La cascada de la perdición (Lacus, Emilia)

Las ruinas arcanas eran un lugar húmedo, lleno de olvidadas construcciones milenarias y también una densa vegetación. Dentro de unos de los templos derruidos por los siglos y recubiertos de grietas y malezas, Jellal estaba con una antorcha, sus ojos vigilantes se mecían de un lado a otro buscando a su archienemigo de cabellos púrpuras y sonrisa burlona.

El vampiro no necesitaba presentación, con ojos rojos como pavesas y una espada con poderes allende lo normal, Lacus infundía horrores a cualquier rival que se le cruzara en sus funestos pasos. No obstante, allí estaba el peliazul para darle caza una vez más como en el pasado.

— No volverás a chuparle la sangre a ninguno de mis estudiantes, vampiro — su voz se escuchaba tranquila, mas por debajo se podía sentir la ira de un meteoro al romper la tierra. Esto debido a que pocas cosas lo hacían enojar tanto como agredir a uno de sus amigos y alumnos. La muchacha tuvo que ser llevada a enfermería.

Entonces, unos pasos con eco resonaron en lo que era del pasillo principal de ese santuario piramidal. Jellal sabría en ese mismo instante que el vampiro es sinónimo de sangre y dolor.

Cualquier hombre indagaría qué razones llevaba a un vampiro a adentrarse en las ruinas de una elevación sacra, mismo una abandonada y arruinada ha inestimadas décadas. Allí se encontraba el distinto vampiro de cabellos violáceos aquella larga noche, revisando las ruinas de un templo en busca de solo Dios sabe qué.

Envuelto por sombras tan negras como su largo traje, el cual le daba un aspecto de un Lord británico, armado con su espada de estilo romano y de espaldas hacia la entrada del templo, el inmortal se encontraba de pie en el último de largos escalones, en frente a las sobras de lo que un día fue una credencia. El chupasangre parecía examinar algo en específico sobre el monumento cuando una voz acompañada por una débil iluminación desde atrás lo alertó. Era lo que menos esperaba.

Como por una precaución arraigada, su reacción inmediata fue alzar la vista hacia la estatua religiosa desgastada que tenía en frente, como si quisiera asegurarse que no era la voz de ninguna entidad divina queriendo reprochar su presencia maldita del templo quien le hablaba, y sí alguien que acabara de entrar por la misma entrada que él. Y más: reconocía aquella voz.

Jellal, uno de sus primeros enemigos de Legacy desde que él se uniera al finado Merak, a quien jamás volviera a ver desde incluso antes de la batalla que dio muerte a Yuno e inicio a Asgard.

Sintió algo al reconocerlo. Adrenalina, se podía decir. Era su tipo de enemigo favorito; previsible y transparente, no obstante fuera gobernado por una de las características que el vampiro más despreciaba en los humanos: el altruísmo; la insistencia en tomarse los dolores unos de los otros. Ya no le sobraban dedos para contar las veces que uno lo buscaba y era por haber herido o matado a alguien más, no a este mismo que venía a saldar las cuentas. Tal vez por esa razón Lacus siempre llevara tan impecablemente una carga tediosa y maldita como la inmortalidad.

En la jerarquía de los vampiros, los débiles protegían a los más fuertes y se sacrificarían por sus nobles y sus reyes, como en un tablero de ajedrez; porque los fuertes y perpetuadores de la especie son los de mayor importancia. En contrapartida, los humanos más fuertes se sacrifican en defensa de sus más débiles y miserables ejemplares, y por nada más que cuestiones sentimentales o de honor. Esa conducta le era en lo más absoluto patética.

Esta vez ya no se presentaba como en la última ocasión que estuvieron frente a frente. Ya no era solo un simple vampiro deambulando por el mundo buscando con qué ocuparse. El cargo de líder mundial había caído en su regazo, respaldado por la necesidad de seguridad del pueblo japonés, quienes preferían ser esclavos de los vampiros a sentirse inseguros día tras noche por amenazas vecinas o desconocidas, además de lo poco nacionalista que habrían de sentir el tener al mando un nombre tan germánico, y nada japonés.

—Vaya, a quien veo —Habló en plan de viejos conocidos— Cómo te gusta perder tu tiempo. Hasta parece que olvidas que eres un simple mortal.

Exaltó lo ineficaz y vano de su búsqueda por venganza mientras caminaba a su encuentro. Mismo que el peliazul lograra apuñalarlo, descuartizarlo o hacerlo arder en llamas, él no dejaría de ser un vampiro, no dejaría de hacer lo que hacía.

—¿Otra vez compadeciéndote de otros? ¿cuando te vas a compadecer de mí y entender que necesito herir para no morir de hambre?

Fue cínico. La voz sonaba suave como siempre, exenta de cualquier preocupación u odio, ningún sentimiento más que pura arrogancia.

Merak había dejado de existir, el mundo ya no era como lo dejó la última vez que luchó para Legacy, ni siquiera cuando los traicionó, víctima de una inesperada posesión.

Emilia había regresado a ese lugar que una vez fue su hogar, quería volver a servir en las filas de la academia y proteger a todos aquellos que así lo necesitaran. Pasó días caminando en soledad, con la sola compañía de Puck, quien volvió a ella en cuento volvieron ahí dejando atrás Lugunica.

Durante semanas le fue imposible encontrar a sus viejos compañeros, no sabía su habían muerto o solo se habían ido como ella; supo que el vampiro Lacus ahora era un líder mundial, representante de todo un imperio del mal, se erguia como el látigo que azotaba el mundo, inundando su paladar con la sangre de inocentes y al mundo le regalaba el tenebroso coro de llanto y dolor constante.

Emilia sabía que había una persona que podía ayudarla a idear algo para detenerlo, Jellal, el mago de hielo, un antiguo amigo y enemigo declarado de Welt.

No hubo tiempo para presentarse, ni siquiera para ofrecer ayuda, se limitó a seguir a Jellal, finalmente llegó a las ruinas arcanas, ahí se percató de la presencia del vampiro también, quién retaba con su sarcasmo y sinvergüenza actitud al mago.

Emilia seguía oculta entre los muros más oscuros del lugar, silente para evitar que fuera escuchada por el fino oído del pelimorado. Pack, flotaba alrededor de Emilia, observando la zona, negando con la cabeza, comprobando que de estallar una batalla, estarían en serios problemas.


— Lia, debemos tener mucho cuidado — susurró en voz apenas perceptible, esperando no delatar su posición ante el enemigo.

La voz holgada del vampiro resonó por las ruinas, haciendo que Jellal cerrara los ojos y asintiera con la cabeza por la frustración de no poder atraparle y ponerlo a juicio. Hace muchísimo tiempo que quería hacerlo y se le escurría como un pez de sus manos. La eterna y dantesca rivalidad entre ambos ya se estaba escalando a cotas impensadas. Esto ya tenía que terminar, y tal vez esa batalla definitiva pronto acaecería.

La faz seria de Jellal contrastaba con la faz seria con la altanería de su contrincante. Entonces, su puño comenzó a brillar como si entre sus dedos tuviera al mismo sol. Su magia hervía de ira, y ganas de derrotar a Lacus de una vez por todas no le hacían falta.

— Ve a alimentarte de tu amigo Rimuru, entonces, — así, el peliazul pega un salto de aproximadamente dos metros, toma por el vampiro del brazo y lo arroja hacia la salida. Casi de inmediato, y de la mano que refulgía cual lucero de la mañana, le arroja un poder, aunque conociendo a Lacus, ya se sabía una de las viejas tretas de Fernandes en el combate cuerpo a cuerpo. La batalla incluso podría extenderse hasta el mismo apocalipsis si no fuera porque Jellal, tal como su némesis aseveraba era un "simple mortal".

Fue así, y de la nada, que Jellal sintió otros dos poderes. Le resultaban conocidos e incluso nostálgicos, pero no sabría precisar de qué par se trataba. Arrojó un bola de luz sobre la entrada del templo, bloqueando el camino de Lacus con escombros de ladrillos monumentales. Luego corrió hacia el interior para aproximarse a sendas auras de energía, pues quizá los tres podrían servir en esta batalla definitiva contra el vampiro que incluso había superado a Krul. — ¿Emilia? — Otra duda surgió: ¿Ahora era amiga o enemiga? Pues la última vez, la semielfa trató de eliminarlo mientras estaban en un castillo que se hundía en la lava. La esperanza de él, era que Emilia volviera a sus canales y peleara junto a él para derrotar a Lacus. Era hora de luchar contra el Rey del Japón.