Lo incompatible puede ser interesante (Alma)

Aquel día había sido el más aburrido que pasó en el castillo Rokkenjima desde su llegada. No podía quejarse, las cosas allí eran más que interesantes y no volvería a la rutinaria vida en Japón ni aunque le pagasen, sin embargo, se había quedado sin libros para leer, le faltaba inspiración para pintar y había aseado su habitación ya dos veces en el mismo día. Fue en ese entonces cuando cayó en la cuenta de que no conocía más alla del catillo y que no estaría mal salir a pasear un rato. Llevó su bolso para también hacer compras y, por supuesto, sus espadas wakizashi sujetas a su muslo en una liga bajo la falda.

En el pintoresco pueblo habían muchas tiendas curiosas, algunas tenían mercancías que no había visto jamás, ni en Alemania y ni en Japón. También visitó preciosos cafés-librerías, donde comió dulces caseros hasta llenarse y adquirió algunos libros nuevos. Fue una linda tarde, el tiempo pasó más rápido de lo que hubiese deseado, supuso que oscureció rápido debido a la estación. Aún así, las caminatas solitarias nocturnas eran su costumbre y, además, tenía la sensación de que si se iba a casa pronto, se perdería de alguna cosa.

Poco a poco, cuando el sol ya estaba oculto y había desaparecido ese dejo de bellos colores que el atardecer regalaba. Al acercarse la medianoche, el cielo se había cubierto con un manto de espesas nubes y, poco a poco, empezó a nevar. En un principio era una nieve ligera, aguada, que paulatinamente tomó forma de plumas cristalinas.

—Nieve...—

La nieve no era nada nuevo para ello, pero en cierto modo, siempre la llenaba una alegría aniñada ver nieve caer. La ojiazul sonrió mientras alzaba su mirada al cielo, que le regalaba amablemente copos de una sonrisa fría. Se quedó un rato allí, pensando, ¿era esto estar contenta? Había pasado tanto tiempo desde que se había sentido de buen humor que ya lo había olvidado. Continuó caminando, dando saltitos infantiles cada tanto, alegre como niño en una mañana de navidad.

—¿...Dónde estoy?— pensó en voz alta, observando a su alrededor. Parecía un vecindario apacible, muy pocas casas aún reflejaban luz desde sus ventanas, se notaba que allí la gente se iba a dormir temprano. Alma tampoco estaba muy consciente de la hora que era, pero tampoco le preocupaba tanto, eventualmente hallaría el camino a casa.

Mientras intentaba recordar cómo llegó hacia allí, el estruendoroso grito de alguien la sacó de su concentración. Sin pensarlo dos veces, comenzó a correr hacia el lugar del cuál provenía el grito. Otro sonido hizo que se espantara, aún sin dejar de correr: el ruido de un arma de fuego. Chasqueó la lengua, detestaba las armas de fuego. Dio la vuelta en una esquina, retirando una de sus espadas wakizashi de su liga. Cuando logro divisar al ladrón, comenzó a correr con más seguridad.

—¡Eh, imbécil, detente!— le exclamó al fugitivo, como un jaguar que le gruñe a su presa. Mientras corría, se topó con un tipo que también perseguía al ladrón sin poder alcanzarle, a quien apenas pudo esquivar y por poco empuja.

—¡Muévete!— le exclamó, centrada en correr. A ese punto ya había entrado en calor y podía hacer uso de su super destreza. —¡Ven aquí, pedazo de mierda despreciable!— le continuó gritando al ladrón, quien estaba un poco confundido con el hecho de que una niña con una espada le ande persiguiendo.

Antes de que pudiera lanzarle una espada al ladrón, un estruendoroso ruido explotó cerca de ella y no pudo evitar denerse al haber sido distraída.

—¡Pero qué...!—

Desvió su mirada del ladrón quien, también sorprendido, huía, hacia el origen de ese sonido. Sin embargo tan sólo logró ver humo que, con suerte, se disipaba medianamente rápido. Finalmente, detrás de esa nube espesa de polvo, logró divisar al sujeto que, segundos antes, había esquivado. La sustancia nubosa que flotaba delante de él era similar al humo producto del nitrógeno líquido; entendió el por qué de esa similitud cuando vio objetos puntiagudos clavados en el suelo, entre ella y el tipo. Sus ojos se llenaron de brillo al instante, lo que acababa de presenciar era absolutamente genial, ya que jamás había visto alguien capaz de producir hielo de la nada. Cuando éste se acercó, pudo notar que era joven, más o menos de su misma edad. Le sonrió.

—Me llamo Alma— le respondió indiferente, aún manteniendo su leve sonrisa. —Ese tipo ya huyó, corrías muy lento. Pude haberlo alcanzado— comentó, en tono jocoso.

Levantó su falda lo suficiente como para envainar su espada en la liga a la cual estaba sujeta, posterior a eso, sacudió el polvo de su ropa y dirigió su mirada nuevamente al hombre de cabello oscuro. Estaba herido, con suerte no se trataba de nada grave. Caminó unos cuantos pasos hacia él y se inclinó a observarle. Las gotas de sangre roja, livianas caían pesadamente sobre la nieve que de a poco se acumularía en esa calle. Gracias a sus super-sentidos, las oía cuando caían al suelo. Se enderezó y clavó sus ojos celestes en los de él, cruzando los brazos.

—¿Y quien eres tú? Además no tengo ni la menor idea de cómo regresar de donde vine, pero eso no importa, no voy a regresar ahora. Tú... ¡Tú puedes lanzar hielo!— exclamó, eufórica. —¡Podríamos atraparlo facilmente!— prosiguió, ignorando la recomendación que él le había hecho hace unos segundos. Si el sujeto quería atrapar al ladrón, pensó ella, no podía encargarse de que ella no fuese con él también.

Comenzó a avanzar hacia donde el ladrón había corrido, con pasos elegantes, ligeros, sin esfuerzo su elegancia al caminar iba bien con todo su aspecto. Se volteó, apenas, a mirar hacia atrás.

—¡Vamos, no hay tiempo que perder! Recuerdo hacia dónde huyó el cretino— le llamó, alegre. Su voz campaneaba de felicidad en aquel tranquilo vecindario.

Alma soltó una pequeña risilla, por supuesto que no alcanzaría a atraparle con un hechizo de hielo, aunque quizás con ello podría atraparle una vez que el ladrón se encuentre ralentizado por otro motivo. Observó detenidamente cómo el ajeno creaba escarcha alrededor de su herida abierta, esperando que el agua que generase ese hielo estuviera limpia. "De otro modo, le causará una infección, por bobo" pensó.

"Gray Fullbuster" se repitió a sí misma, planteándose memorizar el nombre de un chico tan peculiar como aquel. Le pareció, enseguida, alguien entretenido como para molestar: una nueva víctima de sus bromas pesadas. Sin embargo, en ese preciso momento le atraía más atrapar al desdichado ladrón y pegarle un buen susto. Le desagradaban los ladrones, y más aún aquellos que se escudaban tras un arma de fuego -un tipo de arma que tampoco le gustaba-.

—Pero claro que no sé cómo regresar, apenas conozco esta isla— comentó, como si tal eventualidad fuese algo obvio. —¿Conoces el camino hacia el castillo Rokkenjima?—

Él prosiguió a tratarla como si fuese una personita indefensa y algo pudiera sucederle, lo cual la irritó ligeramente, pero optó por dejar pasar. A sus ojos, no lucía en absoluto como una niña, sin embargo, la manera aniñada de caminar y lo delgada que era le jugaban en contra al momento de aparentar mayoría de edad. Poco consciente era ella de que, para algunas personas, era una extraña pequeña con un arma más que una joven a pocos meses de cumplir 20 años. Aún así, no le gustaba en absoluto que no la tomaran en serio ocasionalmente.

Tras comenzar a perseguir al fugitivo, llamó a Gray para que fuese con ella. Sería divertido atrapar al "cretino", tal como le llamó ella, entre los dos. A Alma le sería difícil, mas no imposible, asustarle por sí sola; con un invocador de hielo sería pan comido. Bajó un poco la velocidad de su carrera al notar el leve jadeo de Gray, siendo que le dificultaba ir a la par de ella.

—¡Tienes que ayudarme!— le dijo, tratando de ser clara al mismo tiempo que corrían.
—Yo puedo alcanzarle y distraerle durante un par de segundos, pero necesito que uses tus poderes cuanto antes para inmovilizarlo; ¡congélalo antes de que me dispare!— continuó, alegre, como si el riesgo de que un hombre armado le pueda disparar no fuese la gran cosa. Poco le importaba a ella lo que podía pasar, confiaba en su entrenamiento. Valía la pena, para ella, con tal de salir de lo rutinario. ¡Un día así de aburrido podía ser divertido!

—No soy un mago, ¡soy una chica a la cual le gusta correr!—

Giró a la esquina derecha, estaba segura de que el ladrón había huído hacia allí, si hubiese girado hacia la izquierda, comenzaría a dar vueltas en círculos. Tal como lo pensó, allí estaba aquel tipejo, ya caminando como si aún nadie lo persiguiera. —¡Eh, imbécil!— exclamó Alma, alarmándolo. Aquel comenzó a correr, espantado por la niña.

—¡Mierda!— chasqueó la lengua y, una vez más, desenfundó su adorada espada. Luego miró a Gray. Todo debía suceder en cuestión de segundos. —¿Listo? Corre tanto como puedas y congela ese mierdoso, ¡verás que se puede, Gray~!— le dijo, en un tono alentadoramente mandón. Antes de que él pudiese decir algo, comenzó a correr con todas sus fuerzas, acercándose sigilosamente al ladrón, quien ya tenía el arma en mano, jadeando. En unos segundos estuvo frente a él, luego de rodearlo, apuntando el filo de su espada peligrosamente hacia su cuello.

—¿Eso que tienes ahí es tuyo? Me parece que no— comenzó a decirle con una voz campaneante y aniñada.

El ladrón tardó en asimilar el hecho de que alguien como ella estuviese amenazándolo con una espada, por lo que por unos pocos segundos -los suficientes-, permaneció estupefacto, observando esos ojos celestes que carecían de humanidad. Mientras tanto, a la ojiazul le hervía la sangre bajo la piel y una gota de sudor frío se deslizaba lentamente desde su sien hacia abajo. La corrida la había agotado y consideraba imposible conseguir la suficiente destreza como para esquivar un tiro a quemarropa. Aún así sostenía la espada con firmeza, confiando plenamente en Gray. Dio unos cuatro pasos hacia adelante, a lo que el ladrón correspondió con cuatro pasos hacia atrás; sostuvo el arma con ambas manos apuntándole.

—¡Muévete o disparo, mierda!— gritó, con la voz templorosa. —¡Te mato aunque seas una pendeja!— continuó, perdiendo tiempo.

Por más que parecía no perder la templanza, era la primera vez que le apuntaban con una pistola. Alma no podía evitar sentir ansiedad, como si en cualquier momento fuese a colapsar de los nervios.

Como las luces del relámpago antes del trueno o como el flash de una cámara, lo siguiente sucedió muy rápido. Entre parpadeos, la reacción de Alma ante el seguro del arma emitiendo un cliqueo fue retroceder un paso. Con los latidos a mil por hora, alcanzó a ver como el ladrón disparaba hacia el suelo, oyó el sonido de la bala castañear en el suelo junto con el eco del cañón entre las calles; los perros comenzaron a ladrar, nerviosos.

El despreciable sujeto recibió una paliza que dejaría una marca en su cabeza mayor a la que el proyectil dejó en el suelo. Una vez que éste se encontró endurecido por una gruesa capa de hielo a su alrededor, la joven consiguió respirar nuevamente, algo agitada. Bajó despacio su espada y, con delicadeza, la envainó; una chica tan malhablada hacia criminales despreciables aún mantenía su porte femenino.

Apoyó su mano contra la pared, con el brazo estirado, y respiró profundamente, mirando el suelo.

—No soy idiota... soy imprudente— contestó en un tono pausado, jadeando. Luego levantó la mirada hacia él, esbozando una amplia sonrisa. —¡Y tú eres el sujeto más genial que he conocido en mi vida!— se sinceró.

Le observó detenidamente. Tal como ella, también estaba sudado y despeinado tras haberlo dado todo corriendo tras un imbécil. Su herida ya no goteaba, aunque eso no disipaba la preocupación de Alma por tratarla lo antes posible. El cansancio era muy visible en su rostro.

—Estoy bien, un poco conmocionada— no tenía ni un sólo rasguño, sólo estaba agotada. —¿Que hay de tí, te encuentras bien?—

Él propuso dejar al tipejo allí mismo, a lo que sólamente asintió con la cabeza. El hielo parecía lo suficientemente grueso como para que no pueda moverse y, como hacía frío, tampoco se derretiría en la brevedad. La ojiazul estaba distraída observando al ladrón cuando, sin que ella se lo espere, Gray le ofreció su abrigo. No pudo evitar que sus mejillas de tez clara se pintaran de un rojo suave, ya que el otro la había pillado desprevenida con la gentileza; además, no estaba acostumbrada a ese tipo de trato. Tras unos segundos, tomó la chaqueta del brazo extendido ajeno en silencio, fijando su mirada en el suelo.

—G... gracias— murmuró, con voz tímida, una vez que se puso la chaqueta. Ésta era varios talles más que el suyo y la tela caía como si fuese un vestido sobre su delgado cuerpo. —¿Tú no te vas a resfriar?— le preguntó, mirándole nuevamente.

—¿Entonces vives en el castillo Rokkenjima? Yo también— le comentó, con una sonrisa aniñada en el rostro. Le alegraba que él estuviese también allí, así podría volver a verlo en un futuro.Su estómago crujió despacio: tenía hambre, por supuesto, ya que su última comida había sido hace unas cuantas horas —Aún no quiero volver, tampoco. ¿Sabes, Gray, en el camino vi un pequeño puesto de comida tradicional japonesa que parecía abrir hasta tarde, ¿quieres ir a comer algo? Debe estar cerca de aquí, con todo lo que corrimos— le propuso.

Pocos segundos después vio el bolso nuevamente.

—Oh, ¿recuerdas de quién era eso que el ladrón tomó?— le preguntó. Ella no había alcanzado a ver a quién le pertenecía dicho accesorio.

La temperatura comenzaba a bajar de forma lenta y continua, sin embargo para su suerte, Gray le había prestado, amablemente, su abrigo. La nieve comenzaba a acumularse en las calles, veredas y tejados, como una fina sábana blanca, creando un paisaje hermoso y lleno de paz. Tras el disparo, el único ruido que interrumpió la calma, algunas ventanas se iluminaron, era un color cálido en contraste con el frío blanco azulado. Los perros, sin embargo, habían cesado sus ladridos, y el eco de éstos se había disuelto como los copos de nieve.

Era mejor comenzar a caminar, alejarse de allí. Alma no tenía ganas de ir a la comisaría a hacer una declaración. Eran muchas horas de preguntas y ambos estaban armados -eso considerando la magia de Gray como una potencial arma-; en el peor, más no imposible, de los casos: serían considerados cómplices. No sabía la edad de su acompañante, pero sabía que ella ya era lo suficientemente mayor como para ir presa, aunque sea por una pequeña cantidad de tiempo. Sería una mala pasada evitable si se iban de allí y dejaban que la nevada cubriese sus pisadas.

Soltó una pequeña y leve risa; muy cierto era que sería ridículo que un mago de hielo se enfermara durante el invierno. ¿Quién consideraría intimidante un hechicero de hielo al cual se le caen los mocos del resfriado?

—Sí, llegué hace unos días— le afirmó, mientras miraba como sus pisadas se hundían en la capa de nieve que, en ese momento, ya tenía un par de centímetros de altura. Sus dedos estaban fríos, por lo que comenzó a calentarlos con el vaho de su respiración tibia.
—Aunque no soy especial ni puedo hacer ningún tipo de magia. Simplemente me he dedicado a entrenar desde hace muchos años— agregó con naturalidad.

Se alegró al oír que la acompañaría a comer, pues le interesaba conocer al joven, quien resultaba ser el primer mago que conocía. Aunque, aún si él no hubiese aceptado ir a comer, ella habría ido por cuenta propia, ya que le encantaba la comida tradicional japonesa que servían en ese tipo de puestos. Era mucho más sabrosa, completa y nutritiva que la que comía en Alemania.

Ya habiendo recuperado el aliento tras la corrida, comenzó a caminar hacia donde ella creía que había visto el puesto de comida hace un rato. Vio como Gray dejaba el bolso en aquel lugar y le preocupó que alguien más lo tomara, sin embargo, no quería permanecer más allí. Esperaba que los vecinos llamen a la policía y algún comisario se encargue del asunto de ahí en adelante.

—Nunca fui a ningún tipo de colegio y me daba curiosidad... Además, me había aburrido de Tokio— explicó, sonriéndole. Luego miró el cielo, las plumas ligeras de nieve que caían, danzando. —Como te dije, siempre estuve entrenando. Ahora, quiero tener la vida de una estudiante común y hacer amigos, salir con ellos, unirme a un club— le comentó. —¿Qué hay de ti?—

Era cierto, en gran parte; pero aún había algo más: ella tenía suma curiosidad sobre los demonios y, en específico, el demonio que era su aclamado padre. Esperaba informarse de ello en el academia Legacy y encontrarlo, no por un reencuentro familiar, sino para que le devuelva a su madre. De todos modos, no era tan fácil  explicar que quería enfrentarse en un duelo contra un ser del inframundo, por lo que se limitó a dar su historia de niña inocente.

—¡Mira, Gray, el puesto!— desde lejos podía oler la deliciosa comida casera, recién hecha y caliente que emanaba de la tienda. Comenzó a dar pasitos apresurados, tales como los de una niña eufórica, mientras apresuraba a Gray, contenta. Con cada pequeño salto que daba, su espada tintineaba cual cascabel dentro de su funda. —Comida, comida~...— repetía para sí misma, a medida que avanzaba la cuadra faltante hasta el adorable puesto, atendido por un señor mayor de mirada simpática.

El puesto de comida era un lugar cálido y adorable. Se presentaba ante ella lo que veía como una escena preciosa: la nieve cayendo silenciosamente, la luz cálida de los faroles tradicionales, las mesas refugiadas en una cubierta desplegable y el amable señor mayor cocinando comida que olía exquisito. Le sonrió a Gray que, de a poco, la alcanzaba. Estaba contenta y se le notaba mucho.

—La vida es muy aburrida si te mantienes tras la línea de la prudencia— afirmó, antes de acercarse al hombre atendiendo su puesto.

Gray, sin duda, era un joven mucho más interesante de lo que aparentaba ser. No sólo podía usar magia, sino que también había formado parte de un gremio, seguramente conformado por gente tan genial como él. A pesar de que él parecía ser una persona de carácter duro y difícil, lo admiraba de todos modos. Se notaba que era lo suficientemente irritable como para que la personalidad de Alma le sacase de sus casillas con facilidad.

Le causó gracia cómo el dueño del puesto, seguramente con la visión deteriorada por la edad, confundió a Gray con su padre. Ellos, claramente, no se parecían en lo absoluto. Quizás era la diferencia de altura y masa corporal lo que llevaría a confundirlos con padre e hija o hermanos mayor y menor; en definitiva: ella parecía mucho más pequeña que él. Se limitó a reír y a mirar las opciones que ofrecía el menú mientras Gray hacía su pedido. Cuando él dijo que iría a una mesa, asintió con la cabeza y murmuró un leve "vale", absorta en sus pensamientos al decidir que comer, pues el menú era interesante y vasto en opciones.

—... enseguida. ¿Y usted que desea jovencita?— la endulzada voz del anciano la extrajo de su mente al instante después de que hizo su elección. Le sonrió al señor e hizo su pedido.

—Un oyakodon y un poco de sake, por favor. Y dejaré todo pago— dijo. Aquel le advirtió amablemente si podría con un platillo tan extenso, a lo que ella expandió su sonrisa y le reafirmó que podría. El dueño del puesto rió con una pintoresca carcajada y se puso a cocinar los pedidos. Alma terminó de pagar por su pedido y el de Gray para, posteriormente, irse a sentar con el joven.

Una vez sentada, se desperezó y tomó entre sus dedos los pasillos dispuestos para ella sobre la mesa. Miró detenidamente a Gray; parecía molesto o preocupado por algo, posiblemente ajeno a ella. Prefirió no preguntar.

—Pedí oyakodon, realmente no como hace varias horas— ella era el tipo de persona que podía comer como un animal salvaje y no engordar ni un poco. A veces pensaba que su única parte demoníaca se encontraba en su forma brutal de poder comer muchísimo, siempre cuidando los modales, hasta saciarse finalmente. —Oh, te invité lo que pediste. Considéralo un agradecimiento por haberme salvado hoy. Aunque siempre confié en que podrías, gracias de todos modos— le comentó.

No hizo falta que esperasen demasiado, ya que la deliciosa y humeante comida llegó a su mesa en la brevedad. El señor mayor, con sus movimientos lentos y relajados, les acercó sus platillos en una bandeja, sonriente. Hizo una reverencia, a la cual Alma correspondió elegantemente, y se marchó. Posterior a eso, Alma miró su hermoso plato hondo de oyakodon como si fuese el amor de su vida y se sirvió un poco de sake. Como si hubiese leído -o más bien, supuesto- los pensamientos de Gray al servirse una bebida de tal graduación alcohólica, le dijo con indiferencia:

—Estoy por cumplir 20 años—

De hecho, habiendo vivido en Japón, le tenía resistencia a bebidas comunes allí como el sake, el vino espumante o la cerveza. Por otro lado, no aguantaba en absoluto el whiskey o el vodka, que, además de emborracharla muy rápido, le parecían asquerosos.

Agradeció por la comida en un murmullo antes de beber un muy pequeño y delicado sorbo de sake. Probó su adorado udon; como advertido antes, se trataba de un enorme bowl de comida humeante que se veía sumamente apetitosa. Alma debía cuidar de no devorarla como un lobo hambriento en pleno invierno y mantener sus maneras formales al comer. Uno no se imaginaría que una chica tan delgada podría comer algo de tal magnitud en vez de estar en una dieta rigurosa. Entrenar tanto la había acostumbrado a comer mucho, en variedad, pero mucho.

—¡Hm! ¡Está delicioso!— exclamó tras haber tragado su primer bocado, limpiándose con una servilleta. —¿Qué tal está tu comida, Gray?— le preguntó, con la alegría de un niño. —Adoro la comida de este tipo de puestos, es mucho mejor que la de los restaurantes caros de comida occidental— agregó, para luego seguir comiendo.

Sin darse cuenta, sonreía de una manera tontamente contenta todo el tiempo. Se había divertido mucho ese día, sentía como el amor en ella hacia ese pueblo crecía poco a poco. Gray, a pesar de parecer gruñón, era muy amable. Pensaba en lo genial que sería tenerlo como amigo, aunque sospechaba que a él le faltaría la paciencia con ella, tan aniñada como era siempre.

—Claro que sí— le reprochó, amistosamente. —Además hiciste algo genial con tus poderes de hielo y atrapamos al rufián—.

Continuó comiendo y disfrutando su platillo. Era un plato muy delicioso y completo, pues contaba con mucho arroz bien acompañado. Parecía que Gray también estaba disfrutando su comida y el sake, lo que la alegró bastante. Soltó una risilla ante la exagerada reacción ajena tras revelar su edad. Sabía que lucía pequeña y tampoco tenía pechos muy grandes, pero, ¿tan niña se la veía? Consideró, por un instante, aprender a maquillarse y vestirse de forma más adulta, sin embargo, dicha idea se fue al instante al recordar que eso le quitaría tiempo de entrenamiento y que la ropa femenina sería incómoda para luchar o correr. Por otro lado, usar relleno para no ser una llanura no era tan mala idea, pues ya tenía piernas bastante largas y femeninas, generalmente disimuladas con sus vestidos y pantimedias largas.

—¡Sip!, tengo 20— reiteró, ahora mostrándole su identificación; siendo esta alemana, tuvo que señalarle los números que representaban su fecha de nacimiento. —Usualmente me dan 16 o 17 años... pero, ¿13?— preguntó luego, como si hiciese un pequeño berrinche.

Gray le confirmó que disfrutaba su platillo, a lo que respondió con una amplia sonrisa. Se sirvió un poco más de sake. La comida japonesa era muy agradable para quitarse el frío, más aún acompañada de sake. No era un vino muy fuerte y podía beberse como si fuese té. Era comprensible que en Japón la mayoría de las comidas tradicionales fuesen calientes, pues el invierno, casi siempre nevado, constaba de un frío seco y áspero.

En ese momento, la temperatura era más bien baja y la nieve se acumulaba más rápidamente. Aún así, no sentía tanto frío como antes gracias a la comida, el abrigo y la agradable compañía.

Estaba absorta en sus pensamientos mientras terminaba su platillo felizmente, hasta que la voz del joven le hizo volver a Tierra.

—Desde muy chica paso tiempo sola, en cualquier lado, a cualquier hora— comenzó a explicarse, bebiendo un poco de sake tras limpiar su boca con una servilleta. —Aprendí a cuidarme y a tener un buen instinto respecto a los lugares peligrosos y las personas malvadas. Cuando cumplí 18, me fui a vivir sola a Japón. Allí comencé a tener caminatas solitarias nocturnas casi todos los días— agregó.

Hizo una pausa, pensó si era realmente relevante contar por qué se evadía de tal manera, sin embargo, prefirió no agregar mucho más. La vida de una muchacha que nunca hizo amigos no era tan relevante, de todos modos.

—Hoy en especial quise conocer la ciudad, puesto que solo conocía el castillo y el campus del Academia Legacy— comentó, sonriente, para luego preguntar en tono sumamente interesado. —¿Qué hay de ti? ¿Qué hacías en un vecindario a estas horas?—