Lo incompatible puede ser interesante (Alma)

Le causó gracia y ternura cómo trataba de discernir si ella era una idiota o una persona valiente. Ciertamente, desde niña era muy descuidada, se exponía a riesgos correteando como salvaje por el vasto terreno de su hogar inicial y así perdió cualquier dejo de prudencia existente en ella. Al crecer, se convirtió en alguien que sólo deseaba sobrevivir; tras perder todas sus pasiones y metas, tampoco le quedaron muchas razones para mantenerse viva y dejó de temerle a la muerte. Su único motivo para seguir adelante eran sus ganas de darle una paliza a su padre, el demonio, y a Viktor Von Himmel, aún si tenía que arder en el infierno junto a ellos para verlos a su merced por lo que le habían hecho a su madre.

Aún así, aquello aún era algo muy lejano, incluso estando en Legacy.

—¡P-por supuesto que exageraste!— le reprochó, apenas molesta. Estaba más divertida que enfadada, pero no podía evitar sentirse un poco mal con parecer más una niña que una mujer. Jamás nadie querría salir con alguien tan pequeña.

Le acompañó con el sake, bebiendo a gusto, pensó si podría comprar otra botella para tener en su casa, pero no tenía la certeza de que le permitiesen entrar en el complejo estudiantil con una bebida alcohólica. Quizás si explicaba que se trataba de un ingrediente valioso para la cocina japonesa, la dejarían pasarlo. Bebió del líquido con calma, como si de un delicado té se tratase, pues el sake debía beberse de esa manera para evitar emborracharse cual tonto. Notó que el vaso ajeno se vaciaba con demasiada rapidez y, teniendo en cuenta lo anterior, era obvio que dentro de unos minutos Gray ya se encontraría bajo los efectos del alcohol.

Tras terminar su plato y limpiarse la boca con una servilleta, estaba por comentarle algo sobre la forma en la que había bebido para advertirle. Sin embargo, antes de que pudiera mencionar una palabra, el otro la tomó por sorpresa. Una mano algo torpe pero aún así muy delicada le acarició suavemente la cabeza. No pudo evitar sentir como la cara se le enrojecía nuevamente. No estaba acostumbrada en absoluto al contacto físico, y hasta le daba un poco de miedo. Sin embargo, estaba segura de que la mano ajena no quería hacerle ningún daño, por lo tanto, se esforzó por no apartarse repentinamente. Se limitó a inflar las mejillas como si fuese un niño haciendo un puchero.

—No se trata de estar sola o no— se justificó algo avergonzada. A lo que, posteriormente, agregó apenada: —Realmente quiero hacer amigos, aunque no sé bien cómo.—

Las personas van y vienen, pensaba. Se van, más que nada. No le parecía malo ni raro haber estado sola toda su vida, porque así la soledad no le dolía tanto como debería. Prefería ser así y no necesitar a nadie antes que acostumbrarse a la compañía de otros para que, luego, éstos se vayan. Quería hacer amigos y tener personas con quienes hablar y divertirse, pero se veía incapaz de confiar en que alguien estaría allí para ella en todos sus momentos difíciles. Al fin y al cabo, las personas tenían sus propios problemas; Alma pensaba que era mejor no creerse las promesas y defenderse por sí misma. Lamentablemente no podía pensar que siempre había alguien para ella, porque creía firmemente que todos están solos en el mundo.

Le agradeció al señor mayor, quien se acercó a llevarse los platos ya vacíos, comentándole que la comida había estado deliciosa.

Escuchó con atención la respuesta del joven ante de ella. A diferencia de él, no tenía ningún remordimiento. Jamás había hecho algo tan grave como para sentir culpa, ya que poco se había relacionado con la gente: sólo lo suficiente como para no ser una rarita. Por otro lado, Gray le parecía mucho más admirable e interesante que ella misma; él había estado en un gremio y aprendido a utilizar magia de hielo, seguramente había podido hacer amigos también. Volvió a pillarla desprevenida al decirle que estaría para ella si alguna vez se sentía atormentada, cosa que dibujó un intenso sonrojo en su rostro. Quiso hacerle un comentario tal como: "¿pero qué dices, tonto?", sin embargo, las palabras jamás salieron de su boca.

Se le escapó una risa cuando un inocente y pequeño copo de nieve interrumpió el monólogo de Gray. Lamentó no tener su cámara a mano y encendida, puesto que era una escena digna de fotografiar.

—B-brindar está bien— le respondió enseguida, nerviosa, ya que se encontraba sorprendida ante el repentino cambio de humor ajeno. Evidentemente, el chico había tomado demasiado rápido su sake. Supuso que por eso se había abierto tanto ante un completa extraña. No parecía estar ebrio al punto de estar inconsciente, se trataba, simplemente, de una borrachera leve. Levantó su vaso y brindó con él.

—¡Salud!— exclamó junto a Gray, contenta. Luego, bebió de su vaso hasta dejarlo vació. El sake ya se había acabado. —¿Crees que el señor sepa hacia dónde queda el castillo?— le preguntó a Gray, mientras apoyaba su vaso vació sobre la mesa. Ya era momento de que, por lo menos, ella se encaminara de vuelta a casa. No estaba segura de cuáles fueran los planes del otro.

En efecto, Gray estaba en lo cierto respecto a ser uno mismo al momento de hacer amigos. Sin embargo, anteriormente habían minado su autoestima diciéndole que era una niña insoportable, y temía que ser ella misma fuera su mayor barrera al momento de crear vínculos con sus pares. Poco había hablado con algunos estudiantes dentro de el academia, y deseaba ser amiga de algunos de ellos, con quienes había mantenido conversaciones casuales; sin embargo, no sabía por dónde empezar al momento de entablar amistad.

También deseaba ser amiga de Gray, quien desde un principio le había parecido un buen tipo a pesar de que se muestre como alguien rudo. Quizás él podría ser su primer amigo, pensaba. Aunque al momento de decirle aquello al muchacho, le costaba juntar el valor necesario. ¿Qué diría si recibía un "no" como respuesta? Sería muy incómodo, en ese entonces, seguir hablando de cualquier otra cosa, por lo que decidió callar su idea y esperar a que la amistad naciera, o no, por sí sola entre ambos.

Para sumar a la falta de valentía en cuanto a lo relacional, se había enrojecido sin darse cuenta gracias a las palabras ajenas. Él se había dado cuenta y, creyendo que ella comenzaba a tener fiebre, apoyaba la mano en su frente. Definitivamente no ayudaba en absoluto a aliviar su sonrojo.

—N-no, estoy bien. Se me enrojece la piel con el frío, es todo— musitó tímidamente, algo molesta consigo misma por salir con una excusa tan poco válida y colgada de las patas. Jugaba con un mechón de su larga cabellera, nerviosa y con el ceño ligeramente fruncido.

Se desperezó al ponerse de pie, mirando la nieve que se acumulaba sobre las casas y árboles y luego a Gray. Se preguntaba cómo harían para hallar el camino a casa estando ambos bastante desentendidos sobre su orientación en aquel vecindario. Lastimosamente, todas las calles y casas allí lucían similares, lo que aumentaba la confusión de la joven. Comenzó a caminar con él, quien gentilmente se ofrecía a acompañarla. No sabía si también regresaría o si simplemente la llevaba por pura caballerosidad, continuando con su propio paseo luego. Sospechaba que, por la manera en la cual lo había dicho, se trataba de lo segundo.

—Eso espero...— replicó con un notable tono de duda en su voz ante la afirmación de que no le costaría hacer amigos.

Después de todo, ella no era normal. No era ni humana ni sobrenatural, no tenía poderes impresionantes, no era especialmente una mujer atractiva -sino, más bien, una niña con cuerpo simple-, y su personalidad no era la favorita general. Aún cuando intentaba tener confianza en sí misma, no podría evitar ser realista respecto a sus claros defectos. Quería creer que la intención es lo que cuenta, sin embargo, necesitaría que ésta fuese muy valiosa como para compensar todos sus problemas.

Sus pisadas se hundían en la nieve y era cuando se preguntaba cuántos poderes impresionantes podría tener si tan solo hubiese heredado una mayor parte de demonio que de humana. Quizás en el academia Legacy podría investigar a fondo sobre sus orígenes y finalmente encontrar que sí tiene algún poder referente a los demonios, algo genial que le ayude a ser más fuerte. Se veía incapaz de mantener la disciplina suficiente como para aprender magia y lograr cosas como Gray, por lo que prefería indagar en sus propias raíces hasta hallar una respuesta.

—No te preocupes, aún no baja tanto la temperatura— le contestó, algo distraída. No le costaba demasiado hundirse en sus pensamientos al caminar, pero la voz ajena la hacía volver al mundo real enseguida.

Sin que haya transcurrido demasiado tiempo, recorrieron el vecindario hasta calles más familiares. El castillo Rokkenjima, su imponente presencia antiquísima y todas las auras de los místicos seres alojados allí comenzaban a sentirse no tan lejanos como hace un rato. Agradecida estaba de encontrarse cerca, ya que al haber comido un plato tan grande, el sueño le llegaría pronto. Dio saltitos de alegría y pequeños sonidos de euforia cuando, a lo lejos, se notaba ya cubierta por nieve una de las torres más altas del edificio en cuestión.