Ijin, el menos allegado (Libre)

Habían pocas cosas que a ese punto al de platinados cabellos le sorprendían, ni lecturas ni palabras, ni acciones ni verdades. Pero, al llegar al gran salón, toda su previa disposición al control total de lo que veía flaqueó, llevándolo a, con cierta curiosidad, mirar a todos lados, buscando reconocer qué era cada cosa.

  Pinturas, orfebrería, adornos, candelabros, mueblería y más, todo era tan ajeno a él que le costaba evitar la vista virar. No formaba parte de su vida diaria tal riqueza visual. Demasiados brillos para su comprensión.

  Su traje bien cuidado, su corbata y sus pulcros zapatos apenas eran un ápice de refinada presencia comparsdo con los detalles a su alrededor. Su rostro se mantenía estéril, frío en expresión pero procesando constantemente. Su boca no se movió, su gesticulación tampoco. Sólo sus ojos, su cabeza también.



  En un punto, logró ver bien un enorme ventanal, y no tardó en acercarse a la vidriera. El panorama frente a él a través de ese prisma le reveló vistas únicas, que por alguna razón, se veían mucho más bellas qué desde los lugares donde los veía.

  Allí permaneció. Mirando, inerte, hacia el profundo cielo y su brillo sobre las bailarinas hojas, vívidas almas al son de la orquesta del viento. No esperaba nada, sólo estaba ensimismado.