perlas homeopáticas (o eso decía él) de su abuelo que la ayudaban a poder estar a menos de cinco metros de una gran masa de agua. ¡Nadie le dijo que irían a chapotear al río!

Había algo que sabía a ciencia cierta: la profesora Sylvanas había revisado su historial, dónde constaba su hidrofobia, y había decidido sacar provecho a esa circunstancia. Esa mujer era astuta como un zorro.

Maya esperó a que la información calase en Ragnar antes de añadir datos nuevos. Quería saber, también, cómo reaccionaría el muchacho: la gente no entiende un concepto tan privado como una fobia. Es irracional, es involuntario. Dicen que con hipnosis pueden superarse las fobias. Su madre, Malilith, es una experta hipnotista y nunca logró nada. Supuso que Maya debía aprender a enfrentarse a su propia fobia... en otras palabras: se lavó las manos.

- Puedo... acercarme... de rama en rama... pero no llegar al agua... -añadió.

Cierto, era de las pocas cosas que podía hacer que tuvieran que ver: moverse de árbol en árbol como un chimpancé y quedarse lo suficientemente alejada como para no entrar en pánico pero sin perder de vista a su compañero.

Ragnar no pareció entender en lo más mínimo los reparos de Maya sobre acercarse al río, pues echó a correr hacia él cargándola como a un saco de patatas y dejando que corriera a ratos. Maya lo hacía por inercia pero lo único que quería era salir corriendo en dirección contraria. Luego volvía a cargar con ella como si fuera una muñequita y esa posibilidad quedaba anulada.

Oyó el río antes de verlo... sobretodo porque cerró los ojos con fuerza y se abrazó a Ragnar con brazos y piernas, como un koala. No, demasiada agua. Era demasiado para su sistema nervioso. No iba a acercarse ahí. Podría ahogarse alguien.

- Camina lo que tengas que caminar y busca lo que tengas que buscar. Ya te dije que no podía hacerlo y me trajiste igual, ahora te fastidias.

Una cosa era el río dónde se bañaba con sus primos. Iba ahí desde que tenía memoria, además ese recodo era como una balsa de aceite... y aun así siempre llevaba consigo las perlas homeopáticas de su abuelo. Pero ese arroyo no lo conocía. Lo que para Ragnar quizá no pasara de "riachuelo", para Maya era un torrente de aguas bravas con el caudal del Amazonas.

- Sería más útil como vigía en un árbol, aléjame de la orilla, treparé y te seguiré desde las alturas -pidió con un hilo de voz, hablándole a Ragnar al oído-. Mientras parezca un koala no seré útil para nadie.

Si Ragnar la acercaba a un árbol, Maya treparía a él como un auténtico chimpancé y a toda velocidad para alejarse del torrente. Una vez arriba, tras pasar un minuto abrazada al tronco, buscaría cualquier posible señal que Sylvanas hubiera podido dejar en las alturas.

Si Ragnar se empeñaba en no dejarla huír del agua, se quedaría abrazada a él con fuerza y con la cara escondida en la curva de su cuello para no ver el arroyo.

Ragnar pareció entrar en razón y la acercó a un árbol para que trepase. Maya subió por él como alma que lleva el diablo hasta situarse cerca de la copa y lejos del agua. Se quedó abrazada al tronco durante un minuto, esperando a que el ataque de pánico remitiera para que moverse de árbol en árbol volviera a ser seguro para ella.

Comenzó a avanzar siguiendo a Ragnar tras envolverse las dagas naturales alrededor del cuerpo por encima de la ropa, justo encima de la reliquia familiar. Hallarse lejos de la orilla y del agua la tranquilizaba y pudo volver a pensar con claridad, a fijarse en lo que la rodeaba y a observar detenidamente desde las alturas.

Algo llamó la atención de la chica desde el otro lado del arroyo, que intentaba mirar lo menos posible. Había alguien situado en el árbol que quedaba paralelo al suyo. Reconoció la piel pálida de la profesora y, aunque no los podía ver perfectamente por la distancia, el destello de sus ojos rojos como la sangre.

Maya se detuvo por completo para mirarla bien. Era la profesora, sin duda. Señalaba el arroyo, para desgracia de Maya. Se retiró de la rama hasta sentir el reconfortante tacto del tronco a su espalda y sólo entonces osó mirar lo que la docente le señalaba. Había un pedrusco en mitad del arroyo con un madero que había acabado ahí por obra y gracia de una fuerza divina.

Tuvo que hacer un enorme esfuerzo de voluntad para fijarse más en el pedrusco y el madero. Vio algo blanco en el madero. No se movía, por lo que debía estar clavado con una flecha de las de la profesora. Alzó de nuevo la vista hacia el otro árbol y vio a la docente mandarle un beso por el aire y sonreír antes de esfumarse. Se estaba choteando de ella... pero con descaro, además.

Cuando volvió a buscar a Ragnar, lo vio en plena transformación ursina. Fue un fenómeno digno de observar. Ahora venía la parte más divertida: llamarle la atención a un oso para que recupere una condenada nota sin destrozarla. Arrancó una bola del árbol y se la tiró al muchacho a la cabeza. Repitió la operación cuanto hizo falta para que se girase hacia ella.

- ¡HAY UNA NOTA, RAGNAR! -Gritó-. ¡EN LA ROCA DEL ARROYO! ¡HAY UNA MADERA CON UNA NOTA!